domingo, 11 de diciembre de 2011

Libro electrónico

Nunca dejará de sorprenderme la actitud suicida adoptada por las editoriales ante el libro electrónico. En otros sectores de la industria cultural, la plaga del pirateo digital se encontró con el terreno allanado: música y cine llevaban ya mucho tiempo comercializándose en formatos digitales –CD, DVD, etcétera– que favorecían su duplicación; y quien pirateaba una película o un disco obtenía una copia en calidad óptima, que además podía distribuirse en el mismo soporte que la propia industria había elegido previamente para su negocio. Quien deseaba piratear un libro, en cambio, tenía previamente que escanearlo: la copia resultante de ese escaneo distaba de ser óptima; y, además, para leer esa copia menesterosa debía utilizar un artilugio electrónico que en nada se asemejaba a un libro. En la expansión de la piratería, como en el comercio de réplicas e imitaciones, interviene muy poderosamente el factor psicológico: quien compra un bolso o un reloj falsos que imitan un bolso o un reloj `de marca´ lo hace porque tales falsificaciones reproducen minuciosamente su diseño y aspecto exterior. Nadie compraría un bolso o un reloj con un evidente aspecto cutre o de baratillo, por el mero hecho de que tal bolso o reloj ostenten el logotipo de tal o cual marca de moda; pues quien adquiere un bolso o reloj de imitación desea, ante todo, que esa réplica pase por auténtica. Este es el mecanismo psicológico sobre el que se asienta toda forma de piratería: la réplica tiene que `dar el pego´; de lo contrario, lejos de mitigar el `complejo´ de quien la adquiere, contribuye a agravarlo. 
Este mecanismo psicológico, tan evidente en el comercio de réplicas e imitaciones, también explica el éxito de la piratería cultural: si películas y discos empezaron a ser pirateados a mansalva era porque previamente existían los soportes digitales que permitían disfrutar de tales películas y discos en igualdad de condiciones con quienes los adquirían en una tienda. Este mecanismo psicológico no funcionaba en el pirateo del libro, pues un libro pirateado no podía `volcarse´ sobre papel impreso y encuadernado; y por esta razón el comercio de e-books no funcionó durante años o décadas: pues quienes leían un libro en estos artilugios tenían conciencia de estar leyendo de forma subalterna o sucedánea, frente a quienes lo hacían en papel. Y aunque durante años o décadas los fabricantes de e-books no cejaron en su empeño de impulsar la lectura electrónica, tenían que comerse con patatas sus artilugios: porque la imitación solo adquiere carta de respetabilidad si `da el pego´; y un e-book se parece a un libro lo mismo que una mortadela a un jamón serrano. Nadie podía presumir ante las amistades de poseer una biblioteca de libros electrónicos; y viajar en tren o autobús con un libro electrónico en las manos resultaba casposillo. El mecanismo psicológico sobre el que se funda el negocio de la réplica busca `sociabilizar´ a quien la porta; y el e-book lograba el efecto exactamente contrario: señalaba y, en conclusión, excluía. 
Pero la fascinación tecnológica propia de nuestra época acabó engatusando a la industria editorial, que pensó ingenuamente que, si el uso del libro electrónico se generalizaba –si empezaba a `sociabilizar´ y no a excluir–, podría desarrollar una nueva `vía de negocio´. Y la vanidad característica de los escritores, siempre codiciosos de aumentar su parroquia, acabó de joder la marrana: creyeron ilusamente que el artilugio electrónico `crearía´ nuevos lectores de la nada, y empezaron a demandar a sus editores que, junto a las ediciones en papel de sus libros, lanzaran `ediciones electrónicas´ de los mismos, que en su particular cuento de la lechera duplicarían el número de sus seguidores. El resultado es de sobra conocido: las editoriales se lanzaron al `mercado digital´ para expandir su negocio, sin entender que los lectores no se `expanden´ por arte de birlibirloque; sin entender tampoco que el `mercado digital´ es una engañifa completa, pues pagar por algo que se puede obtener gratis y en condiciones óptimas no se le ocurriría ni al que asó la manteca. Y así, una vez `legitimado´ el libro electrónico por la propia industria editorial, los vanidosos escritores han descubierto que sus lectores siguen siendo los mismos, solo que ahora cada vez son más los que no pagan un duro por leerlos; y las editoriales que ponen a la venta sus libros en formato digital descubren que de inmediato son pirateados. 
En el pecado llevan (llevamos) la penitencia. En unos años, todos arruinados y en porreta.
Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog

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