Hagamos sitio para todos los tontos que aparecen por doquier con motivo de la Ley Antitabaco. Cada día son más y están a punto de caerse al mar. Los más recientes aparecieron en Barcelona, en un asomo de organismo municipal llamado Agencia de Salud Pública: tras recibir una denuncia de un particular de la Yihad Antitabaco -¡cómo no!-, amenazaron con sanciones ejemplares a los productores de la obra teatral Hair por aparecer alguno de sus actores fumando en el escenario. ¿Fumando en un escenario? ¡Delito!, ¡prisión para ellos!, ¡extradición!, ¡incautación de sus bienes!, ¡escarmiento público!...
Da igual que lo que fumen no sea tabaco, da igual que la escenarepresente el tiempo hippie en el que aquellos gansos malcriados se fumaban praderas enteras envueltas en alfombras, da igual que tengan que simular la época en la que vivían y la existencia flotante en la que se desarrollaba su quehacer. Da igual: no caben excusas para el excitado espectador que intuyó un grave incumplimiento de su ley favorita al ver a alguien en un escenario simulando fumar hierba mezclada con tabaco. El delito es el delito y hay que perseguirlo con toda la contundencia de una normativa que ha aparecido con la mejor intención y con la peor. La mejor es que se respete el derecho del no fumador a no tener que cohabitar en cubículos llenos de humo, cosa comprensible, y la peor es que se consiga enfrentar a los ciudadanos, cosa tan del gusto de este Gobierno.
Los perplejos productores del musical han aducido que no se trata de tabaco, sino de hierbas compradas en herboristerías, tales como hierbaluisa y hoja de nogal, pero eso no les ha servido de explicación a los sandios funcionarios de esa agencia pública: alguien sostenía algo que se parecía a un cigarrillo y ello es intolerable. También han argumentado que los hippiesde aquellos años en los que se desarrolla el afamado y viejo musical organizaban corrillos de interminables horas fumándose macetas enteras de marihuana y que ese es un símbolo de su tiempo de la misma forma que lo era el pelo largo, la ausencia de jabón y la ropa floreada que lucían sus cuerpos gentiles. No importa, la directora de esa oficina siniestra, una tal Isabel Ribas, no tiene edad de recordar qué pasaba en los sesenta y sus anteojeras no le permiten ver más que el articulado de una ley que, según ella, no distingue entre tabaco y demás hierbas ni entre ficción y realidad.
Asegura el productor que, a este paso, habrá que cortar las películas en las que aparece Bogart cargándose medio paquete de cigarrillos, ya que el ejemplo resulta intolerable. Todo puede ser en esta España de talibanes absurdos que, al parecer, no tienen nada mejor que hacer que salir refunfuñando de un teatro y cursar una denuncia contra una obra tras haber visto a alguno de sus protagonistas con un trasunto de cigarro entre los dedos. Está ocurriendo algo similar con los cigarrillos de pega que exhalan vapor de agua: aunque no sea tabaco, ni huela, ni pringue ni atufe, hay gente a la que no le gusta el gesto placentero que le pueda proporcionar a alguien sostener un pitillo en las manos. En más de un lugar han exigido que se lo metan en el bolsillo o que salgan a la calle a fumarlo. Que se sepa, de ese invento vaporoso y placebo no dice nada la ley, pero ¡cómo perder la oportunidad de ejercitar venganzas acumuladas!
Finalmente, se solucionó el desatino y no han suspendido la obra ni multado a los productores. Simplemente amenazaron la Agencia y la lánguida y vegetal Montserrat Tura, candidata a candidata a alcaldesa de Barcelona. Con todo, no deja de resultar bochornosa la pasión por la tontería que tiene tanto intolerante desperdigado por las calles. Pasó en Sevilla hace unos días: un tipo fumaba un cigarrillo por la acera y una señora que andaba a su paso le conminó a que tirase el pitillo pues le molestaba. Fue contundente la contestación: «Si le molesta, lo tiene muy fácil: váyase a un bar».
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog
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