lunes, 4 de enero de 2016

El primer español que lo tuvo todo


La generación de frívolos

Artur Mas (Barcelona, 1956) tiene la edad de mis padres y son los primeros españoles que lo tuvieron todo. Fueron frívolos e inconsistentes, entre la resistencia de nuestros abuelos y el camino arrasado y solitario que nos han dejado. Demasiado bienestar, demasiado excedente. Demasiadas carreras frente a los grises y Franco se les murió en la cama; demasiada épica de supermercado. Demasiado pecado en nombre de una libertad que nunca entendieron y siempre devaluaron. Mis padres y Mas son una sombra y se confunden entre el polvo como las figuras del fantasma. Siempre han vivido de dar lecciones y se ofenden cuando vamos a reclamárselas. 

El contable con ínfulas

Ahí está Cataluña, con las instituciones arrasadas por un contable con ínfulas que prefirió su vanidad a proteger la más elemental dignidad del pueblo al que tanto dice amar. Mas no tiene el nivel político, institucional ni moral para el cargo que ostenta. Ha tratado a los catalanes como el niño caprichoso trata a la mascota que le traen los Reyes. Con histérica pasión al principio, y con desdén e indiferencia al cabo de los días, hasta que un día muere por haberla hecho participar en un juego temerario. 

El gafe 

Todo lo que Mas ha tocado lo ha convertido en naufragio. Con él, Convergència pasó por vez primera a la oposición, y no solo una legislatura, sino dos. De todos los catalanes que tienen dinero en Suiza, va y encontraron a su padre. Dramáticamente confundido por una manifestación, adelantó sus elecciones para hacerse con la mayoría absoluta, y en lugar de ganar los 6 diputados que le faltaban, perdió doce y se quedó en manos de Esquerra. En 2014, ERC le ganó unas elecciones a Convergència –las europeas–, y eso no sucedía desde la recuperación de la democracia. Luego CiU se rompió, Mas forzó a Junqueras a la candidatura unitaria (Junts pel Sí) y además de perder 9 escaños respecto de la suma de los dos partidos en las últimas elecciones (50+21 contra 62) se quedó a un escaño de poder ser investido con la abstención de la CUP. 

El imprescindible

En su falsa modestia, Mas sostuvo siempre que podía «encabezar o cerrar» la candidatura unitaria de Junts pel Sí, cuando todavía no estaba pactada e intentaba que Junqueras sucumbiera. Pero a pesar de ir de número 4, exigió ser el presidenciable, y ante las sucesivas negativas de la CUP a investirle –ayer fue solo la última–, insistió en mantenerse como candidato en nombre de las más sonrojantes mentiras, como por ejemplo que él es la cara internacional del «procés», cuando nadie le conoce ni en Europa ni en el resto del mundo, y los pocos que saben quién es, le consideran un mequetrefe entrometido que dificulta el crecimiento económico de España y trata de poner en riesgo la integridad de un Estado miembro. Mas ha reducido las esperanzas independentistas a un agónico y estéril debate sobre su persona y su protagonismo. Y lo ha perdido aparatosamente.

El flautista sin ratoncillos 

Después de tantas lecciones de democracia impartidas a España, y muy concretamente al presidente Rajoy, Mas no tuvo el valor de convocar el referendo secesionista que tanto prometió, perdió el «plebiscito» en el que él mismo convirtió –al modo de los caudillos– las elecciones autonómicas del pasado 27 de septiembre, y también como los caudillos no reconoció su derrota. Ayer la CUP le aterrizó a su realidad de flautista sin ratoncillos, de demócrata de baja estofa, de líder desfigurado por su arrogancia y abandonado por la mayoría de su pueblo.

El verdugo 

Aunque Mas pretenda presentarse como víctima de la última decisión de la CUP (ya veremos si la definitiva), es el único culpable de que hayamos llegado hasta aquí. Ni Mas es independentista ni puede quejarse de lo bien que le ha ido en España. Tanto a él como a sus familiares. Pero para mantenerse en el cargo, ha ido defendiendo posiciones cada vez más extremas y grotescas con las que pensaba ganarse el favor de los partidos de izquierda, así como de la masa, iracunda y desorientada. Al final, la izquierda (Esquerra) y la extrema izquierda (Podemos y CUP) se han quedado con sus votos y le han despachado. Y en breve cambiarán la urgencia separatista por la emergencia social, de modo que Mas, no solo se ha cargado el centro derecha, sino que ha dejado a Cataluña en manos de socialistas y comunistas, en la clase de desastre que nos acaban siempre procurando los iluminados que vienen a salvarnos. Pero es cierto: no es nada que los catalanes no merezcamos, por tal como nos hemos comportado. 

En este último espejo se ve, al fondo, el reflejo de lo que Pedro Sánchez, si se continúa equivocando, podría hacer que le ocurriera también al conjunto de España.
Salvador Sostres
Félix Velasco - Blog

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