martes, 21 de febrero de 2017

Las elecciones se han convertido en un obstáculo para la democracia.


El filósofo belga David van Reybrouck explica cómo superar la crisis política e institucional de confianza de los ciudadanos recurriendo al sorteo ateniense
La democracia está en crisis. Y cada vez son más los indicadores que apuntan a ello: una abstención en las elecciones cada vez más alta, los resultados electorales cada vez más volátiles, la pérdida de afiliados constante por parte de los partidos, la incapacidad de la Administración, la debilidad política, el temor a las urnas por parte de quien gobierna, la desafección de los ciudadanos, la dificultad para encontrar nuevos políticos, la fiebre por la campaña electoral, el afán compulsivo de protagonismo, el estrés de los medios de comunicación o la indiferencia de los votantes. Marine Le Pen tiene posibilidades de competir por el Elíseo. Mientras, Donald Trump ya ejerce desde el Despacho Oval. Todo esto es lo que David van Reybrouck, un filósofo belga, define como el «síndrome de la fatiga democrática». La causa, según apunta en su libro «Contra las elecciones. Cómo salvar la Democracia», es «consecuencia normal de la santificación del sistema representativo electoral». En su opinión, después de dos siglos utilizando los comicios, empieza a advertirse un desgaste acelerado. ¿Podría haber otro tipo de democracia que no se basara en limitarse a votar cada cuatro o cinco años? A eso dedica su libro, que traducido a diecisiete idiomas y con varias ediciones, lo va a llevar al Parlamento alemán a exponer sus ideas y, quién sabe, si a sembrar allí la idea que defiende: «Las elecciones se han revelado como un proceso totalmente antidemocrático».
El periodista José María Carrascal apuntaba en La Tercera de este mismo medio el jueves 9 de febrero que «la democracia ya no es garantía de buen gobierno. Puede ser tan destructiva y corrupta como la dictadura (...) extendida a partidos y organizaciones afines, con lo que la corrupción se generaliza». A lo que añadía que «a estas alturas de la historia podemos decir que la democracia en sí no garantiza un buen gobierno». Para el filósofo belga, gran parte de este problema es que la única manera de intervenir de los ciudadanos en la política es mediante una papeleta cada cuatro años.
«Ha habido muchos análisis que dicen que la cupa es de la gente, o de los políticos, o de los partidos… pero nunca se oye decir que la culpa es de los procedimientos, y los procedimientos son problemáticos», señala a ABC durante su visita a Madrid van Reybrouck. Después explica que hace casi doscientos años, Tocqueville viajó de Francia a Estados Unidos y ya en 1830 apuntó el problema que después sufrirían los políticos cada vez más acusado. Se encontró con que los meses previos a las elecciones, el aire estaba enrarecido y el país paralizado. ¿Por qué se ha vuelto ahora un problema? «A diferencia de hace unos años, la gente cada vez se interesa más en la política pero desconfía más del sistema. Las redes sociales han cambiado el panorama: nos facilitan la comunicación, y la tensión va en aumento», comenta, y utiliza una metáfora, de esas tan presentes en sus trabajos, para explicarlo: «Es como si todos los votantes estuvieran en enormes campos de fútbol y los políticos fueran los jugadores, que se pelean y debaten mientras la gente mira, pero les separa un cristal. Cada cuatro años pueden ir a votar, pero en ese tiempo anterior, todos los gritos que han lanzado contra los políticos han chocado contra el cristal, no han influido nada en lo que pasa en el campo. Tenemos que encontrar formas de canalizar esa rabia, porque en el fondo tiene algo positivo».
Su propuesta se basa en los procedimientos ya aplicados hace más de dos mil años en Atenas. Entonces el sorteo era indiscutiblemente el procedimiento más democrático de todos. En la actualidad, «el Parlamento podría ser la cámara en la que hay ciudadanos escogidos a través de las elecciones y el Senado podría ser el lugar en el que están los políticos escogidos por sorteo», comenta este especialista. Pero, ¿de dónde debería partir esta iniciativa que otorga tanto poder a los ciudadanos? En su opinión, cuando los partidos políticos están considerados como unas instituciones tan corruptas, deberían ser ellos mismos quienes propusieran, escalonadamente, iniciativas para que los ciudadanos participen en la democracia. Irlanda, Islancia y Holanda ya lo han hecho: han encargado a varios ciudadanos, por sorteo y remunerados que redacten leyes específicas, que, en todos los casos, tienen que ver con una reforma de la constitución o de algunos artículos concretos. Se reúnen una vez al mes y tienen derecho a que los informen expertos para poder deliberar. El último paso lo tiene el Gobierno que se toma sus recomendaciones como vinculantes o no para debatirlas en el parlamento.
¿De qué se encargarían estos ciudadanos de un hipotético Senado elegido por sorteo? De la «constitución líquida», defiende van Reybrouck. «En la democracia actual y la española en concreto tenemos la Constitución, que va a servir para los próximos doscientos años, y acuerdos de gobierno que van a durar cuatro, pero no hay ningún documento para los próximos veinte años; sería muy interesante que este nuevo órgano se encargara de elaborar las prioridades. Sería muy positivo para los ciudadanos españoles si ellos mismos fueran los autores de uno de los documentos más importantes, que está entre la Constitución y los acuerdos gubernamentales».
«Lo curioso es que en España utilizáis todos los días un sistema parecido al sorteo, que se llama encuestas de opinión, y lo hacéis de la peor forma posible», comenta el filósofo. «En Irlanda la gente no comenta sus problemas, cuelga el teléfono o dicen lo que les sale en ese momento, a pesar de que el resultado de esa encuesta influirá en decisiones políticas», dice. Utiliza el caso de las encuestas que apuntaban a la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea y la victoria de Hillary Clinton en Estados Unidos: «Tenemos que encontrar mejores formas de dar voz a la gente. La democracia es el gobierno en el que la gente decide, y las elecciones y los referéndums son una forma, pero el sorteo, aunque suene raro, es quizá la forma más inteligente de reformar esa democracia».
Hacia la dictadura de las elecciones
Las elecciones se ponen de moda en el siglo XVIII, con el triunfo de la Revolución francesa, que «no fue el final de la aristocracia y el principio de la democracia, a pesar de lo que nos enseñaron en el colegio. Ellos querían empezar una mejor aristocracia, que no fuera hereditaria, sino electa, y las elecciones eran la mejor forma de que esta aristocracia fuera posible», comenta. Las elecciones, a finales de este siglo, legitimizaron este mandato electoral. Pero el derecho a votar solo lo tenía la élite («que comparte la misma raíz etimológica, curiosamente que elecciones»). «En lo profundo de nuestra democracia representativa actual hay un procedimiento elitista y necesitamos democratizar la democracia. La mejor forma es involucrando a las personas en la toma de las decisiones, y la manera más justa de hacerlo es a través de sorteo», sentencia. En su opinión, las personas elegidas por sorteo son más libres que los políticos electos porque no tienen que preocuparse de ganar las próximas elecciones y no se tienen que ceñir a las normas del partido.
«Fundar un nuevo partido no basta para resolver la crisis de la democracia. A nivel europeo tenemos el ejemplo de Varoufakis, el antiguo ministro griego, del DiEM-25 (Democracy in Europe Movement 2025); una especie de Podemos a nivel europeo. Estoy de acuerdo en que hay un déficit democrático, pero resolverlo con un nuevo partido no es suficiente, porque no deja de ser seguir con una democracia representativa». Y vuelve a poner una metáfora, esta vez alimenticia: «Si la democracia representativa es una especie de sopa, para que tomen las decisiones hay que seleccionar qué utilizar de esa sopa. Las elecciones serían el cucharón que tiene agujeros, donde solo sale elegida la élite. Sugiero que en el sorteo se utilice el cucharón de siempre, el que no tiene agujeros, para obtener un poco de todo», y vuelve a Varoufakis para sugerir que el político griego está empeñado en utilizar el cucharón tradicional de las elecciones.
Su propuesta, aunque en España suene descabellada, cada vez tiene más aceptación entre los políticos europeos. «Si fuera el presidente de un partido político en España y viera que hasta el 80 por ciento de los españoles creen que los partidos son corruptos y cómo la gente desconfía del sistema, me lo tomaría muy en serio y haría todo lo posible para recuperar la confianza de los ciudadanos. Pero los políticos españoles de ahora son como los belgas de hace cinco años: les duele un poco una muela pero no van al dentista porque les va a doler, esperando que al final la caries no salga. Pero al final acabará saliendo».
Félix Velasco - Blog

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