viernes, 12 de junio de 2009

Cuatro estupideces, cuatro


Una simple lectura de prensa. No hace falta ahondar más. Los tontos tienen la desventaja –o la ventaja– de que, antes o después, flotan. Salen a la superficie y son vistos. Le ha pasado a la inservible ministra de Igualdad, Bibiana Aído, la `miembra´ más destacada del Gobierno. Desde el pasaje aquel en el que acusó a la Academia de la Lengua de comportamiento sexista por no aprobar su genial neologismo, la ministra de la cosa no hace otra cosa que hacerse valer de un merecidísimo prestigio de hacedora de tonterías. La última es la de negarse a calificar a un feto de trece semanas de ‘ser humano’. Para la insolvente titular de un ministerio del Gobierno de España, sólo se es ser humano cuando se ha traspasado el canal del parto. A partir de ahí no se le vaya a ocurrir a nadie levantarle la mano a la criatura. Lo castigaremos con la cárcel. Antes de ahí, aunque sea unas cuantas horas antes, puede usted eliminarlo porque no es un ‘ser humano’. Ministerio de Igualdad. Gobierno de España.
Otra. Un sujeto llamado Santiago Espot, presidente de una cosa que lleva por nombre Catalunya Acció, responsable confeso de la pitada al himno español en la final de la Copa del Rey en Mestalla, ha declarado que «el Estado español es tan débil que con tres o cuatro pitadas más acabamos con él». Consideraciones al respecto: en primer lugar, es demasiado arriesgado hacer declaraciones sin haber pasado el control de alcoholemia; en segundo lugar, la continuidad del Estado español no depende de cretinos como Espot y de sus ocurrencias de colegial travieso; en tercer lugar, hace falta algo más que un puñado de imbéciles para acabar con España. No digo que España sea indestructible: si lo ha sido la antigua Persia, lo fue el reino maya y el azteca, si lo fue la mismísima Roma, habrá que deducir que para acabar con la idea más moderna de Estado que ha tenido nuestro país, la época más descentralizada, autónoma y libertaria que ha tenido España, será necesario algo más que cinco mil tíos soplando un pito. Es divertido, hasta enternecedor, que crean que se puede retorcer la historia tan fácilmente. Sólo tiene un problema: despiertan de la calentura de la cerveza caliente y ven que lo único que han logrado ha sido orinarse en la cama.
Una tercera. Me entero por la web PeriodistaDigital de que un comando de violentos individuos que responden al nombre colectivo de Asociación Estudiantil de Esquerda Universitaria Agir reventó una clase de Económicas que impartía el muy ácrata e ilustrado profesor gallego Miguel Cancio por el simple hecho de estar utilizando el español como ‘lengua vehicular’, que se dice ahora. Yo, de los gilipollas de Agir, no me metería mucho con Miguel Cancio, pero allá cada cual. Semejantes energúmenos, los mismos que impidieron una conferencia en Santiago de María San Gil, argumentan que aquel que imparte clases en idioma español es un represor. Lo dice un tal Iago Barros, portavoz de estos otros borrachos matones. Con la complicidad de los correspondientes y muy timoratos rectores españoles, todos estos grupos de mamarrachos que pelan los cacahuetes con los dedos de los pies campan a sus anchas en las universidades españolas metiendo miedo al que no se ajuste a su estrecha franja mental.
Y la última. Un tribunal superior ha obligado a la Junta de Andalucía a indemnizar con varios cientos de miles de euros a una madre por haberle arrebatado a sus hijas seis años atrás y haberlas dado en acogida aduciendo confusas razones. También la obliga, obviamente, a devolverle la custodia de ambas. En pocas palabras: el tribunal acusa a la Junta de haberle retirado a sus hijas por la sencilla razón de ser pobre. Es evidente que cualquier niño se criará mejor con una familia con medios que con una sin medios, supuesta la misma bondad en ambas. Muy fácil: quitémosles los niños a los pobres y démoselos a los ricos. Y hagámoslo en nombre del progreso social. Qué país más bonito, joder.
Carlos Herrera