Cuando murió Julio César fue declarado dios. Sus sucesores, la megalómana dinastía de los Julio-Clauidos, no supieron negarse el mismo privilegio. Vespasiano, de carácter más campechano, en el lecho de muerte, se despidió de su hijo Tito con estas palabras: “Ay, me parece que me vuelvo un dios”, frase que en latín sueña aún más cachonda, “Vae! Puto deus fio”.
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