Como cada vez que comienza una campaña electoral, el acto de la pegada de carteles es la ceremonia inaugural de una liturgia que durante quince días amenazará la paz de los contribuyentes. Esa noche los políticos llevan a cabo el único trabajo manual que se les conoce, pegando carteles del partido provistos de cepillo y engrudo, tratando a su vez de que la ropa no les quede del todo inutilizable a causa de los lamparones. Deberían ponerse un mono azul con un pañuelo anudado cubriéndoles la cabeza, que es como los curritos de orden realizan esas labores para preservar la integridad de su ropa de calle, pero a los asesores de imagen les daría un ictus y no es cuestión de sobrecargar aún más las cuentas de nuestra sanidad.
Rodeados de pelotas por todas partes menos por una, para que la cámara de televisión saque un buen plano, los políticos que aspiran a la poltrona hacen en ese momento unas declaraciones todavía más prescindibles de lo que en ellos es habitual. Las televisiones dan cuenta de este acto inaugural como si algo realmente importante hubiera sucedido en España y a partir de aquí sálvese quien pueda, porque en estos quince días a la vuelta de cualquier esquina corre uno el riesgo de encontrarse con cualquier candidato estrechando manos y pidiendo el voto como un poseso.
A los mítines sólo acuden los que ya han decidido votar al partido que lo organiza, pero para estar presente en una pegada de carteles hace falta una mayor convicción porque, a diferencia del resto de actos electorales, es una convocatoria que se realiza a altas horas de la noche y, encima, a la intemperie. Tan sólo un nivel de fanatismo de carácter clínico, o la necesidad de dejarse ver por el candidato en un acto inclemente donde los haya, puede explicar la notable concurrencia de público que hemos podido ver en estas primeras imágenes que dan comienzo a la campaña electoral. Salvo en el caso de las candidaturas del PSOE fuera de Madrid, claro, en las que, por falta de público, entre los miembros de la candidatura han tenido que echarse una mano sujetando el cartel para que el otro le restregara la cola.
Si la fiesta de la democracia es el día en que los votantes acuden a las urnas, el arranque de la campaña electoral es el botellón previo que los más entregados llevan a cabo para ir preparando el cuerpo. Qué ejemplo para la juventud.
Pablo Molina
Félix Velasco - Blog
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