La vicepresidenta Fernández de la Vega ha tildado de ‘retrógrados’ a quienes se oponen al aborto; y, acaso sin pretenderlo, ha dado en el clavo. ‘Retrógrado’, liberado de su carga despectiva, significa ‘que retrocede’. Se puede retroceder por cobardía; pero también por cordura, que es la expresión máxima de valentía. Retrógrados fueron, por ejemplo, los patricios que, en la época de máximo esplendor del Imperio Romano, empezaron a manumitir esclavos. La prosperidad de Roma se asentaba sobre la institución de la esclavitud, protegida por leyes que establecían que los esclavos eran individuos que, aun perteneciendo a la especie humana, no eran ‘personas’ en el sentido jurídico de la palabra; esto es, no se les reconocía capacidad para obligarse, y tampoco los derechos inherentes a tal condición. Los esclavos eran ‘bienes’ en propiedad de sus amos, como pudieran serlo un predio o una vaca; y tal consideración se extendía a sus hijos, pues según el principio admitido por casi todos los pueblos de la Antigüedad, el hijo concebido fuera de justas nupcias seguía la condición que tuviera su madre el día de su nacimiento. Entonces surgieron unos insensatos, inspirados por las predicaciones de unos zarrapastrosos que se proclamaban discípulos de un oscuro rabí galileo, que empezaron a manumitir esclavos, aduciendo que, más allá de los principios jurídicos establecidos por el derecho de gentes, existía un estado de naturaleza que permitía reconocer en cualquier ser humano una dignidad inalienable, nacida de su filiación divina. Y que tal condición natural era previa a su consideración de ciudadano romano, o a las circunstancias en que hubiese sido concebido. Aquellos insensatos causaron un daño gravísimo a la administración del Imperio; pues, al ‘retroceder’ a ese estado anterior a la vigencia del derecho de gentes, erosionaban los cimientos sobre los que se sustentaban el progreso material y la prosperidad de Roma. Cualquier patricio celoso del cumplimiento de las leyes –cualquier patricio ‘progresista’– podría haberlos tildado de ‘retrógrados’, como ahora hace la vicepresidenta con quienes se oponen al aborto.
‘Progresista’, según los códigos lingüísticos establecidos en nuestra época, es aquel que camina hacia delante, frente al retrógrado que se vuelve atrás. Pero quien camina, inevitablemente, se topa con bifurcaciones y encrucijadas; y, con frecuencia, toma el sendero equivocado. El retrógrado, entonces, decide reconocerlo y desandar el camino; pero nuestra época, engolosinada en su progresismo desnortado, en lugar de reconocer que se ha equivocado de camino, sigue hacia delante. Los promotores de la reforma del aborto aducen que la ley vigente se ha convertido en un ‘coladero’; y para evitar que la gente se siga ‘colando’, establecen un sedicente ‘derecho al aborto’. A esto nuestra muy progresista época lo llama ‘avanzar’; y sólo los retrógrados osan dar un paso atrás. Entre esos retrógrados se contaba, por ejemplo, el cineasta Pier Paolo Pasolini, a quien no me atreveré a calificar como prototipo de meapilas, que en un memorable artículo publicado en el Corriere della Sera, proclamaba: «Soy contrario a la legalización del aborto porque la considero una legalización del homicidio. Que la vida humana sea sagrada es obvio: es un principio anterior y más fuerte que cualquier principio de la democracia». A conclusiones semejantes llegaba el filósofo del Derecho Norberto Bobbio, cuya adscripción ideológica al socialismo era notoria: «Hay tres derechos en liza. El primero, el del concebido, es fundamental. Los otros dos, el de la mujer y el de la sociedad, son derivados. Además, y esto es el punto central, el derecho de la mujer y el de la sociedad, que son de ordinario esgrimidos para justificar el aborto, pueden ser satisfechos sin recurrir al aborto, es decir, evitando la concepción. Una vez ocurrida la concepción, el derecho del concebido sólo puede ser satisfecho dejándolo nacer. (...) Me sorprende que los laicos dejen a los creyentes el honor de afirmar que no se debe matar».
Pero Pasolini y Bobbio eran, sin duda, unos retrógrados de tomo y lomo, según los códigos lingüísticos empleados por la vicepresidenta Fernández de la Vega. A ellos, como a aquellos patricios insensatos que un día empezaron a manumitir esclavos, les corresponde el honor de retroceder hacia la cordura, que es la máxima expresión de valentía, en una época que avanza, engolosinada en su progresismo desnortado, hacia la locura. Pues locos son quienes, no contentos con extraviar el camino, deciden extraviar también el mapa.
Juan Manuel de Prada