domingo, 3 de noviembre de 2013

Derecho a decidir

dresde, febrero 1945
Casi todo el mundo sabe que Checoslovaquia se disolvió en diciembre de 1992, tres años después de la caída del régimen comunista. Lo que casi nadie sabe es que Checoslovaquia tiene dos fechas de nacimiento. Una es la oficial, el 28 de octubre de 1918, cuando este nuevo Estado europeo, con su flamante primer presidente, el filósofo Thomas Garrigue Masaryk, surgía de parte de los despojos del Imperio AustroHúngaro, colapsado bajo la derrota de la Gran Guerra. La otra fecha de la creación de Checoslovaquia es quizás la real, el 17 de mayo de 1915, cuando emigrantes checos y eslovacos se reunían en Cleveland, estado de Ohio, para acordar la creación de un Estado común tras una guerra. Tenían que lograr que la guerra supusiera el fin del Imperio y gracias a EE.UU., un estado eslavoliberado del yugo de germanos y húngaros.
Lo mismo sucedió en los Balcanes, donde bajo hegemonía de Serbia, los eslavos del sur (yug) debían unirse en un paneslavismo meridional de la Yugoslavia. Fue el presidente norteamericano Woodrow Wilson, que había decidido en 1917 entrar en la guerra, el gran patrón del derecho a decidir de los pueblos en Europa. Y ese llamamiento de Wilson a la autodeterminación de los pueblos en Europa con sus célebres y fatídicos «Catorce puntos» fue la hoja de ruta en Versalles y Trianon. Allí se crearon mil agravios más de los que resolvía, se crearon fronteras sin criterio y se sembraron todas las condiciones para que, pocos años después, Europa estallara en pedazos y quedara paralizada por el terror y anegada en sangre.
Crisis existencial
La primera crisis existencial les llegó a los estados artificiales tan sólo veinte años después. Para entonces, de los postrados estados germánicos herederos de los Imperios centrales, había surgido una potencia temible. Era la Alemania nazi que ya había anexionado por la fuerza Austria, en un alarde del derecho a decidir de las masas austriacas que con las tropas alemanas acabaron con las leyes y la existencia misma del Estado austriaco. Poco después adquirían su derecho a decidir las masas alemanas en los Sudetes y acababan con Checoslovaquia. A finales de octubre, las tropas alemanas convertían la actual Chequia, Bohemia y Moravia, en un protectorado alemán. Y en Eslovaquia, Hitler otorgaba, según el anuncio oficial, su derecho a decidir a los eslovacos que aplaudían la creación de un Estado títere clerical fascista bajo el sacerdote Josef Tiso.
En Yugoslavia también se había producido una situación similar. Hitler alcanzó gran popularidad en Croacia al anunciar la destrucción de una monarquía yugoslava que muchos yugoslavos consideraban más opresora que el Imperio vienés. Así, Alemania garantizó a Croacia el derecho a decidir constituirse en un Estado fascista bajo la dirección del caudillo Ante Pavelic. Para entonces, en todos los rincones de Europa surgían, en esos estados previamente «autodeterminados», regímenes totalitarios que competían con la Alemania nazi en brutalidad y vocación criminal.
Después de la guerra, el comunismo paralizó la historia en Europa central y Oriental durante cuarenta años. Con el fin de esta otra ideología totalitaria y criminal, estallaron las diferencias. Y pronto lo hicieron con toda la violencia bélica en Yugoslavia.
Un fracaso
Ante el baño de sangre que ya había comenzado entre los eslavos del sur, en el centro de Europa, otros eslavos, checos y eslovacos, aterrados ante la posibilidad de un panorama parecido, no opusieron la más mínima resistencia a las primeras iniciativas de separación. Cuando parlamentarios eslovacos lo plantearon, los checos se precipitaron a aceptarlo. Y de repente, sin haberlo deseado realmente nadie, se vieron sin estado común. Hoy ya da lo mismo. Nos separan de aquel hecho dos décadas, lo que separaba la fundación del Estado de su desaparición bajo Hitler. Tiempo suficiente para saber que ni siquiera en aquel estado artificial surgido ya en el siglo XX y con meros 68 años de existencia, fue la división una conquista. Ni en aquel estado históricamente anecdótico frente a los grandes estados nacionales de Europa occidental, ni siquiera aquella división ideal fue algo más que un fracaso.
Hermann Tertsch
Félix Velasco - Blog

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