martes, 24 de febrero de 2009

El efecto Hollywood


Mi hija Jimena volvió furiosa del trabajo el otro día. Por lo visto, en plena hora punta tuvieron que cortar el servicio de metro durante cuarenta y cinco minutos porque un tipo se había acostado en las vías y se negaba a levantarse a menos que su novia (allí presente) le prometiera volver con él. Lo curioso del caso es que cuando he contado la anécdota por ahí, la mayoría de mis interlocutores tendía a comentar cosas como: «¡Pero qué romántico, supongo que ella se habrá quedado embelesada!» o «¡Qué bonito es el amor!». ¿Bonito? Qué quieren que les diga, a mí me parece una majadería descomunal que alguien monte semejante numerazo, trastorne el normal funcionamiento de un servicio público y, más aún, que someta a una persona a chantaje sentimental de tal calibre. Todo esto me hace reflexionar sobre algo a lo que vengo dando vueltas desde hace tiempo y es cuán influenciados estamos por un cierto romanticismo barato y elemental que hace que confundamos el amor con un sentimentalismo tontorrón. Para mí, la culpa la tiene Hollywood. Sí, ya sé que parece una boutade, pero estoy segura de que ese panoli de la vía del metro se creía Tom Hanks en una comedia romántica, o Tom Cruise, o Keanu Reeves. Lo que no sabe el panoli en cuestión es que la vida real no es Hollywood y que, a diferencia del cine, la película de su vida no se acaba cuando su novia del metro, abrumada por la situación, le diga: «Sí, acepto que volvamos; venga, Manolo, levántate de la vía» y le dé un beso. No, las películas de la vida real tienen la mala costumbre de seguir después del beso de reconciliación y lo más probable es que el mes siguiente, una vez pasado el efecto metro, lo vuelva a plantar como una lechuga. Lo malo es que todos sabemos que las cosas no son como en el cine, pero no podemos sustraernos al efecto Hollywood, que ataca a hombres y a mujeres, a personas cultas e incultas, a tontos y a listos porque en el fondo todos tenemos necesidad de que las cosas sean más sencillas, más ‘rosas’ y que la vida tenga finales felices. Pero la gran paradoja del asunto es que la vida no tiene finales felices o, mejor dicho, sólo los tiene para los que no buscan soluciones a corto plazo, como el tontaina del metro que piensa que con montar un numerito ya está demostrando su amor incondicional y que es un tipo romántico y sensible. Porque lo que no sabe ese tipo es que el amor es otra cosa. El amor no son gestos ni escenas de comedia romántica ni otras zarandajas. El amor, como decía Saint Exupéry en El principito, es una flor muy frágil y caprichosa que hay que regar todos los días para que no se marchite. Los que creen en el amor tipo Hollywood piensan que pareja y mortaja del cielo bajan y que después a ellos no les corresponde hacer nada por mantener viva la llama amorosa. Piensan, además, que como ellos aman tanto, todo lo que no funcione es culpa del otro; es el otro el que está en falta, el egoísta, el malo. Pero el amor es un oficio, hay que trabajárselo o, mejor aún, hay que alimentarlo a diario. Y no con escenitas histriónicas ni con reproches y luego teatrales reconciliaciones; eso está muy bien para llorar en el cine mientras se come palomitas y se achucha al novio o a la novia. El alimento del amor es mucho menos ‘cinematográfico’ y mucho más gris, pero también más eficaz. Está en verbos muy bellos como ‘comprender’ o ‘renunciar’. Y también en otros más feos como‘negociar’ o ‘contemporizar’ . Los ingleses dicen que se necesitan dos para bailar el tango o el vals y yo creo que lo mismo puede decirse del amor. Si esperamos a que sea el otro el que dé los pasos y nosotros sólo nos dejamos llevar, lo más probable es que acabemos llenos de pisotones. El efecto Hollywood hace que, desde fuera, en una relación amorosa de película todo parezca sincronía, ritmo y belleza, como en un vals de Fred Astaire y Ginger Rogers. Pero, a mi modo de ver, en el amor, como en los pasos de esa famosa pareja de baile, detrás de tanta armonía y coordinación hay muchas horas de trabajo y de sudor compartido. Creo que en lo único que se parecen los amores reales a Hollywood y su fábrica de sueños es que mantenerlos requiere mucho hard work, es decir, currárselo todos los días.
Carmen Posadas

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