España es en este momento una gigantesca olla a presión cuya válvula de escape ha perdido progresivamente holgura hasta quedar prácticamente obturada. Es decir, un artefacto susceptible de estallar en cualquier momento. Desde que pinchó la burbuja sobre la que se había sostenido artificialmente el «milagro español» no hemos cesado de añadir leña al fuego que calienta el caldero. Mejor dicho, no han perdido una sola ocasión de elevar la temperatura quienes tienen en sus manos los instrumentos necesarios para aliviar la tensión. Y la cosa ha llegado a un punto de ebullición peligroso.
España se ha empobrecido de la noche a la mañana con más rapidez aún de la que se dio en pasar de ser una nación austera, de gentes honradas y laboriosas, a darse aires de nueva rica. Este naufragio colectivo, velocísimo, devastador, ha dejado en la cuneta a millones de personas, privadas brutalmente de futuro y de esperanza al mismo tiempo que asisten, atónitas, al destape obsceno de la corrupción protagonizada por los responsables de su situación. Un espectáculo tanto más impúdico cuanto que los escándalos se suceden, las cantidades robadas se multiplican, los personajes implicados se sitúan en el mismo vértice de la pirámide, sin que se produzca un solo escarmiento digno de tal nombre ni se devuelva un euro sustraído a las arcas comunes. Y esta impunidad encabrita al respetable hasta lo indecible.
Apenas nos enteramos de la mitad de la mitad, lo que percibimos es la punta de un iceberg de putrefacción que corroe hasta los cimientos del sistema que rige nuestra convivencia, e incluso ese pequeño atisbo resulta ya intolerable.
Súmense al latrocinio de lo público políticas fiscales profundamente injustas e ineficaces, que inducen al fraude y cargan buena parte del peso del Estado en los trabajadores por cuenta ajena; políticas educativas que desincentivan el esfuerzo individual y en muchos casos proporcionan una formación deficiente; políticas laborales que gravan el empleo con costes altísimos y simultáneamente basan la competitividad exclusivamente en una mano de obra barata; una cultura del trabajo desordenada e improductiva, con horarios demenciales, promociones arbitrarias y retribuciones mal repartidas; políticas industriales que convierten la energía en un producto de lujo por sus precios exorbitantes y se habrán juntado todos los elementos de la tormenta perfecta.
¿Cómo no van a hundirse PP y PSOE en las encuestas? Ellos dos tuvieron en sus manos el poder en la época de las vacas gordas y, lejos de gestionarlo con honradez y previsión, se valieron de él para engordar sus maquinarias y los bolsillos de muchos de sus dirigentes, a la vez que nutrían generosamente a sus amigos y benefactores. Ellos dos, con la ayuda de sindicatos corruptos y especuladores rapaces, que no empresarios, son corresponsables de haber arruinado a la clase media trabajadora que levantó este país después de la guerra y lo llevó, con su esfuerzo, a entrar por méritos propios en la Unión Europea. Ellos dos, con sus «aparatos» opacos y su culto a la obediencia sumisa, han ido vaciando de significado la palabra «democracia» y reduciendo el espacio de la libertad hasta acorralarla. Ellos dos han ido cediendo parcelas de nuestra soberanía a los separatistas a cambio de apoyos coyunturales. Ellos dos han elevado la mentira a la categoría de «argumento» político tan «respetable» como cualquier otro, a base de utilizarla sistemáticamente.
Han hundido los barcos y escupido en la honra. La ciudadanía ya no traga más.
Isabel San Sebastián
Félix Velasco - Blog
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