sábado, 26 de marzo de 2016

La voltereta


Convergència no se hizo independentista por convicción sino porque Mas creyó que de este modo remontaría las encuestas adversas y se mantendría en el poder. La primera desviación se produjo en 2012, y durante los siguientes tres años, empujados hacia el abismo por ERC y por un progresivo derrumbe electoral en favor de los republicanos, los convergentes se fueron radicalizando y arrinconando, de modo que el partido gallo de la política catalana, capaz de pactar con todas las gallinas, se fue poco a poco convirtiendo en una gallina más, y no en una de las más atractivas, precisamente. Fue tal el despropósito, que a la gallina convergente le cortaron la cabeza –Mas– pero como hacen algunas gallinas cuando son decapitadas, continuó corriendo por inercia nerviosa, y ahora tenemos este Puigdemont agitado, que no lleva a ninguna parte, y que intenta salvar inútilmente a Convergència del naufragio.
Algunas veces escribí que Mas era gafe y me acusaron de ser demasiado coloquial, pero exactamente como predije, este hombre, con sus propias decisiones y sin que de la nada surgiera un líder carismático y alternativo, ha acabado arruinando su carrera política y la hegemonía de su partido en Cataluña.
Las presuntas redefiniciones ideológicas de los convergentes no son tales. Se trata de meros trucos de maquillaje para intentar engañar a la vez al votante que les queda y al votante que se les fue, porque Convergència no tiene ninguna otra ideología que permanecer en el poder. Así, mientras parece renunciar a la independencia automática y regresar a la idea del referendo y del pacto con España; le exige a Esquerra, netamente independentista, que de repetirse las elecciones generales, concurran con ellos en una candidatura única, en tanto que las encuestas sugieren que el partido de Junqueras podría ampliar su ventaja respecto del pobre Quico Homs y pasar del 9 a 8 actual a un mucho más abultado 10 a 6.
Mas creyó un día de 2012 que si perseveraba en sus excelentes políticas de austeridad, perdería la Generalitat, y así recurrió a la épica secesionista. Hoy su partido entiende que no tiene ni la fuerza electoral ni la política para lograr la independencia, y así recula en busca de alguna fórmula que le permita remontar, o como mínimo disimular la derrota.
No son las ideas, es el cinismo. No es Cataluña, es el poder. No es el nacionalismo, es el oportunismo más rastrero y ajeno a cualquier convicción, que busca renacer aunque sea de las migajas para perpetuar su negocio y su trama, y su modo de vivir de la política catalana.
Si a Mas le juraran que con un giro autonomista volvería a ser presidente y con mayoría absoluta, volvería a hacer la voltereta, que es lo que ha hecho durante toda su vida.
Salvador Sostres
Félix Velasco - Blog

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