El Chico del Maletín, el que vehiculaba la financiación de gobiernos extranjeros hacia su formación política –cosa prohibida por las leyes españolas–, el que utilizaba meandros societarios para pagar menos al fisco, el fenómeno capaz de cobrar casi medio millón de euros por un informe desconocido, está triste y desengañado y se va a su casa. Se llama, como saben, Juan Carlos Monedero y es uno de esos profesores salvapatrias que convirtieron la Facultad de Políticas de la Complutense en una pobre comuna de extremistas. Monedero, ese atisbo de Trosky contemporáneo que consideraba sencillo hacer política desde el bar de la Facultad, se considera engañado por la deriva del grupo político que crearon unos cuantos iluminados antidemocráticos entre escrache y escrache: nacieron con la idea de hacer la Revolución y ahora se les ve merodeando el centro izquierda a la espera de una oportunidad para sustituir a la casta que tanto censuraron.
Era previsible. El comunista siempre tiende a la escisión. Y al camuflaje inicial. También a la purga. Junte usted a veinte marxistas leninistas en un piso y cuando vuelva de comprar el pan los tendrá separados en habitaciones irreconciliables, los prochinos aquí, los troskos allá, los estalinistas en otro lado… y así. Cuando alcanzan el poder se destrozan entre ellos, crean una nomenklatura poderosa y proceden a la eliminación de los contrarios. Contrarios que, por supuesto, son tan peligrosos y lamentables como los que encabezan la represión, pero que en este caso les toca perder. Perder literalmente la cabeza. En este caso, los miembros de ese partido llamado Podemos han comenzado el viejo ritual comunista consistente en despedazarse. Monedero acusa al tal Errejón de centrar en exceso el partido (¡qué entenderá este individuo por Centro!), a Pablo Iglesias de excesivo protagonismo y al conjunto dirigente de haber abandonado lo que fueron y el motivo por el que nacieron. Eso ha ocurrido, evidentemente, cuando han tenido que pasar de la Protesta a la Propuesta y se han percatado de que todo no es circular por la vida como intelectuales de la televisión basura: hay que decidir qué se hace con los ferrocarriles, con el ejército, con las pagas extras, con la bandera y con la Semana Santa. Ese es el momento en el que estos profesores de tercera decidieron que para abarcar mucho había que inventarse un concepto transversal de la política, es decir, tratar de convencer a los votantes de que representan un proyecto que no es de izquierdas ni de derechas, que es rabiosamente moderno. O sea, lo que inventó José Antonio muchos años antes de que los abuelos de todos estos se conocieran. La supuesta frescura que invoca Monedero consistía en decir barbaridades propias de asamblea sectaria y en reclamar una pureza democrática que jamás se vivió, ni por asomo, en los países hacia los que profesan esa extraña devoción enfermiza que les impide siquiera lamentar sus excesos dictatoriales. Lo que reclama Monedero es vivir en ese infantilismo feliz de creerse siempre jóvenes por el simple hecho de reclamar bobadas tales como prohibir los toros o romper relaciones con la Santa Sede.
El partido suflé que tan alto creyó estar en las estimaciones de voto ha establecido un viaje al centro… de la nada. En eso tiene razón el tal Monedero. Cuando lamenta que no se reivindique lo que se reivindicaba en aquellas alegres tardes de acampada está reconociendo que los que querían apedrear el Sistema están acabando de integrarse en él. Monedero dice con sinceridad estupefaciente que cada día le cuesta más "sobrellevar la Partitocracia" y en ello desvela su corazón totalitario, al que quiere que regresen todos y del que, en realidad, todos solo han salido de forma aparente. No nos engañemos. Estos ya eran viejos antes de nacer. Peleas. Intrigas. Purgas. Escisiones. La vida.
Y que ande con cuidado Monedero. Que ya sabemos que a Trosky le costó un disgusto más que la hoz, el propio martillo.
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