Uno de mis planes favoritos cuando viajo a Sudamérica es visitar librerías. Es un ritual que me recuerda mucho a mi padre y a nuestras largas sesiones descubriendo nuevos y viejos libros. Este año, mis visitas nostálgicas han incluido librerías en Montevideo y Buenos Aires. Parte del ritual consiste en preguntar a los libreros cuáles son los libros que están teniendo más aceptación. Cuando uno hace esta pregunta, normalmente debe distinguir entre libros literarios y `bestia sellers´, que es como mi amigo Tamarón llama a esos títulos que venden millones de ejemplares. La distinción es cada vez más necesaria porque, a diferencia de lo que ocurría hace unos años, ahora son escasos los libros literarios que llegan a alcanzar ventas con cifras de seis ceros. Antes no era así, antes era fácil encontrar coronando la lista de los más vendidos a buenos autores tanto españoles como extranjeros. Ahora, en cambio, lugar tan privilegiado suele estar reservado a novelistas norteamericanos o suecos, fenómenos literarios sin duda interesantes, pero que no son lo que yo busco en un libro. Por todo esto, fue una enorme sorpresa descubrir que, entre los títulos más vendidos tanto en Uruguay como en Argentina, se encuentra nada menos que la Nueva gramática de la lengua española. Debo decir que tuve la suerte de asistir a la presentación del libro en la Real Academia, que resultó emocionante, algo no muy habitual en actos de estas características. También sabía que en España la Nueva gramática... estaba sorprendiendo a sus editores por sus inusitadas ventas, pero no me imaginaba que pudiera ocurrir lo mismo en América. «¿Cómo es posible? –le pregunté a Jorge, uno de mis amigos libreros rioplatenses–, ¡si todos sabemos que aquí los libros son tan caros que suelen juntarse dos o tres amigos para comprarlos!» «Nosotros también estamos asombrados –me contestó–, nunca pensamos que se iba a producir tal fervor por la palabra.» Me encantó su expresión, y desde entonces estoy cavilando sobre qué es lo que tiene este libro que suscita tanto entusiasmo. Visto desde este lado del charco, su éxito reside sin duda en que se trata de una gramática panhispánica que recoge las distintas formas de expresión de un idioma, el español, que ya hablamos cuatro cientos cincuenta millones de personas. En sus casi cuatro mil páginas se recogen matices y particularidades de todos y cada uno de los países hispanoparlantes. Personalmente, me ha encantado leer, por ejemplo, el apartado que se dedica a los adverbios adjetivales que tanto se usan en América y que son tan coloristas. Expresiones como «bañarse sabroso», «hablar claro y raspado», «pasarlo chévere» o «comer macanudo» no sólo describen una situación de modo bello y a la vez preciso, sino que también desvelan de dónde es quien las utiliza. La palabra es un instrumento extraordinario que sirve tanto para comunicarse como para entender el mundo; por eso no me sorprende que haya personas que, como me contaba mi amigo Jorge el librero, no sólo han «juntado plata» para comprar la Gramática, sino que están leyéndola y apurándola a sorbitos. Se dice siempre que el deber de todo escritor es traicionar o al menos jugar con la gramática. En el Río de la Plata diríamos «gambetear la sintaxis», «basurear las relativas», «morfarse los morfemas», «escorchar a los neologismos». Y es cierto, la buena literatura consiste precisamente en eso, en tensar el lenguaje hasta casi quebrarlo, llevarlo por nuevos e inexplorados territorios, inventar para él nuevos y muy osados trajes. Sin embargo, para hacerlo es fundamental conocer bien el idioma y su gramática. Porque quien la ignora, difícilmente puede crear nuevas formas de expresión y corre, además, grave peligro de estar permanentemente descubriendo el Mediterráneo. Y es que nuestra lengua es tan vasta y diversa como el enorme territorio por el que se extiende. Por eso a mí, desde esta otra orilla que es la mía, junto a la plaza de la Independencia de Montevideo, me da gran alegría constatar eso que mi amigo Jorge llama «fervor» por esta vieja lengua que nos une y a la vez tan bellamente nos distingue.
Carmen Posadas
Félix Velasco - Blog
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