Mi amigo, empresario sevillano de prestigio, denomina al fenómeno “la falsa”. En una sola palabra sintetiza la mentira (falsedad) y la farsa (engaño). Venimos de ver cómo se terminó la fiesta orgiástica del derroche y la codicia, y estamos ahora apenas iniciando la otra fiesta, que pondrá encima de la mesa, y tal vez en nuestras calles, toda la mala leche que ha condensado este país a lo largo de 30 triunfales años. No es fácil explicar mi pronóstico, pues son muchos los que no han percibido que fueron engañados por sus dirigentes, mentidos por sus gobernantes y abandonados por supuestos líderes de la sociedad civil, que ni son líderes, ni tal vez merezcan la pertenencia a esa sociedad civil. En esta gran farsa nadie ocupa el lugar que le corresponde, empezando por el propio Zapatero que acudió el día 11 de diciembre a una CEOE perpleja ante su reconocimiento de haberse equivocado en la valoración de la crisis. Falso: quiso equivocar a la gente para que cayeran en el error de votarle en las pasadas elecciones. Y ahora el pueblo se despierta ya demasiado tarde, cuando no hay remedio. Hemos transitado de la bacanal carnavalesca a la Cuaresma, y muy pronto al ayuno y abstinencia involuntarios. Y para resucitar de la miseria en que nos encontramos, los curas tendrán la culpa de todo, pues una dosis masiva de laicismo nos amenaza como remedio. Esto es “la falsa”, la mentira y el despropósito.
Parece poco probable que el gobierno gobierne. Es evidente que la oposición no se opone. Nada indica que los bancos y banqueros estén diciendo la verdad de cuanto sucede, ni que los que suspenden los pagos (o entran en concurso) estén de verdad arruinados (¿Qué se hizo, señores constructores, asombro ayer de Europa, de sus ingentes ganancias?); ni que los empresarios tengan en CEOE un presidente con reaños, si él mismo está a merced de la caridad del gobierno que debe librarle del infierno de Aerolíneas Argentinas. Los partidos políticos son a su vez un festival de cinismos, de inconsecuencias, de dobleces, de artimañas para desterrar a los mejores, pues quieren la tarta para sus mediocres. Observar a algunos de ellos, y si es nacionalista aún más, cómo se organizan sus estrategias para encubrir sus auténticas intenciones, invita al vomitorio. ¿Por qué no se quitan las caretas? ¿Por qué no dicen, como Joan Tardà, lo que en verdad piensan? ¿Por qué la “casa común del catalanismo” no desvela lo que quiere inducir a figurarse? ¿Por qué no se le pide a la Monarquía que se vaya y así nos repartimos todos el botín de una España lamentable? ¡Ay!, la Memoria histórica…
La reforma constitucional es una fantasmagoría que trata de hallar vericuetos para alcanzar donde las ambigüedades vascas y catalanas tratan de llegar. La reforma es necesaria, pero tal vez por la razón opuesta a la de los partidos nacionalistas. Su grado de inoportunidad es absoluto al mezclarse con una crisis social y política sin precedentes que llama ya a nuestra puerta. Albergo serias dudas de que los próximos comicios aclaren el horizonte; y no me faltan reservas acerca de la aptitud de los próximos comicios electorales para resolver nuestros gravísimos problemas. En todo caso seguiremos votando dentro de la farsa, con una ley electoral que trastoca la voluntad del pueblo, que favorece descaradamente a las minorías y a los nacionalismos. Por lo demás, si quienes se sitúan en las listas no dicen en verdad qué son, quienes son, a qué secretas organizaciones pertenecen, estaríamos siendo estafados en lo más sagrado del sistema democrático: la identidad del votado. Por lo tanto la reforma imprescindible es la de la ley electoral. Una ley nueva que le permita al pueblo elegir al que guste, porque le gusta y porque le otorga su confianza con el susodicho compromiso. No como ahora que la voluntad del elector queda sometida al mediocre, al tonto útil, que Pepiño Blanco o Javier Arenas (tanto monta, monta tanto) quieran imponer en las prioridades de la lista. ¿No estaríamos ante un falseamiento de la estricta voluntad del elector, forzado a votar a quien no conoce, ni siquiera sabe si va a misa o a la tenida de la logia? A los primeros se les ve, se les oye en las iglesias. A los segundos, ni se saben quienes son, ni se les identifica, aunque su voluntad se manifieste luego en la farsa de la gobernación que nos desgobierna.
Que el Dios de los cristianos, o el Gran Arquitecto de los masones nos pille confesados ante lo que llega en el año 2009. los acontecimientos de Grecia son sólo un aperitivo. Los de Bombay, algo más que un dato alarmante. Los de los muchachos de la universidad, un ensayo general, camino del final de esta gran farsa, en el que sólo entonces se desvelará el objetivo de algunos más allá del engaño. Me queda todavía una reflexión de San Pablo a los Corintios: “Hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los jefes de este mundo, abocados a la ruina” (I Cor. 2,6). Si alguien hoy visita Corinto, en Grecia sólo hallará tres columnas y un dintel en la colina. De aquella gran ciudad no quedan ni ruinas, sólo la memoria.
Parece poco probable que el gobierno gobierne. Es evidente que la oposición no se opone. Nada indica que los bancos y banqueros estén diciendo la verdad de cuanto sucede, ni que los que suspenden los pagos (o entran en concurso) estén de verdad arruinados (¿Qué se hizo, señores constructores, asombro ayer de Europa, de sus ingentes ganancias?); ni que los empresarios tengan en CEOE un presidente con reaños, si él mismo está a merced de la caridad del gobierno que debe librarle del infierno de Aerolíneas Argentinas. Los partidos políticos son a su vez un festival de cinismos, de inconsecuencias, de dobleces, de artimañas para desterrar a los mejores, pues quieren la tarta para sus mediocres. Observar a algunos de ellos, y si es nacionalista aún más, cómo se organizan sus estrategias para encubrir sus auténticas intenciones, invita al vomitorio. ¿Por qué no se quitan las caretas? ¿Por qué no dicen, como Joan Tardà, lo que en verdad piensan? ¿Por qué la “casa común del catalanismo” no desvela lo que quiere inducir a figurarse? ¿Por qué no se le pide a la Monarquía que se vaya y así nos repartimos todos el botín de una España lamentable? ¡Ay!, la Memoria histórica…
La reforma constitucional es una fantasmagoría que trata de hallar vericuetos para alcanzar donde las ambigüedades vascas y catalanas tratan de llegar. La reforma es necesaria, pero tal vez por la razón opuesta a la de los partidos nacionalistas. Su grado de inoportunidad es absoluto al mezclarse con una crisis social y política sin precedentes que llama ya a nuestra puerta. Albergo serias dudas de que los próximos comicios aclaren el horizonte; y no me faltan reservas acerca de la aptitud de los próximos comicios electorales para resolver nuestros gravísimos problemas. En todo caso seguiremos votando dentro de la farsa, con una ley electoral que trastoca la voluntad del pueblo, que favorece descaradamente a las minorías y a los nacionalismos. Por lo demás, si quienes se sitúan en las listas no dicen en verdad qué son, quienes son, a qué secretas organizaciones pertenecen, estaríamos siendo estafados en lo más sagrado del sistema democrático: la identidad del votado. Por lo tanto la reforma imprescindible es la de la ley electoral. Una ley nueva que le permita al pueblo elegir al que guste, porque le gusta y porque le otorga su confianza con el susodicho compromiso. No como ahora que la voluntad del elector queda sometida al mediocre, al tonto útil, que Pepiño Blanco o Javier Arenas (tanto monta, monta tanto) quieran imponer en las prioridades de la lista. ¿No estaríamos ante un falseamiento de la estricta voluntad del elector, forzado a votar a quien no conoce, ni siquiera sabe si va a misa o a la tenida de la logia? A los primeros se les ve, se les oye en las iglesias. A los segundos, ni se saben quienes son, ni se les identifica, aunque su voluntad se manifieste luego en la farsa de la gobernación que nos desgobierna.
Que el Dios de los cristianos, o el Gran Arquitecto de los masones nos pille confesados ante lo que llega en el año 2009. los acontecimientos de Grecia son sólo un aperitivo. Los de Bombay, algo más que un dato alarmante. Los de los muchachos de la universidad, un ensayo general, camino del final de esta gran farsa, en el que sólo entonces se desvelará el objetivo de algunos más allá del engaño. Me queda todavía una reflexión de San Pablo a los Corintios: “Hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los jefes de este mundo, abocados a la ruina” (I Cor. 2,6). Si alguien hoy visita Corinto, en Grecia sólo hallará tres columnas y un dintel en la colina. De aquella gran ciudad no quedan ni ruinas, sólo la memoria.
Manuel Milián
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