Dos últimas iniciativas del gobierno saliente y derrotado por las urnas –si es que un gobierno como el de Rodríguez Zapatero puede tener iniciativa alguna– brindan una idea del estado de descomposición y agonía de un régimen que pasa a mejor vida y que deja tras de sí un reguero de idioteces difícilmente igualable por el más contumaz de los estólidos. El Ministerio de Cultura, o lo que queda de él, ha recuperado la vieja calificación de la censura tardofranquista para las películas que se estrenen en España. Según la misma, los estrenos serán evaluados de forma semejante a como se clasificaban en los años en los que tipos como un servidor éramos mozos en permanente efervescencia: ¿se acuerdan de lo de «mayores con reparos» o de lo de «gravemente peligrosa»? Era la manera de advertir que películas como la del célebre \''vecino del quinto\'', sin ir más lejos, podían desordenar nuestra arquitectura moral. En esta ocasión, sin embargo, no causa el desorden la exhibición despreocupada de un pecho femenino, o de un desmesurado y descontrolado apetito sexual, o de una banalización sospechosa de los nobles sentimientos del amor y la fidelidad –que me temo que también–. En esta ocasión, la calificación de Cultura estará guiada por los ejemplos de \''igualdad\'' que muestren los filmes en cuestión. Para Cultura, en pocas palabras, el cine no deberá ser un arma al servicio de la fabulación o el retrato de mundos y submundos reales o inventados; el cine deberá ser un arma al servicio de la educación social y de la reordenación moral de los ciudadanos, y, en función de ello, retratar los escenarios políticamente correctos, con los roles que convengan a la sociedad del futuro, no a la imaginación del guionista, no a la fotografía de sociedades marginales, reales o imaginarias, que cada creador quiera evidenciar. No hace muchas lunas que algunas voces administrativas –no solo españolas, ya que la imbecilidad no es exclusiva ibérica– exigían a los cineastas que evitaran en lo posible a actores fumando en escena o en pantalla: ya que no podían borrar las tomas de Humphrey Bogart metiéndose el humo de sus cigarrillos hasta el culo, lo mejor sería evitar que en el futuro se sostuviera un pitillo entre los dedos. Alguien con dos dedos de frente hubo de recordar que, siguiendo esa misma lógica, tampoco nadie debería morir violentamente en escena o ser tratado de forma humillante, o ser discriminado por su origen o por comer grasas insaturadas sin control. El cine, que se sepa, no es un sistema educativo estatal mediante el cual distribuir la buena nueva de la sociedad correcta: en el cine, si quiere triunfar, casi siempre gana el bueno y no hay cinta que no deje una cierta sensación de arreglo según las normas del bien, con lo que no deberían preocuparse. Si el ministerio y los bobos que lo ocupan quieren una sociedad correcta retratada en función de los criterios de igualdad, mejor debería invertir sus magros fondos en iniciativas de mayor calado. Por ejemplo, en controlar la SGAE y a la partida de mangantes que aflora cada vez que se levanta una alfombra.
Va a acabar siendo cierto que en España hay más tontos que botellines y que, en función de la nueva religión difundida por profetas y predicadores de tercera, van a conseguir que esta sociedad no sea más justa ni igualitaria, pero sí mucho más aburrida, simple y uniforme.
El cine internacional está aterrorizado ante la amenaza del Ministerio de Cultura español de clasificar indebidamente sus películas por no mostrar un escenario de equilibrio entre los roles femenino y masculino en sus dramatizaciones de la realidad. Que tiemblen Scorsese, Tarantino, Spielberg (por cierto: ¿qué dice Almodóvar de esto?), Clint Eastwood y compañía: la justicia social del zapaterismo tardío y su larga mano y su larga ceja comprometerán seriamente sus beneficios y afearán socialmente su conducta.
Valiente pandilla de cretinos.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog
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