Un ilustre hombre del Derecho me habla de anomia, definida por Durkheim como falta de normas, derrumbamiento del sistema de valores. El vocablo viene de más lejos, de cuando el padre de la Historia, al glosar la guerra entre los persas y los griegos, explicó que anomia consiste en carecer de cualidades positivas, en no aceptar las leyes. Políticos que dan cabezazos y genuflexiones a los reyes, que presiden los sepelios y fiestas nacionales, en realidad se han pringado en los sobornos y ahora están a merced de los soplones o grillos. Además, los presuntos emplumados practican la corrupción del lenguaje porque curiosamente anomia también significa trastorno del habla que consiste en agarrarse al eufemismo como norma de expresión, evitar decir evasión, paraíso fiscal, dinero negro, abultamiento de contratos públicos.
Además de anomia, practican la amnesia porque en unos años se olvidaron del preso de Spandau de Ávila, donde sólo se pudrió Roldán como escarmiento. También se olvidaron de los padres fundadores que traían maletines en la Transición no para ellos sino para construir clandestinamente el frágil edificio de la democracia.
Aquel edificio cruje; su principal amenaza se llama corrupción.
No han comprendido las parábolas del castigo. Se comportan según la costumbre, tropiezan unos con otros porque van por el mismo camino de nazarenos del tesoro. Con frases epilépticas se echan los desfalcos a la cabeza y si hubiera que llevar esposada a toda la gente, nos faltarían esposas, como vino a decir ayer José Blanco, ministro de Fomento. La dirección del PSOE nos cuenta cada hora que el PP ha adjudicado 400 contratos de Gürtel. Está ya claro que han cogido a los del PP con los pantalones en los tobillos. Gürtel es un escondite de chismes; da para coplas y pasquines: qué lástima que no haya ya pliegos de cordel y ciegos con lazarillos para animar las ferias.
Se habla de la corrupción hasta en el Congreso. El cuervo ofende al grajo o, como se cuenta en el Quijote, dice la sartén a la caldera: «Quítate allá, ojinegra». Hablan de fogón a fogón. La vicepresidenta De la Vega le dijo ayer a Soraya Sáenz de Santamaría que antes de nada arreglara los problemas de su casa. Y Tardá apeló al futuro imperfecto: «Si hay corrupción no hay República». Rubalcaba, que cada día está mejor como parlamentario y como ministro de Interior, recordó que la corrupción les ha tocado a todos y no se ha inventado otro antídoto que el Código Penal.
Los políticos viven en una plaza o un escenario expuestos al público y la multitud, que no es manejable. Ya se vio el otro día en el desfile. Hay protestas, no tumultos; alboroto, no motín. Pero éste es el país del toro ensogado, donde se sujeta, se ata y se hiere al morlaco cuando llega la hora.
Además de anomia, practican la amnesia porque en unos años se olvidaron del preso de Spandau de Ávila, donde sólo se pudrió Roldán como escarmiento. También se olvidaron de los padres fundadores que traían maletines en la Transición no para ellos sino para construir clandestinamente el frágil edificio de la democracia.
Aquel edificio cruje; su principal amenaza se llama corrupción.
No han comprendido las parábolas del castigo. Se comportan según la costumbre, tropiezan unos con otros porque van por el mismo camino de nazarenos del tesoro. Con frases epilépticas se echan los desfalcos a la cabeza y si hubiera que llevar esposada a toda la gente, nos faltarían esposas, como vino a decir ayer José Blanco, ministro de Fomento. La dirección del PSOE nos cuenta cada hora que el PP ha adjudicado 400 contratos de Gürtel. Está ya claro que han cogido a los del PP con los pantalones en los tobillos. Gürtel es un escondite de chismes; da para coplas y pasquines: qué lástima que no haya ya pliegos de cordel y ciegos con lazarillos para animar las ferias.
Se habla de la corrupción hasta en el Congreso. El cuervo ofende al grajo o, como se cuenta en el Quijote, dice la sartén a la caldera: «Quítate allá, ojinegra». Hablan de fogón a fogón. La vicepresidenta De la Vega le dijo ayer a Soraya Sáenz de Santamaría que antes de nada arreglara los problemas de su casa. Y Tardá apeló al futuro imperfecto: «Si hay corrupción no hay República». Rubalcaba, que cada día está mejor como parlamentario y como ministro de Interior, recordó que la corrupción les ha tocado a todos y no se ha inventado otro antídoto que el Código Penal.
Los políticos viven en una plaza o un escenario expuestos al público y la multitud, que no es manejable. Ya se vio el otro día en el desfile. Hay protestas, no tumultos; alboroto, no motín. Pero éste es el país del toro ensogado, donde se sujeta, se ata y se hiere al morlaco cuando llega la hora.
Raúl del Pozo
Félix Velasco - Blog
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