Por una serie de circunstancias que no vienen al caso, esta semana he tenido oportunidad de ver la tele por las mañanas y asomarme a una ventana por la que no miro nunca. Me refiero al `mundo´ que para nosotros están construyendo los medios de comunicación, con su particular escala de valores, su hit parade, digámoslo así, de lo que está bien y lo que no, de lo que gusta y lo que no. Y tan espeluznada he salido que corro a comentarlo con ustedes. Por lo visto, y para empezar, todas las `noticias´ que tratan dichos programas necesariamente han de ser lo más esperpénticas posible, como si de una inacabable parada de monstruos se tratara. Así, en un mismo programa he podido ver los siguientes scoops: una autodenominada bruja llamada Aramís Fuster que –antes muerta que sencilla– lucía, a las once de la mañana, vestido largo con miriñaque de color azul eléctrico a lo María Antonieta (sic) coronado de coquetón sombrerito minúsculo sobre peluca de rizos verde. Sin embargo, no era el traje lo que llamaba la atención. Lo más sorprendente era cómo la responsable del programa y sus ayudantes escuchaban, muy serios, a esta señora mientras ella peroraba sobre cómo deshacer el mal de ojo que, según parece, le ha hecho una ex novia a Cristiano Ronaldo. Después de esto pasaron a mostrar cómo uno de los grandes hermanos se probaba un artilugio polinésico de lo menos medio metro en el que introdujo su pene (lo juro) y así se paseó enhiesto, orgulloso y, por supuesto, desnudo un buen rato ante la cámara. A continuación, supongo que para tocar la fibra sensible del espectador, se habló del triste caso de los padres de un niño gallego de nueve años a los que las autoridades están a punto de retirar la custodia porque la criatura pesa ochenta kilos y come sólo bollos. Y por fin, antes de que, estupefacta, apagara el televisor, aún me dio tiempo a ver cómo una pléyade de telecotillas se peleaba por dilucidar «si estaba enamorada o no» una señora cuyo mayor mérito es ser, mira tú que apasionante, coleccionista de vestidos de alta costura y sobre la que alguien –otro pirado, supongo– está haciendo una tesis doctoral. Nada nuevo, dirán ustedes, hace años que vivimos en Frikilandia y, sin embargo, a mí me pareció vislumbrar algo distinto y desde luego inquietante. Antes mirábamos la parada de monstruos como quien va al circo, nos reíamos de las guarangadas de Paris Hilton y nos compadecíamos del aire bulímico de Victoria Beckham, siempre agarrada a su bolso de Hermès como un náufrago a su tabla; ahora, en cambio, las admiramos. Sí, es cierto. De tanto salir en los medios de comunicación se han convertido en `iconos´, estúpida palabra que se usa para conferir valor a personajillos cuyo mayor mérito es vivir del cuento. He observado, además, que incluso gente de gran valía artística o personal, cuando ve declinar su estrella, hace cualquier cosa por continuar en el `candelabro´. Una magnífica actriz de setenta años, por ejemplo, se tiñe el pelo de azul marino; otra señora muy inteligente asegura que se le aparece la Virgen; todo vale porque lo peor que se puede ser en este mundo es normal. Lo normal no interesa porque, para llamar la atención del respetable, hay que estar permanentemente rizando el rizo. La `tele´ y los medios de comunicación son sendos monstruos a los que hay que alimentar diariamente con contenidos a cual más llamativo y escandaloso. Y, como digo, todo esto no estaría tan mal si el espectador no hubiera perdido perspectiva y viera el desfile de frikis como lo que son. Pero no es así, por eso el jeta, el pícaro, el vendedor de humo y hasta el ladrón son ahora personajes a los que emular. Lo son porque es mucho más fácil hacer el chorras que hacer las cosas bien, más fácil tomar atajos que trabajar honradamente toda la vida. También porque muy poca gente piensa que puede llegar a ser premio Nobel, pero todo el mundo está muy seguro de poder ser Belén Esteban. ¿A quién le sorprende entonces que, como revelan las encuestas, cuando le preguntan a un niño qué quiere ser de mayor ya no diga `astronauta´ o `médico´, sino `famoso´? A los chicos se los educa con el ejemplo y ése es el que les estamos dando. Una pena.
Carmen Posadas
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