Las epidemias favorecen la regresión de las multitudes a la fase de pensamiento mágico que ve en todo contacto una posible emisión de flujos contaminantes. La gente se olvida de lo que es un virus, si alguna vez lo supo, y cifra la causa de la enfermedad en la malevolencia de agentes humanos encabronados con el resto del mundo: quizás enfermos que no se resignan a su suerte e intentan vengarse contagiando, quizás espías de potencias enemigas, o brujas, o frailes, o moros o judíos. Desaparece la confianza mínima en el vecino, exigible para coexistir sin violencia, y que, si no se restaurase, haría saltar todos los consensos. Pero no hay que ponerse trágicos. Generalmente se restaura gracias al mecanismo infalible de la víctima propiciatoria, chivo expiatorio o como se le quiera llamar, que consiste en designar aleatoriamente un culpable y dirigir contra él toda la agresividad del grupo. Por lo general, el designado es inocente, o, si tiene alguna culpa, no es mayor que la de cualquier miembro de la muchedumbre linchadora. Pero eso no importa. Lo importante es que el mecanismo funcione, y suele funcionar. No para terminar con la epidemia, claro está, pero sí para calmar la furia de la masa aterrada."
Jon Juaristi
Félix Velasco - Blog
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