Viven en Bilbao. Como miles de vascos silentes, son moderados y les carga un poco lo de la homilía nacionalista hasta en la sopa. A pesar de los arañazos de la crisis, conservan buenos empleos, así que se acaban de regalar con un crucero por el Mediterráneo, una de esas rutas que zarpan de Barcelona y husmean el Egeo. En el barco navegaban pasajeros de varios países. Pero pronto confraternizaron con otras parejas españolas. Es inevitable: compartes idioma, complicidades y temas de conversación (un austríaco tiene la dicha de ignorar quién es Bárcenas). Pero no todos los españoles de a bordo se sumaron a la peña. Una de las parejas, a la que calaron en seguida como de aquí por su innegable pinta de españoles, les respondió en catalán y con sequedad al intentar trabar conversación. En días sucesivos, esa pareja hizo un esfuerzo patente por evitar al resto de los españoles. El clímax llegó con las excursiones en tierra. Para no coincidir con sus detestados compatriotas, la pareja apartheid se enroló en la excursión con guía en inglés. Mis amigos cuentan la anécdota enojados. Por desgracia, y erradamente, la han convertido ya en causa general contra los catalanes.
Otro amigo acaba de viajar a la Costa Brava. Su entusiasmo estival se nubló al toparse con una gigantesca bandera independentista en el umbral del pueblo al que iba. ¿Apetece viajar a un lugar donde te excluyen? En plena pulsión con Gibraltar, ERC, cuyos diputados cobran del Congreso, sede de la soberanía nacional, se ha dedicado a jalear a los llanitos frente a los españoles. ¿Tiene un catalán más puntos en común con un gibraltareño, como pretende Junqueras? Claro que no. Pero se trata de epatar, molestar. Que no pase un día sin clavar el aguijón. En la clausurada plaza de toros de Barcelona se ha rodado una película extranjera. El director quería recrear una corrida. Como en Cataluña los toros han sido prohibidos por recordar demasiado a España, el poder local llegó al ridículo de obligar a que se rodase con bueyes. En la fachada del palacio del Ayuntamiento de Barcelona lucía, ¡desde 1840!, un relieve del catalanísimo escultor Celdoni Guixà. Ha sido retirado, porque en la pieza rezaba «Plaza de la Constitución». Anatema.
CiU y ERC están reventando siglos de admiración por Cataluña, que era el espejo de prosperidad donde nos mirábamos. La mayoría de la población catalana está todavía contra la independencia. Pero la bordería nacionalista hacia España se ha erigido en voz de una sociedad callada, a la que se adoctrina desde los onerosos medios públicos y desde los subvencionados. Como el insulto es un bumerán, ahora es en el resto de España donde empiezan a cundir el hartazgo y la sensación de incomprensión. La sociedad civil catalana, tan sensata, debe frenar esa espiral de ofensas hacia sus compatriotas, unos vecinos que empiezan a parecer aceptables para Cataluña solo cuando se puede hacer negocios a su costa.
(Pasatiempo estival: ¿Saben dónde renta la mayoría de la energía de los embalses gallegos, cuyas concesiones, fijadas por Franco, no expiran hasta el 2040? Pues lo han adivinado: en Cataluña. Y está bien. Pero por una sola razón: porque todos somos españoles).
Luís Ventoso
Félix Velasco - Blog
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