Descienden las ventas de los periódicos, obligados a urdir campañas de promoción cada vez más costosas y también más estrambóticas, para que sus lectores sigan acudiendo al quiosco. Empieza a cundir la impresión de que, si los periódicos logran mantener –a trancas y barrancas– sus tiradas, es sobre todo gracias a los ‘cacharritos’ que incluyen en su oferta: DVDs, juegos de mesa camilla, fascículos coleccionables, cuberterías a piezas, sombrillas para la playa, cualquier adherencia absurda sirve, con tal de que engatuse al comprador reticente. Quizá el dato más amedrentador lo revele la edad media del lector de periódicos, que año tras año se acrecienta, sin visos de que la tendencia se vaya a rectificar en un corto o medio plazo. En su afán por incorporar a las nuevas generaciones a un hábito del que parecen haber desertado, los periódicos alivian la ‘mancha’; esto es, prueban nuevos diseños gráficos que conceden mayor protagonismo a las fotografías y reducen los textos, convertidos casi a gacetillas en las que el lector picotea sin entrar en profundidades. Por supuesto, en todos estos cambios de diseño se adivina (o más bien se constata) un esfuerzo por imitar los procedimientos del ‘periodismo digital’; esfuerzo mimético cuyas posibilidades de éxito parecen improbables, pues si a la postre al lector de periódicos se le ofrece una especie de sucedáneo de lo que gratuitamente halla en su formato genuino en la edición electrónica del mismo periódico, ¿por qué demonios va a tomarse la molestia de bajar al quisco y apoquinar un dinero que puede ahorrarse?
¿Es la hora de proclamar la muerte de la prensa? Yo diría que, en efecto, mientras los periódicos se obstinen en imitar los procedimientos de Internet (y, por mucho que perseveren en el intento, lo que ofrezcan siempre será una imitación deslucida y pobretona), su muerte está cantada. La supervivencia de la prensa exige una reafirmación de sus rasgos distintivos; el periódico del futuro habrá de esforzarse por ofrecer a sus lectores algo más que un mero acopio de informaciones que, cuando llega a los quioscos, ya están resobadas y marchitas. El periódico del futuro tendrá que ofrecer a sus lectores crónicas esmeradamente escritas, ensayos dilucidadores, reportajes vibrantes y enjundiosos; tendrá, en fin, que poner un poco de poso en medio del vértigo informativo. Tal reafirmación de sus rasgos distintivos tal vez conlleve la deserción de sus lectores más remolones (que tal vez ya hayan desertado, o sólo se mantengan embaucados por las ‘promociones’); pero, a cambio, el periódico del futuro volverá a encontrar su sitio extraviado, reconciliándose con un lector reflexivo que no se conforma con el mero acopio de información que otros medios le ofrecen de forma casi instantánea. Un lector con voluntad de conocimiento, con capacidad crítica e inquisitiva, que exige periódicos capaces de organizar e interpretar el incesante flujo de datos que recibimos.
La decadencia de la prensa escrita tiene mucho que ver con la depauperación de nuestros métodos cognitivos, cada vez más permeables a la avalancha informativa y más remisos a la reflexión. Ciertamente, la tecnología expande nuestras posibilidades mentales, permite a nuestro entendimiento acceder a más vastos recintos, pero ¿acaso esos ímpetus colonizadores no se logran en detrimento de la profundidad? ¿No estaremos fiándolo todo a un conocimiento superficial de la realidad, tan abrumador y meteórico que ni siquiera deja su impronta en nuestra memoria? El conocimiento verdadero de la realidad no se obtiene por la mera aglomeración de datos servidos bajo una apariencia de accesibilidad; exige que sepamos otorgar cohesión a esos datos y, sobre todo, que busquemos la causa que los explica. Sin esa perspectiva de duración no existe verdadero conocimiento, tan sólo sujeción a un presente ilusorio. Y esta ‘perspectiva de duración’ es la que puede ofrecer la prensa del futuro; si los periódicos no se deciden pronto a ocupar ese espacio abandonado no harán sino prolongar su agonía.
El signo de nuestra época, y también su condena, consiste en manejar información. En un mundo que se pretende cambiante, perpetuamente renovado, resulta cada vez más difícil encontrar un espacio que organice, dilucide y explique lo que está sucediendo. En los periódicos del futuro podremos abandonar el carrusel acelerado que convierte nuestros días en girándulas de vértigo; pero eso sólo ocurrirá si se atreven a apostar por sus rasgos distintivos, aun a riesgo de dejarse en el camino algunos lectores (o más bien compradores pasivos). De lo contrario, mucho me temo que pronto habrá llegado la hora de cerrar el quiosco.
Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog
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