miércoles, 2 de enero de 2008

De euros y café


DE EUROS Y CAFE

Rodríguez Zapatero y Solbes van a tomar un café y el problema estará cuando haya que pagar, y decida pagar Zapatero, porque Zapatero sacará dos euros para recoger una vuelta de cuarenta céntimos y Solbes le dirá que con dos euros no paga los dos cafés, que saque tres euros y deje, de la vuelta, cinco céntimos de propina, que estamos derrochando mucho en propinas; a lo que el presidente se negará, ya que le dirá que cómo va a dejar sólo cinco céntimos, si son ocho pesetas de ayer, y entonces le responderá Solbes que esa propina está bien, que lo que tiene que ajustar mejor es el precio del café, que si cada café cuesta un euro con treinta, le devolverán cuarenta céntimos, que recoja treinta y cinco y sólo deje cinco céntimos de propina. Zapatero le diría que cómo va a ser ése el precio del café, si él tiene entendido que cuesta ochenta céntimos, o sea, ciento treinta y tres pesetas de ayer, y Solbes entonces tratará de aclararle -no en tres tardes, en ese momento- que está equivocado, que un café es más caro de lo que él cree, y que eso le pasa por no haber interiorizado el euro, que se olvide de las pesetas y vaya al grano, o sea, al euro, porque eso, le añadirá, no está bien que le pase a un presidente del Gobierno.

No piensen que este texto es un galimatías que he colocado a mala fe. Eso es lo que los españoles deducen tras escuchar, por un lado, a Rodríguez Zapatero, y por otro, a Solbes. Zapatero está en el café de ciento treinta y tres pesetas y cuarenta céntimos de propina, y Solbes, que ha interiorizado el euro, sabe que los ochenta céntimos que dice Zapatero resultan un euro con treinta, o sea, doscientas dieciséis pesetas, y que por ese precio el café, con cinco céntimos de propina -ocho pesetas largas- va aviado el camarero. Llevan razón: unos no hemos interiorizado el euro y otros no sabemos que el café cuesta más de un euro. Y así andamos, como ellos, liados entre el café y los euros. Todavía no hemos interiorizado el euro, es cierto. Pero lo que tienen que pedirle al cielo es que España no los interiorice a los dos y sepamos, en verdad, cuál es su valor real y cuánto nos están costando.

Antonio García Barbeito

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