La máquina del tiempo, la que nos transportaría a través de los siglos, no está contemplada por la ciencia, lo cual supone un freno a las ensoñaciones de los humanos más imaginativos y audaces y un jarro de permanente agua fría para los que no ven límites en la capacidad de invención del Hombre. No obstante, usted se habrá planteado alguna vez a qué lugar del tiempo quisiera ir si ello fuese posible. La mayoría elige momentos de esplendor de su ciudad o su país y, habitualmente, al Jerusalén del siglo cero al objeto de saber todo lo que no sabe de Jesucristo. Unos viajarían al barco del que bajó Colón poco después de que Rodrigo de Triana gritara haber visto tierra; otros –yo mismo–, al día en que Cortés llegó al centro de México; otros, a conocer personalmente a Leonardo, aunque fuese haciéndose pasar por su lechero; otros, a la Roma imperial en una tarde cualquiera de circo; otros, al periodo en el que se construía la Ciudad Prohibida de la dinastía Ming en Pekín; y unos cuantos, muchos, al año en el que el Betis ganó su única liga. Pocos, en cambio, viajarían hacia el futuro, cuando, en puridad, es mucho más desconocido y apasionante: lo que ocurrió en el Descubrimiento o lo que inventó Da Vinci más o menos lo sabemos, pero no somos capaces de imaginar lo que habremos inventado dentro de trescientos años. De la misma forma que un gran científico que viviera en los albores del siglo XX hubiera sido incapaz de vaticinar que podría inventarse el teléfono móvil que permite conversar a un tipo de Sídney con uno de Almería en tiempo real, nosotros hoy tenemos cierta limitación –no tanta, es cierto– para imaginar la vida dentro de tanto tiempo habida cuenta de la progresión geométrica con la que avanza la ciencia. ¿Cómo será su ciudad en el año 2310? ¿Existirá? ¿El criterio conservacionista permanecerá o le dará a todo el mundo por derruirlo todo y crear un mundo nuevo? Sin embargo, algunas cosas sabemos: los científicos adelantan algunos de los escenarios futuros más inmediatos y queda claro que no habrá que esperar tres siglos para presenciar innovaciones espectaculares. Así que pasen unos años, por ejemplo, viajar dejará de ser una pesada espera y un largo recorrido entre lugares distantes: bien saliendo de la atmósfera o bien viajando dentro de ella, unir Moscú y Nueva York será cosa de menos de una hora; de hecho, algunos prodigios de la aeronáutica ya unen Tokio y Washington en sesenta minutos. Cuenta un diario chileno especialista en estas cuestiones que todo lo anterior es cosa de no más de diez años. Olvídense de las dieciocho horas hasta Shanghái que me estoy cargando en estos momentos y de lo que ya hablaremos la semana que viene. Los edificios ya no tendrán cables ni enchufes (los muros servirán de conductores electromagnéticos), las imágenes saldrán de la pantalla al modo de hologramas y las conversaciones en diferentes idiomas no serán problema al disponer de traductores simultáneos prácticamente perfectos. La medicina dará pasos de gigante –hasta ahora los ha dado la cirugía– y la reparación de tejidos dañados resultará accesible mediante las célebres `células madre´, la ceguera será un problema superado mediante ojos biónicos y las adicciones serán superadas con facilidad mediante el uso de vacunas de ultimísima generación. Las fuentes de energía habrán cambiado, dejarán de ser altamente contaminantes y la contaminación será cosa del pasado, es decir, de hoy. Conducir será infinitamente más seguro que hoy en día: vehículos inteligentes permitirán una suerte de piloto automático que hará posible hasta echarse un sueño entre Bilbao y Burgos. Todo ello es posible que no ocurra en todas partes y al mismo tiempo, ya que previsiblemente la velocidad de desarrollo padecerá desniveles territoriales, pero la distancia entre avance y retraso que hoy se marca claramente en el mapa sociopolítico de los países de la Tierra se acortará. Lo único que no nos dice la previsión científica es si el hombre será más feliz. Tendrá instrumentos que le harán la vida más agradable, pero no sabemos si será más justa, como esperamos y deseamos. Lo apasionante, pues, es conocer lo que nos espera, no sólo lo que nos precede.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog
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