Arguye la señora Carmona que en El Cairo las mujeres se ven obligadas a ir por la calle con auriculares o tapones en las orejas para no oír las ordinarieces que les dicen los hombres. No dudo que así sea, y por supuesto lo deploro, pero supongo que tampoco ignorará Ángeles Carmona que en Egipto se producen violaciones múltiples y otras atrocidades, por lo que prohibir el piropo parece un chiste, comparado con las medidas que habría que tomar parar erradicar la violencia de género. Comparto con ella, en cambio, mi perplejidad al ver cómo ciertas conductas que todos creíamos relacionadas con la cultura machista y con educaciones pretéritas persisten, sin embargo, en las nuevas generaciones. De ahí que las últimas campañas de concienciación estén destinadas ahora a explicar a las adolescentes lo que las mujeres adultas sabemos ya de sobra, que las actitudes violentas o dominantes por parte de sus parejas no son un signo de amor, sino todo lo contrario. Habría que reflexionar entonces qué se está haciendo mal en las escuelas y en las casas para que comportamientos de esta naturaleza sean tan difíciles de erradicar. Yo creo que la solución está menos relacionada con el verbo prohibir y más con el verbo respetar. Acepto que es más fácil apelar al primero que conjugar el segundo, pero a la larga es el único que funciona.
¿No sería mejor, en vez de prohibir que los hombres expresen su admiración por las mujeres, enseñarles las muchas y buenas razones que hay para hacerlo? ¿No sería más útil fomentar que, en los colegios, sean los propios niños quienes denuncien comportamientos machistas por parte de otros en vez de reírse y jalearlos? El problema con el verbo respetar es que no admite excepciones en su conjugación. De nada sirve, por ejemplo, que un padre le diga a su hijo que respete a su madre o a su hermana si él no lo hace. Y un maestro, por su parte, clamará en el más desolado de los desiertos recomendando a sus alumnos que traten bien a las chicas si no es un comportamiento que ellos vean en su entorno. Sé que el problema no es fácil y que tiene muchas aristas, pero me parece más sensato no perder la cordura ni el sentido común cuando se trata de lacras tan graves. Más aún, creo que voy a arriesgarme a defender todo lo contrario de lo que sostiene la señora Carmona. Un halago, un requiebro y un piropo bien dichos nunca le han hecho mal a nadie y son exactamente lo contrario de esos exabruptos groseros y faltones que, por fortuna, hace ya años que no se escuchan en ningún callejón ni en ningún parque de nuestras ciudades. Algo que para mí indica que sí hay esperanza para la plena conjugación del verbo respetar.
Carmen Posadas
Felix Velasco - Blog
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