Tiene gracia que cada vez que los norteamericanos participan en una guerra se denuncie que lo hacen movidos por intereses económicos. ¿Se sabe de alguna guerra cuyo trasfondo no sea de esa índole? Resulta muy ingenua la idea de que la guerra pueda tener una motivación humanitaria o un generoso carácter benéfico, como si la violencia pudiese ser asimilable moralmente a un sacramento. No seamos ingenuos. Para que las contiendas sean cordiales e incruentas, con flores y aplausos, las guerras le dejan de vez en cuando su lugar al deporte. Es cierto que la violencia resulta inmoral y que desde ese punto de vista es deleznable, pero si uno echa la vista atrás y hace balance de las guerras, se da cuenta de que fueron a su manera una fuente de riqueza. Cifras en mano, incluso hay quien sostiene que pensando en una peligrosa superpoblación del mundo, una conflagración mundial sería la mejor manera de conseguir un reajuste demográfico. Es inmoral pensar así, pero muchos economistas ajenos al pudor no tienen inconveniente en reconocer que los equilibrios que no se consiguen con la diplomacia o con la ciencia, es indudable que se logran con la artillería. Por otra parte, ¿dónde está escrito que la destrucción no es un buen negocio? ¿Tendrán razón quienes sostienen que Europa salió fortalecida al renacer sobre sus ruinas al final de la II Guerra Mundial y aquellos otros que aseguran que es del barbecho del dolor y de la miseria de donde surgen luego las reflexiones más sinceras, los espíritus más emprendedores y las ideas más fértiles? Aunque cueste admitirlo, los ciclos biológicos se superponen a veces con los ciclos morales. Por eso el dolor de que las aves de rapiña devoren los cadáveres de los hambrientos se compensa en el momento en el que el resto de los parias sobreviven gracias a meterles el diente a los buitres recién cebados.
José Luis Alvite
Félix Velasco - Blog
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