jueves, 12 de diciembre de 2013

Flirteo planetario

El improvisado flirteo de Obama con la primera ministra danesa ha eclipsado el estudiado ritual de cortejo diplomático con Raúl Castro
MÁS que un acontecimiento de política global, como lo definen los analistas circunspectos, el multitudinario funeral de Mandela ha acabado convertido en una especie de cachondeo planetario. Y no tanto por el sentido desdramatizador del cantarín ritual africano, ni por el inverosímil y audaz impostor que traducía al lenguaje de sordos haciendo las señas delporompompero, como por las repercusiones mediáticas universales de los coqueteos de Obama y el manifiesto ataque de cuernos de su señora esposa. El improvisado flirteo con la ministra danesa ha eclipsado, dónde va a parar, el estudiado ritual de cortejo diplomático con Raúl Castro. Y es probable que el cabreo nada disimulado de la primera dama le importe al presidente más que el encolerizado rebote del lobby cubano de Florida. Al fin y al cabo a los de Miami no los tiene que aguantar en casa.
Obama es un líder perfecto cuando actúa bajo guión. Tiene estrategas fantásticos, escritores de lujo que le hacen discursos deslumbrantes, y sabe darle al libreto el registro adecuado de solemnidad carismática. Su alocución fue de largo lo mejor de las plúmbeas exequias del Soccer City; no sólo por el medido latigazo que soltó –para compensar el gesto de deshielo físico con el castrismo– a los dictadorzuelos que toman en vano el honorable nombre del gigante muerto, sino por ese fabuloso quiebro final de empatía al repleto graderío huérfano de amparo moral: «Gracias por dejarnos compartir a Mandela». Con una pauta delante no tiene rival; es el mejor comunicador del siglo. El problema viene cuando ha de gobernar con una oposición correosa y poco proclive a dejarse engatusar por su apostura retórica... o cuando le sientan una rubia al lado. Ese detalle no lo habían previsto los asesores que llegaron a estudiar hasta el recorrido que conducía al hierático y siniestro hermano de Fidel Castro.
Y claro, una rubia es siempre una rubia. Esta, la señora Helle Thorning Schdmit, tiene nombre y aspecto de diosa nórdica, un fémur más largo y prometedor que el del homínido de Atapuerca y una sonrisa como para atracar un banco desarmando a los guardias. El galanteo fue flagrante y las cámaras lo globalizaron junto al arrobo tontorrón de un Cameron embobado por salir en la fotito del móvil. Como globalizaron la celotipia de Michelle y su tajante decisión de marcar territorio cambiando de asiento al marido casquivano. El comandante en jefe ya sabe quién manda en la Casa Blanca.
Quizá Mandela merecía algo más serio que esta eclosión adolescente de los amos del mundo. O tal vez le hubiese divertido –él era un mujeriego compulsivo– toda esa frivolidad tan mundana en sus honras fúnebres, el verdadero acontecimiento planetario que soñó Leire Pajín para un ZP que, mecachis, con la de estupendas frases huecas que hubiera podido soltar en la ocasión, no estaba invitado. Sí estaba, o se coló, Corina, cómo no. Pero esta hace de las suyas más en privado.
MÁS que un acontecimiento de política global, como lo definen los analistas circunspectos, el multitudinario funeral de Mandela ha acabado convertido en una especie de cachondeo planetario. Y no tanto por el sentido desdramatizador del cantarín ritual africano, ni por el inverosímil y audaz impostor que traducía al lenguaje de sordos haciendo las señas delporompompero, como por las repercusiones mediáticas universales de los coqueteos de Obama y el manifiesto ataque de cuernos de su señora esposa. El improvisado flirteo con la ministra danesa ha eclipsado, dónde va a parar, el estudiado ritual de cortejo diplomático con Raúl Castro. Y es probable que el cabreo nada disimulado de la primera dama le importe al presidente más que el encolerizado rebote del lobby cubano de Florida. Al fin y al cabo a los de Miami no los tiene que aguantar en casa.
Obama es un líder perfecto cuando actúa bajo guión. Tiene estrategas fantásticos, escritores de lujo que le hacen discursos deslumbrantes, y sabe darle al libreto el registro adecuado de solemnidad carismática. Su alocución fue de largo lo mejor de las plúmbeas exequias del Soccer City; no sólo por el medido latigazo que soltó –para compensar el gesto de deshielo físico con el castrismo– a los dictadorzuelos que toman en vano el honorable nombre del gigante muerto, sino por ese fabuloso quiebro final de empatía al repleto graderío huérfano de amparo moral: «Gracias por dejarnos compartir a Mandela». Con una pauta delante no tiene rival; es el mejor comunicador del siglo. El problema viene cuando ha de gobernar con una oposición correosa y poco proclive a dejarse engatusar por su apostura retórica... o cuando le sientan una rubia al lado. Ese detalle no lo habían previsto los asesores que llegaron a estudiar hasta el recorrido que conducía al hierático y siniestro hermano de Fidel Castro.
Y claro, una rubia es siempre una rubia. Esta, la señora Helle Thorning Schdmit, tiene nombre y aspecto de diosa nórdica, un fémur más largo y prometedor que el del homínido de Atapuerca y una sonrisa como para atracar un banco desarmando a los guardias. El galanteo fue flagrante y las cámaras lo globalizaron junto al arrobo tontorrón de un Cameron embobado por salir en la fotito del móvil. Como globalizaron la celotipia de Michelle y su tajante decisión de marcar territorio cambiando de asiento al marido casquivano. El comandante en jefe ya sabe quién manda en la Casa Blanca.
Quizá Mandela merecía algo más serio que esta eclosión adolescente de los amos del mundo. O tal vez le hubiese divertido –él era un mujeriego compulsivo– toda esa frivolidad tan mundana en sus honras fúnebres, el verdadero acontecimiento planetario que soñó Leire Pajín para un ZP que, mecachis, con la de estupendas frases huecas que hubiera podido soltar en la ocasión, no estaba invitado. Sí estaba, o se coló, Corina, cómo no. Pero esta hace de las suyas más en privado.
Ignacio Camacho
Félix Velasco - Blog

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