Dada su composición, del nuevo Gobierno catalán sólo cabe esperar malquerencia, victimismo y las habituales mentiras
SI quisiéramos definir el nuevo gobierno de Cataluña con una sola palabra, ninguna mejor que «radical». Artur Mas ha elegido a los más soberanistas de sus colaboradores para acompañarle en su segundo mandato, lo que unido al extremismo de Esquerra Republicana convierte su gobierno en un «Frente Nacional Catalán». En eso ha quedado la oferta de diálogo y entendimiento hecha al gobierno central por el president. Como tantas otras proclamas suyas, cabe añadir, tornadas falsedades.
No voy a decir, como Samuel Johnson en su famosa definición, que «el nacionalismo es el último refugio de los bribones», al haber también en él gente de buena fe, aunque por lo general equivocada. Pero que su espina dorsal la forman una sarta de mentiras no lo puede negar nadie a la vista de lo que dice y de lo que hace. El nacionalismo se inventa la historia, se fabrica enemigos, finge agravios ajenos y oculta felonías propias con un descaro sólo superado por su codicia. Los españoles estamos teniendo últimamente una buena muestra de todo ello. ¿Quién es el que está ofendiendo a Cataluña desde el resto de España en los últimos treinta años? ¿Quién es el que la está robando? ¿Quién es el que quema banderas catalanas o retratos de los más altos dignatarios? ¿No es más bien al contrario, que las ofensas, los chantajes, los agravios vienen desde allí hacia España, siendo el último de ellos el ocultar el retrato del Rey en la reciente toma de posesión del presidente de la Generalitat? ¿Es esa la Barcelona «archivo de cortesía» que conocíamos o una Barcelona regida por gentes que, tras haberla empobrecido, ensuciado, hecho retroceder frente a otras capitales españolas, han prescindido de las que eran grandes virtudes catalanas, empezando por las buenas formas y el respeto a los demás?
Más importante todavía: ¿es esto lo que quieren hacer de Cataluña, adónde quieren llevarla, a que quieren reducirla? Pues, como ya advertía Goethe en su conversaciones con Eckermann, «el odio nacionalista es tanto más grande y violento cuanto más baja es la cultura de un pueblo». Esperemos que el pueblo catalán se dé cuenta a tiempo de ello.
Dispongámonos, en cualquier caso, a recibir un fuego graneado desde la Plaça de Sant Jaume, junto a los habituales gritos victimistas y las mentiras de reglamento. Se dan cuenta de que ésta es su última oportunidad, el canto de cisne de un nacionalismo arrollados por la globalización, y van a echar mano de todas las armas a su alcance y de todas las mañas, incluidas las más sucias. Buscarán aliados dentro y fuera, sin que les falten, al abundar en ambos sitios los que odian a España. Mal deben de verse cuando actúan así. Claro que no luchan sólo contra España. Luchan también contra la historia, ésa que no quieren reconocer e intentan falsear.
José María Carrascal
Félix Velasco - Blog
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