Cuando los socialistas y comunistas comenzaron a levantar monumentos a los suyos y derribar estatuas de Franco, Felipe González manifestó que aquello carecía de mérito. «Haberlo hecho antes, cuando vivía». La Ley de la Memoria Histórica impone la retirada de los símbolos y personajes del bando vencedor, pero admite –por ejemplo–, que un conocido ladrón permisivo con el crimen masivo como Largo Caballero sea intocable. Cuando fallezca Santiago Carrillo, nadie con dos dedos de frente va a solicitar que le sea retirada su condición de Doctor «Honoris Causa» que le regaló el ex-ministro Gabilondo cuando era Rector de una Universidad madrileña. Con su muerte, morirá también el doctorado, el Honor y la Causa, aunque en este caso los conceptos se muerdan y chirríen.
Siguiendo el heroico proceder de los de «Compromís», me apresto a solicitar al Ayuntamiento de Trujillo que le sea comunicado a Francisco de Pizarro que Fidel Castro tiene una mala opinión de él y de sus andanzas por el Nuevo Mundo. A ver quién se atreve a llevar a buen fin tamaña y peligrosa empresa, conociendo el carácter que se gastaba el señor Pizarro cuando las cosas se presentaban torcidas.
Se habla del «gaullismo». El general De Gaulle dejó a su muerte su teoría política adaptable a la realidad coyuntural de Francia en tiempos de su fallecimiento. Con la muerte de Franco, se terminó el franquismo, que se sostenía desde la interpretación personal del autoritarismo sin intención de supervivencia. Franco no dejó ni teorías, ni dogmas ni ideas. Se fue con su poder y el poder desapareció, aunque costara unos años devolver la plena libertad a los españoles, y aunque lamentablemente, se confundiera la plena libertad de los españoles con el suicida planteamiento de las autonomías, que hoy padecemos. Después de muerto, Franco no es otra cosa que un muerto más, aunque los recalcitrantes idiotas pretendan derrotarlo con setenta y tres años de retraso. Los dos bandos contendientes en la Guerra Civil fueron implacables antes, durante y después de la contienda. Ganar con más de setenta años de retraso la Guerra a un monumento, una estatua o una Alcaldía de Honor, es perder el tiempo. En París comparten aire y arte los guillotinados y los guillotinadores, porque la Historia se puede manipular, pero no borrar por una Ley estúpida y perfectamente –escribiría que urgentemente–, prescindible.
No obstante, propongo que les sea reconocido a los «compromisets» su arrogante valor demostrado en su batalla contra un papel que ya no tiene sentido. Vencer a Franco sin Franco es una tontería. No más que una tontería, pero tampoco menos. Y con la que está cayendo.
Alfonso Ussía
Félix Velasco - Blog
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