domingo, 12 de enero de 2014

Los tontos útiles

La corrupción tiene su origen en la codicia, o quizás antes, en la envidia, el resentimiento, los celos del triunfador o el afán por una vida dulce. Empieza uno soñando con un coche de una gama superior al que tiene y acaba echándole los tejos a una infanta que pasaba por allí. Durante años no he sido consciente de los efectos devastadores que la codicia o la ambición producían en la esfera pública. Más bien lo asociaba con la empresa privada, donde confluían los nuevos ricos llevados por su inmenso deseo de amasar. Estoy pensando en la cultura del pelotazo. Los periodistas hemos escrito mucho sobre la ética y la estética de la beautiful people, aquella clase que llenó el país de gilipollas con gomina. Servidora no se cansaba de repetir que prefería a los aristócratas tiesos, a la gente de buen gusto, escueta y frugal, a las elegantes que repetían modelo y gastaban lo justo.
Un día estalló la crisis y la mierda empezó a emerger. Llevaba ya tiempo incrustada, pero no había salido a flote. A la gente le gusta decir que todos los políticos son igual de corruptos, y a los tertulianos les gusta replicar con la muletilla contraria: hay políticos y políticos, pero en general son honrados. Dios los ampare a todos. A los políticos y a los tertulianos.
Con la mayoría de edad de la democracia, y en especial, del nuevo orden administrativo (las autonomías) la clase política se ha vulgarizado, llegando a unos extremos de cutrez pavorosos. Nunca he defendido la empresa privada, pero aquí y ahora reconozco que si en algo se diferencia la cosa pública de la privada es en el número de mequetrefes que cobija. Y es que a los políticos siempre les ha gustado rodearse de tontolabas serviles, gentecilla especializada en reír las gracias del superior o adularle con estupideces («te quiero un huevo»).
No entiendo la debilidad de los políticos inteligentes por servirse de tontos útiles, con el peligro que tienen. Los tontos útiles (y los inútiles también) acaban recibiendo un cargo en atención a los servicios prestados. Ahí germina el arte de la corrupción. A fuerza de legislaturas, la Administración se puebla de cantamañanas y aprovechados. Yo los he conocido. Menos mal que se me acaba el espacio, porque tengo sus nombres en la punta de la lengua.
Carmen Rigalt
Félix Velasco - Blog

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