El otro día, hablando con una amiga que acaba de divorciarse, me señaló algo en lo que yo no había caído. «Ya ves –me decía medio en serio, medio en broma–, además de todo el sufrimiento que produce una separación, encima tengo que volver a la adolescencia, pintarme la pestaña, ponerme minifalda (a mis años) y salir por ahí a buscar novio, vaya trabajera». En efecto, en este mundo de estereotipos fijos en el que todos estamos instalados, `rehacer tu vida´ se ha convertido en una especie de mandato divino obligado por ese pagano y a la vez tiránico dios que decide lo que está bien visto y lo que no, lo que mola y lo que no mola. «Ahora tienes que rehacer tu vida» es una especie de mantra que amigos –y no tan amigos– repiten como queriendo hacerle un favor a uno. Como si no existieran otros intereses, otras alegrías, otros amores igualmente importantes. Peor aún, como si la vida del desparejado –todavía más si es mujer– quedara anulada por completo, igual que la de esas viudas de la India a las que quemaban vivas en la pira funeraria de sus maridos. Yo creo que esta es otra de las tontas ideas prefabricadas que habría que erradicar. Primero, porque es completamente falso que lo más importante en la vida sea tener pareja. Es algo agradable, deseable sin duda, pero yo pienso que quien cifra su felicidad en una sola persona, por muy extraordinaria que sea, tiene todas las papeletas para ser desgraciado. Además, lo malo de ese santo mandato de ‘rehacer tu vida’ es que, como le ocurre a mi amiga, cuando uno acaba de separarse, no siempre tiene ganas de meterse en otra relación. Sin embargo, la presión exterior es tan agobiante que se ve uno casi obligado a emparejarse solo por complacer a todas esas almas caritativas que insisten: «Venga, tienes que salir, nada de quedarte en casa» o «Conozco a un amigo de un primo de mi tío que se acaba de quedar solo y seguro que os apañáis». Y allá va una (si es mujer, pero lo mismo le ocurre a los hombres) y se pinta la pestaña y se pone la minifalda, como humorísticamente dice mi amiga, y sale con el candidato o la candidata en cuestión. Cuando, a lo mejor, lo que quiere es estar solo y disfrutar de otras muchas cosas que tiene la vida. Pero no. Porque la soledad es otro tabú. Que a uno le guste está muy mal visto por la sociedad, parece algo imperdonable, aborrecible. Alguien dice que le atrae la idea de estar solo... y una de dos, o piensan que es un raro, o que miente. Por eso, aunque la sabiduría dice que es mejor estar solo que mal acompañado, va uno y sale. En muchas ocasiones solamente para aburrirse como un hongo. Peor aún, para no contravenir la orden divina de rehacer esa vida (que no está deshecha en absoluto), acaba uno emparejándose con un tontaina, con un bodrio, cuando no con un canalla. Solo más adelante, cuando tiene que cargar todo el día con el individuo de marras, va uno y se pregunta: «¿Pero qué demonios hago yo con este elemento, con lo bien que estaría libre como los pájaros?». Y, no quiero hacer de ave de mal agüero, pero muchas veces ocurre que, para cuando se da cuenta de que ha cargado con un petardo, uno ya está atrapado en dos nuevos berenjenales. El primero es, cómo no, el berenjenal del qué dirán; no vayan a pensar que no tengo perrito que me ladre o que estoy colgado como un jamón. El segundo es el de la rutina que hace que uno se acostumbre a todo, al imbécil del que antes hablábamos, al canalla o incluso al pirado de turno. Por eso, ahora que comienza el año y que mucha gente piensa en ‘rehacer su vida’, yo me voy a permitir darles un consejo que me dieron a mí cuando quedé viuda. Que la rehagan, sí, pero con la única persona que siempre va a estar ahí para hacerles feliz: uno mismo. Y que emparejarse no es obligatorio, por mucho que lo digan los `bien –o mal– pensantes´ que tengan ustedes alrededor.
Carmen Posadas
Félix Velasco - Blog
No hay comentarios:
Publicar un comentario