
El siguiente paso es anunciarlo a bombo y platillo: «El premio Nobel de Física, Vargas Llosa, Elsa Pataky y Obama bin Laden –gazapo del periodista local, que es medio sordo– participarán en el ciclo de conferencias Tal y Cual». Con eso queda cubierto el objetivo principal: justificar la pasta trincada por el listillo y tener un dosier de prensa. Por supuesto, a esas alturas no se ha contactado todavía con ninguna de las personas anunciadas; ni siquiera con sus secretarios, agentes o lo que sea. Con el tiempo, cuando llega la fecha, se hacen algunas gestiones, sin matarse mucho, a través del amigo de un amigo. Y claro. La editorial de Vargas Llosa responde que el autor está presentando un libro en Sydney, el agente de la Pataky dice que rueda una película con Viggo Mortensen, y cosas así. Del Nobel de Física no consiguen ni el teléfono; y de Obama, lógicamente, no vuelve a hablarse más. Al fin se inaugura el ciclo de conferencias con la agradable presencia supermegamediática de María Antonia Iglesias, de un noruego al que no conoce ni su padre pero que se apellida Bjornasmullersön y escribe novelas policíacas, de una pedorra de Gran Hermano y de un poeta local, finalista del premio Villaconejos con el soneto Eres mala, Pascuala. Y cuando el público asistente, mosqueado con el elenco, pregunta qué pasó con los conferenciantes anunciados, los organizadores, poniendo cara de circunstancias, responden: «Es que, a última hora, Vargas Llosa nos dejó tirados».
Cuento todo esto porque, en plan mucho más modesto –nadie me apunta a ciclos con Elsa Pataky, aunque ya me gustaría–, me ocurre a menudo, como a unos cuantos más que conozco: académicos, escritores y gente del cine. Pregúntenle a Javier Marías, por ejemplo. O a Saramago. De pronto un amigo comenta que en tal o cual sitio vas a dar una conferencia de la que no tenías ni remota idea, y luego te manda el recorte de prensa o el enlace de Internet anunciando día y hora de tu intervención. Y te quedas a cuadros. Lo último mío es un ciclo taurino organizado en Sevilla, con firma incluida de manifiesto a favor de la fiesta, donde figura mi nombre junto a los de Enrique Ponce y Cayetano Rivera; cosa que me honra mucho, pero de la que no tenía noticia. Y sigo sin tenerla. Otros casos son más irritantes. Hace poco me enteré por un periódico de que iba a dar una conferencia en Ponferrada, dentro de un ciclo sobre el reino medieval de León, nada menos. Y el verano pasado, cierto hijo de la grandísima puta, cuyo nombre reservo cuidadosamente para cuando se ponga a tiro –entonces quizá salgamos otra vez los dos en los periódicos–, organizador de uno de esos ciclos fantasma, tuvo la desfachatez de justificar mi inasistencia a una conferencia, de la que nunca tuve noticia previa, afirmando que a última hora me había echado atrás al no satisfacerse mis «elevadas condiciones económicas»; cuando es notorio, entre quienes me tratan, que en las rarísimas ocasiones en que me presento en público lo hago sin cobrar un euro. Por la cara.
Así que ya lo saben. Cuidado con las conferencias chungas. Muchos organizan esas cosas –importantes y necesarias, por otra parte– con seriedad y rigor. Pero también hay golfos oportunistas que las convierten en negocio personal. En una estafa como otra cualquiera.
Félix Velasco - Blog