Mas allá de las Islas Filipinas
hay una que ni sé cómo se llama,
ni me importa saberlo, donde es fama
que jamás hubo casta de gallinas,
hasta que allá un viajero
llevó por accidente un gallinero.
Al fin tal fue la cría, que ya el plato
mas común y barato
era de huevos frescos; pero todos
los pasaban por agua (que el viajante
no enseñó a componerlos de otros modos.)
luego de aquella tierra un habitante
introdujo el comerlos estrellados.
¡O qué elogios se oyeron a porfía
de su rara y fecunda fantasía!
Otro discurre hacerlos escalfados...
¡Pensamiento feliz!... Otro, rellenos...
¡Ahora sí que están los huevos buenos!
Uno después inventa la tortilla;
y todos claman ya ¡qué maravilla!
No bien se pasó un año,
cuando otro dijo: sois unos petates;
yo los haré revueltos con tomates:
y aquel guiso de huevos tan extraño,
con que toda la Isla se alborota,
hubiera estado largo tiempo en uso,
a no ser porque luego los compuso
un famoso extranjero a la hugonota.
Esto hicieron diversos Cocineros;
pero ¡qué condimentos delicados
no añadieron después los Reposteros!
Moles, dobles, hilados,
en caramelo, en leche,
en sorbete, en compota, en escabeche.
Al cabo todos eran inventores,
y los últimos huevos los mejores.
Mas un prudente Anciano
les dijo un día: Presumís en vano
de esas composiciones peregrinas.
¡Gracias al que nos trajo las gallinas!
¿Tantos autores nuevos
no se pudieran ir a guisar huevos
mas allá de las Islas Filipinas?
Tomás de Iriarte
Félix Velasco - Blog
No hay comentarios:
Publicar un comentario