sábado, 24 de enero de 2009

Obama y la Biblia


En Washington, la capital natural del Sur según los caballeros del algodón, Obama jurará hoy con la Biblia que usó Lincoln cuando había tranvías tirados por caballos. Lincoln mordía manzanas, padecía estreñimiento. Dice Gore Vidal que vestía de negro con camisas blancas impolutas; a pesar de su delgadez era tan fuerte como un buey. Juró el día 4 de marzo de 1861 en una plataforma de madera construida al este del Capitolio para evitar disparos. Dos años después le mataron. Pero hoy no es día de presagios; aún no han florecido las azaleas venenosas de la Casa Blanca.
Nada comparable al esplendor del Palatino, donde Virgilio decía a Augusto: «Gracias a ti, César, el buey vaga por el prado y los barcos navegan sin temor». Nada que se acerque a la adulación de Quevedo ante Felipe III: «Y en tus armas el sol desde su asiento/ mira su lumbre en rayos aumentados». Kissinger comenta que se tiene que ser un ególatra rico y sin trabajo para poder ser presidente.
El poder de Obama es casi ilimitado, aunque no haya para él silla en el Capitolio. El Despacho Oval, war room: controla miles de cabezas nucleares y millones de soldados. Una orden del Aire Force One son 100 terremotos. Los simples mortales caminaremos bajo unas largas piernas como las que retrató Shakespeare.
Llega con mujer, dos hijas, una suegra y un perro. La suegra vigilará a las becarias para que no hagan fellatios; como la de Truman, le recordará que hay gente con más talento que él. No necesitará del esclavo que le susurre al oído.
Estamos viviendo una revolución. Los que llegaron a América con argollas han conquistado la Casa Blanca que construyeron bajo látigos hasta que llegó Lincoln, aunque me recuerda Aquiles que el primer liberador fue un jesuita catalán llamado Pedro Claver; antes de que el ‘Che’ visitara las leproserías, el apóstol de leprosos y negros hizo sermones diciendo que era pecado cambiar a hombres por mulas. Su estatua en Cartagena de Indias se ha ennegrecido con la brisa. Dicen los negros: «Es que el santo nunca fue blanco».
Obama, ecologista, teme a los glaciares rugientes, cree con Whitman que una brizna de yerba no es menos que el camino de las estrellas. Monógamo y creyente, bebe agua cruda. Un extraño le ofreció whisky a Lincoln, que siempre está sentado en piedra; dijo no. Le ofreció tabaco, de mascar; dijo no: «Siempre he observado -comentó el extraño- que los hombres de condenadamente pocos vicios tienen condenadamente pocas virtudes».
La Biblia: primera en la frente. No ha pensado como Ian McKellen que la Biblia debería tener una faja en la cubierta que dijera: «Esto es una obra de ficción». ¿Acaso va a defender el creacionismo de los sepulcros neo-con más allá del sol?
Raul del Pozo
Félix Velasco - Blog