A propuesta de ERC, el PSOE ha vuelto a introducir como conflicto la simbología religiosa en los centros públicos y especialmente en las escuelas. No me refiero a la posibilidad de que la prohibición se extienda a los centros concertados porque esto sería perfectamente anticonstitucional, y aunque eso nunca ha sido una barrera para quienes nos gobiernan –véase sino el proyecto de ley de aborto- su horno no está ya para tantos bollos.
Es evidente que la cruz tiene un significado religioso, pero también lo es que posee una dimensión cultural. Se inscribe como una componente fundamental de lo que se conoce por tradición cultural, que no puede confundirse con lo que normalmente denominamos “tradiciones” aunque forme parte de las mismas, pero su dimensión es mucho más grande porque esta constituida por las fuentes de donde surge nuestra cultura y su desarrollo histórico.
La concepción que tenemos, la forma como enfocamos las relaciones, los sistemas políticos, el sentido de la justicia o de la solidaridad, se inscriben en el marco de referencia que determina nuestra tradición cultural, que tienen en el cristianismo su componente más determinante, no la única pero sí la más imprescindible, porque es la que constituye la raíz y el tronco de este conjunto de fuentes culturales y morales que nos alimenta. Esto explica las diferencias de sentido en relación a otros marcos de civilización como el islámico.
Un filósofo agnóstico tan bien conocido como Habermas, ha escrito “La contribución histórica que la moral de la justicia judía y la ética del amor cristiana han aportado, sin duda, a la formación del individualismo moderno y del universalismo igualitario puede y debe intervenir en la autognosis política de los ciudadanos europeos. Para los europeos, se trata de un componente esencial de nuestra cultura política común”.
Pero no sólo eso, afirma además que “las grandes religiones del mundo que nacieron al mismo tiempo que la filosofía griega pertenecen igual que ésta, a la genealogía de la razón”.
Toda tradición cultural se expresa en unos símbolos. El gótico y el románico, para señalar dos estilos arquitectónicos y artísticos bien visibles, constituyen manifestaciones de esta tradición. Ambos tienen una lectura religiosa, católica para más señas, inequívocas, pero además pertenecen a la cultura europea, española, por tanto, que nos es común. A nadie se le ocurriría pensar que la dimensión religiosa del gótico ofende en el espacio público a los no creyentes. Esto mismo es aplicable a la cruz en la escuela o en cualquier otro centro público. Para unos tendrá un significado religioso, para otros define una tradición cultural que nos configura que es signo de identidad o, simplemente, indicación que debe entender y respetar quien viene de una tradición distinta.
No puede ser que el vacío, la nada, sea la característica única del espacio público, porque el vacío no existe y menos en el ámbito de los símbolos, y la solución no puede ser la de ir prohibiendo los símbolos de los demás, sino asumirlos dentro de los limites de la convivencia. Que no se olvide: Cuando se está imponiendo la nada como pretensión de lo que nos es común se está falseando la realidad, la cultura y la historia. Se esta imponiendo la pretensión de unos a los demás.
Es cierto que en todo esto hay un dilema, pero este no se puede resolver a base de mutilar una realidad que resulta tan evidente que se manifiesta por todas partes. ¿Cómo es posible que el escudo de España que nos une a todos incorpore en su definición heráldica la cruz, y esta misma cruz no pueda encontrarse en la pared de un centro público? ¿Hay algo más público, común y compartido que el escudo de la nación española y la bandera que lo acoge? Y lo mismo podríamos decir de la simbología de comunidades autónomas, caso de Asturias o, por partido doble, la bicrucífera vasca, o la doble cruz de San Jorge que forma parte del escudo de Barcelona. ¿Se deben de eliminar también todos estos símbolos porque discriminan a los que no creen en ellos? ¿O acaso no son testimonio de toda una historia y una tradición a la que en sus aspectos positivos y negativos estamos adscritos?
Más allá de esto hay que constatar que Jesucristo es un personaje histórico que también posee un doble significado: el religioso y el de un gran hombre cuya palabra expresada en los evangelio interpretados de forma laica, continúan siendo fuente y guía para la humanidad.
También, al actuar de esta manera se ofende innecesariamente a los cristianos, que ven que la única actitud que existe hacia ellos es la de la exclusión. Y, en este sentido, la palabra de Habermas puede ser útil una vez más cuando critica “la ideología secularizadora que niega por principio a la religión la posibilidad de contener parte de razón” Nosotros somos parte muy importante de la razón común, y el excluirlos significa mutilar lo cristiano, sí, pero también lo que es de todos.
Es evidente que la cruz tiene un significado religioso, pero también lo es que posee una dimensión cultural. Se inscribe como una componente fundamental de lo que se conoce por tradición cultural, que no puede confundirse con lo que normalmente denominamos “tradiciones” aunque forme parte de las mismas, pero su dimensión es mucho más grande porque esta constituida por las fuentes de donde surge nuestra cultura y su desarrollo histórico.
La concepción que tenemos, la forma como enfocamos las relaciones, los sistemas políticos, el sentido de la justicia o de la solidaridad, se inscriben en el marco de referencia que determina nuestra tradición cultural, que tienen en el cristianismo su componente más determinante, no la única pero sí la más imprescindible, porque es la que constituye la raíz y el tronco de este conjunto de fuentes culturales y morales que nos alimenta. Esto explica las diferencias de sentido en relación a otros marcos de civilización como el islámico.
Un filósofo agnóstico tan bien conocido como Habermas, ha escrito “La contribución histórica que la moral de la justicia judía y la ética del amor cristiana han aportado, sin duda, a la formación del individualismo moderno y del universalismo igualitario puede y debe intervenir en la autognosis política de los ciudadanos europeos. Para los europeos, se trata de un componente esencial de nuestra cultura política común”.
Pero no sólo eso, afirma además que “las grandes religiones del mundo que nacieron al mismo tiempo que la filosofía griega pertenecen igual que ésta, a la genealogía de la razón”.
Toda tradición cultural se expresa en unos símbolos. El gótico y el románico, para señalar dos estilos arquitectónicos y artísticos bien visibles, constituyen manifestaciones de esta tradición. Ambos tienen una lectura religiosa, católica para más señas, inequívocas, pero además pertenecen a la cultura europea, española, por tanto, que nos es común. A nadie se le ocurriría pensar que la dimensión religiosa del gótico ofende en el espacio público a los no creyentes. Esto mismo es aplicable a la cruz en la escuela o en cualquier otro centro público. Para unos tendrá un significado religioso, para otros define una tradición cultural que nos configura que es signo de identidad o, simplemente, indicación que debe entender y respetar quien viene de una tradición distinta.
No puede ser que el vacío, la nada, sea la característica única del espacio público, porque el vacío no existe y menos en el ámbito de los símbolos, y la solución no puede ser la de ir prohibiendo los símbolos de los demás, sino asumirlos dentro de los limites de la convivencia. Que no se olvide: Cuando se está imponiendo la nada como pretensión de lo que nos es común se está falseando la realidad, la cultura y la historia. Se esta imponiendo la pretensión de unos a los demás.
Es cierto que en todo esto hay un dilema, pero este no se puede resolver a base de mutilar una realidad que resulta tan evidente que se manifiesta por todas partes. ¿Cómo es posible que el escudo de España que nos une a todos incorpore en su definición heráldica la cruz, y esta misma cruz no pueda encontrarse en la pared de un centro público? ¿Hay algo más público, común y compartido que el escudo de la nación española y la bandera que lo acoge? Y lo mismo podríamos decir de la simbología de comunidades autónomas, caso de Asturias o, por partido doble, la bicrucífera vasca, o la doble cruz de San Jorge que forma parte del escudo de Barcelona. ¿Se deben de eliminar también todos estos símbolos porque discriminan a los que no creen en ellos? ¿O acaso no son testimonio de toda una historia y una tradición a la que en sus aspectos positivos y negativos estamos adscritos?
Más allá de esto hay que constatar que Jesucristo es un personaje histórico que también posee un doble significado: el religioso y el de un gran hombre cuya palabra expresada en los evangelio interpretados de forma laica, continúan siendo fuente y guía para la humanidad.
También, al actuar de esta manera se ofende innecesariamente a los cristianos, que ven que la única actitud que existe hacia ellos es la de la exclusión. Y, en este sentido, la palabra de Habermas puede ser útil una vez más cuando critica “la ideología secularizadora que niega por principio a la religión la posibilidad de contener parte de razón” Nosotros somos parte muy importante de la razón común, y el excluirlos significa mutilar lo cristiano, sí, pero también lo que es de todos.
José Miró
Félix Velasco - Bolg
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