Leo por ahí que se ha inventado un fármaco de nombre ZIP que sirve para borrar los recuerdos malos y traumáticos que uno pueda tener. Según parece, el ZIP inhibe una enzima cerebral, la PKM zeta (que yo no tenía el gusto de conocer), que por lo visto es la responsable de que seamos animales memoriosos. Investigadores israelíes y norteamericanos que han experimentado con el fármaco han descubierto que su potencial es enorme y aseguran que pronto podrá ser puesto en circulación. Visto lo visto, ¿qué borraría usted de su vida? Todos tenemos alguna experiencia desgraciada, un momento terrible o quizá bochornoso que, si la vida tuviera tecla ‘delete’ o ‘supr’ como los ordenadores, pulsaríamos sin dudar ni un segundo. La bendita tecla ‘supr’… ¿No han soñado con ella alguna vez? Y no sólo para borrar recuerdos, sino también personas: el pesado de turno, el que nos hace la vida imposible en el trabajo, el déspota, el machista y hasta ese amor desgraciado que perdimos y que no logramos olvidar. Pero, bueno, me estoy entusiasmando demasiado; no creo que ZIP sea tan mágico como para borrar pelmazos (lástima). Voy, por tanto, a rebobinar y volver al punto de partida, a este nuevo y maravilloso invento que hará que borremos recuerdos indeseados. Una vez hecha la lista de lo que querría borrar, lo primero que se me ocurre es que ZIP debe de ser fantástico, pero a la vez tramposo. De hecho, me lo imagino como uno de esos inventos extraordinarios que describían Wells y Borges en alguno de sus libros. Para empezar con el caso de Wells, recuerdo haber leído con entusiasmo de niña El hombre invisible, que empezaba con su protagonista encantado por haber adquirido esa cualidad con la que todos soñamos. Claro que poco a poco, a medida que uno iba leyendo, descubría los inconvenientes imprevisibles que tenía aquello, como, por ejemplo, que el pobre protagonista no era capaz de abrazar a sus seres queridos y sólo podía volver a tener corporeidad vendándose como una momia. Otros contratiempos igualmente inesperados tenía Funes el memorioso, ese personaje de Borges que, según su relato, adquiere un día la extraordinaria capacidad de recordarlo todo. Yo, que tengo memoria de pez (de chanquete para ser exactos), a priori me apuntaba a ser Funes. Podría así recordar todos los libros interesantes que he leído o todos los momentos buenos que he vivido y desearía revivir. Pero, como ustedes recordarán, Funes al final se ve abrumado por su condición de memorioso. Y es que el pobre no sólo recuerda todo lo aprendido y vivido por él, sino también por todas las personas de su entorno, convirtiéndose, en palabras de Borges, en un ‘vaciadero de basuras’.
Se me ocurre, por tanto, que esta mágica pildorita ZIP tendrá, además del beneficioso efecto de borrar todos los recuerdos indeseados, algún que otro efecto secundario. Por ejemplo: si uno borra el recuerdo de un mal amor, ¿no será más proclive a caer en otro de las mismas o incluso peores características? Ya pasa normalmente que se tropieza siempre con la misma piedra, imagínense si encima olvida uno la lección que la vida le intentó enseñar con un error previo. En cuanto a las experiencias dolorosas, el peligro de ZIP también puede ser considerable. A primera vista suena muy bien eso de borrar un trauma, pero, a lo peor, si uno borra la experiencia, borrará también la prudencia para no incurrir en una situación parecida. Por último, se me ocurre otra pega que ponerle al ZIP de marras, y es que olvidar el dolor acabe con la solidaridad y la capacidad de conmiseración, puesto que conocer el sufrimiento es lo que mejor ayuda a entender el sufrimiento de los demás (siempre que no sea uno un egoísta redomado, claro). En este mundo tan aterrador, y a la vez maravilloso que es el nuestro, todo lo bueno tiene su lado malo y por extensión todo lo buenísimo tiene su côté pésimo. Por eso, a pesar de que se me ocurren bastantes episodios de mi vida que me gustaría hacer desaparecer, creo que no me compraré la dichosa píldora ZIP. Llámenme inmovilista, si quieren, pero con este tipo de adelantos creo que prefiero aquello de «Virgencita, que me quede como estoy».
Carmen Posadas