YA sé que no le han dado el Nobel de la Paz exactamente por espabilada, pero a mí es lo que más me admira de Malala y me llena de esperanza en estos días tan feos y marcados por la escasez de inteligencia en tantos adultos con toda clase de honores, títulos, cargos y responsabilidades. Me impresiona la total clarividencia de una niña en medio de una realidad sórdida y hostil para comprender la importancia que tenía acceder a la escolarización que se le negaba; «lo claro que lo tenía todo» en su cabecita a tan temprana edad y cómo esa claridad ha sabido abrirse camino en la oscuridad de sus desalentadoras circunstancias y de las más intimidatorias amenazas. Cómo no conmoverse ante la historia de ese blog que abrió a los trece años con un pseudónimo para la BBC y en el que se puso a contar su vida bajo el régimen de los talibanes. Cómo no quedarse pasmado ante esa mirada de lista que se ha impuesto sobre la precariedad, la bestialidad, la ignorancia y el fanatismo. Cómo no sorprenderse ante el caso de una cría del Tercer Mundo que se tuvo que jugar la vida para conquistar el derecho a ser educada y disfrutar de un bien básico cuando, en un país del Primer Mundo como el mío, una generación que ha accedido a la enseñanza gratuita ofrece tan tristes datos de fracaso, abandono y desaprovechamiento escolares. El último informa PISA, el de este año, levanta acta notarial del bajo resultado de los estudiantes españoles en lo que se refiere a comprensión lectora, a capacidad matemática y a resolución de problemas sencillos como el de encontrar en un mapa de carreteras la ruta más corta o el de comprar el billete más barato que combine metro, autobús y tren para ir de un lugar a otro.
Hemos creado en nuestro país gentecilla que se cree que con quince años ya no tiene nada que aprender en la vida y que lo sabe todo. El dinero fácil que propició la burbuja inmobiliaria, hoy reventada, contribuyó en una importante medida a ese desaguisado pedagógico. Malala, que viene de un país pobre y en guerra, contrasta con esa realidad de nuestro desarrollo. Yo no sé si ella podría entender a nuestros desmotivados escolares. Yo le pediría que les diera alguna clase particular además de luchar en la ONU por la educación universal. A Malala le llegó la noticia del Nobel cuando estaba en la escuela, en ese sitio que ella aún valora a sus diecisiete años y que considera privilegiado.
Malala es una esperanzadora noticia. Como lo es Kailash Satyarthi, el activista indio que ha luchado contra la explotación del niño. Lo es el Nobel de la Paz de este año que se ha fijado en la infancia y en dos personas concretas. A veces el Nobel premia más a las causas que a las personas y éstas luego le salen ranas. No parece ése el caso de Malala, que, siendo una lección viviente, quiere seguir aprendiendo. No estaría mal que se nos pegara algo de ella a los pequeños y a los mayores. No sé por qué me da que lo único que hará a este país salir de la crisis es la malalez.
Iñaki Ezkerra
Félix Velasco - Blog
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