viernes, 27 de diciembre de 2013

El fanatismo anestesia

Sólo un fanático es capaz de creer lo que contradice su propia razón, anestesiada por la opinión ideológica a la que se supedita.
Félix Velasco - Blog

Fabricantes de recuerdos


Algunos políticos, y pseudohistoriadores vendidos a la "causa", se dedican a "fabricar recuerdos" para justificar su ideología y enfrentar a hermanos que sin ellos conviven de forma pacífica y honrada.
Félix Velasco

jueves, 12 de diciembre de 2013

Leyenda del enemigo

El cónclave de «sabios» amasado por la administración nacionalista construye, en Cataluña, la leyenda de un ayer en todo acorde al mañana
AYER se fabrica siempre en mañana: finge el pasado su patria al futuro, quien lo inventa para él mismo inventarse. Nada sucede en ese tiempo mítico, donde pasado y futuro suplantan al presente. La leyenda se forja en el relato de otro tiempo en el cual todo es inmóvil; de otro tiempo, de un tiempo de los dioses patrios, que en su benevolencia pueden dotarnos de un destino colectivo.
En pasado y futuro está el destino, del cual es nuestra sangre esclava: eso rumia el patriota, eso le salva. No hay más clave del totalitarismo que su sacrificar nuestro presente sobre el ara de los dioses patrios: «fuimos, seremos…, ahora se nos impide…». Y el porvenir promete edenes primordiales. No es nuevo. Ni siquiera es el hallazgo de Rosenberg o Heidegger. La invención legendaria del pasado, como arcana guarida del auténtico espíritu de la nación sagrada, es la herencia de ese romanticismo que suple con retórica el fracaso de la revolución en Centroeuropa cuando comienza el siglo XIX. Un jovencísimo Karl Marx daría a esa tragedia concepto irrevocable en 1843: es la historia encarnada en las propias fantasías. Y, «del mismo modo en que los pueblos antiguos vivieron su prehistoria en la mitología…, nosotros somos contemporáneos filosóficos del presente, sin ser sus contemporáneos históricos».
Anacrónico paso de tragedia a sainete, el cónclave de «sabios» amasado por la administración nacionalista construye, en Cataluña, la leyenda de un ayer en todo acorde al mañana que habita el delirio de Convergencia y de sus pintorescos escuderos. Y hasta puede que alguno se lo crea: creer es siempre lo más confortable, lo que nos pone a salvo del peligro de pensar, eso hoy tan antipático. La función de ese bucle de Moebius, que fluye del ayer hasta el mañana sin que el hoy –ese dique– lo retenga, la postularon severas cabezas del nazismo en los años que incubaban el gran salto europeo hacia la muerte. «Se trata de inventar a un enemigo»: el hallazgo es sencillo. Prodigioso, también, en su congelada eficacia. Carl Schmitt explicita su admonición brillante para un caudillo futuro: da igual el rostro que le sea impuesto, «el enemigo político no necesita ser moralmente malo ni estéticamente feo, no hace falta siquiera que se erija en un competidor económico…, basta con que sea el otro, el extraño», aquel frente a cuyo riesgo nos reconocemos, aquel cuya presencia pone miedo y rechazo, identidad por tanto. La grey se identificará enseguida con quien se ofrezca para aniquilarlo. Y, frente a la amenaza, ese «nosotros», que hasta aquel mismo instante daba risa, trocará nuestro pavor en certidumbre. Inventar ese miedo es sacerdocio que se reserva a los intelectuales que administran el alma de su pueblo: sobre el discurso rectoral de un Heidegger se alza el perenne monumento de Auschwitz. Ningún historiador que alce enemigos legendarios en el pasado histórico podrá librarse del remordimiento del aprendiz de brujo ante el diluvio. No se acarrea lo peor impunemente. Tampoco, bajo disfraz académico.
Pasados legendarios, futuros luminosos… Insulsas variedades del providencialismo. Un penoso romanticismo histórico puso, al final del siglo XVIII, los cimientos del salto hacia la nada. Fue en el año 1795 y en Jena: «Tenemos que tener una nueva mitología.… Un más alto espíritu, enviado del cielo, tiene que fundar entre nosotros esta nueva religión; será la última obra, la más grande, de la Humanidad…».Una nueva mitología,… pero… Siglo y medio más tarde, la tuvieron.
Gabriel Albiac
Félix Velasco - Blog

No con mi dinero

Yo no pago mis impuestos para que Junqueras y Mas financien con ellos el robo de mi parte del patrimonio histórico, cultural y territorial que pretenden escindir de España
ES tan evidente y tan burda la estrategia de provocación constante puesta en práctica por el nacionalismo catalán, con el propósito de alimentar su victimismo, que parece ocioso incluso comentarla. Llevan lustros haciendo lo mismo: tiran una piedra y otra y otra más, ofenden al conjunto de los españoles, insultan a muchos de ellos llamándoles holgazanes, ineptos, ladrones o cosas peores, dependiendo de su procedencia geográfica, urden embustes sobre nuestra Historia común, tergiversan el significado de acontecimientos decisivos en el devenir de esta Nación de la que siempre han formado parte, puesto que nunca han sido otra cosa que Reino de Aragón o España… Y cuando alguien reacciona, harto de tanta infamia, dicen que les agreden e invocan su «derecho a decidir».
Ni siquiera se atreven a llamar a las cosas por su nombre. El territorio en el que se sienten cómodos es el de la falsificación, que incluye hasta las palabras. Nada de pronunciar los términos «autodeterminación» o «independencia», que es lo que dirían si fuesen valientes y coherentes con lo que predican. Nada de hablar de un «referéndum» en el que se plantee abiertamente la «secesión» y la subsiguiente expulsión de la UE. Mucho mejor confundir a la gente con una «consulta» sobre la posibilidad de acceder a la condición de «Estado soberano» con todas las ventajas de seguir bajo el paraguas europeo. No en vano controlan con puño de hierro tanto la educación como los medios de comunicación locales, a los que engrasan y domestican mediante generosas subvenciones. Cuando se trata de embuchar a los ciudadanos de Cataluña con su propaganda, todo vale; hasta ese «simposi» de pacotilla empeñado en retorcer la realidad a fin de demostrar lo indemostrable: que durante trescientos años una parte de España tan española como cualquier otra estuvo en conflicto político consigo misma.
Produciría hilaridad este juego zafio, reiterativo y previsible, si no fuese porque la fiesta se paga con fondos procedentes de nuestros bolsillos, y cuesta muy cara. Casi 7.000 millones de euros recibió el año pasado la Generalitat del Fondo de Liquidez Autonómico para hacer frente a sus cuantiosas deudas, y cerca de 9.000 ha solicitado en este 2013. De no haber acudido al rescate el conjunto de los trabajadores españoles, los jubilados catalanes no cobrarían sus pensiones y sus instituciones autonómicas habrían cerrado por quiebra. Ningún funcionario regional recibiría su paga. No habría dinero para los hospitales. Si los catalanes siguen disfrutando del Estado del bienestar, pese a la gestión suicida de sus gobernantes, es porque forman parte del pueblo español, que es un pueblo solidario. Pero todo tiene límites.
La Constitución española y la Ley de Estabilidad Presupuestaria contienen mecanismos suficientes para impedir que los escasos recursos de los que disponen las arcas públicas en estos tiempos de carestía vayan a financiar actos propagandísticos destinados a fomentar el odio y la sedición, políticas de confrontación o actuaciones que vulneran frontalmente la legalidad, como es el caso de una campaña en pro de la autodeterminación. Yo no pago mis impuestos para que Oriol Junqueras y Artur Mas financien con ellos el robo de mi parte del patrimonio histórico, cultural y territorial que pretenden escindir de España.
Ya está bien de apaciguamiento. La experiencia ha demostrado con creces que la bestia es insaciable y no necesita pretextos, luego dejemos de alimentarla. Si van a atracarnos a punta de mentira, que no paguen la munición con mi dinero.
Isabel San Sebastian
Félix Velasco - Blog

Flirteo planetario

El improvisado flirteo de Obama con la primera ministra danesa ha eclipsado el estudiado ritual de cortejo diplomático con Raúl Castro
MÁS que un acontecimiento de política global, como lo definen los analistas circunspectos, el multitudinario funeral de Mandela ha acabado convertido en una especie de cachondeo planetario. Y no tanto por el sentido desdramatizador del cantarín ritual africano, ni por el inverosímil y audaz impostor que traducía al lenguaje de sordos haciendo las señas delporompompero, como por las repercusiones mediáticas universales de los coqueteos de Obama y el manifiesto ataque de cuernos de su señora esposa. El improvisado flirteo con la ministra danesa ha eclipsado, dónde va a parar, el estudiado ritual de cortejo diplomático con Raúl Castro. Y es probable que el cabreo nada disimulado de la primera dama le importe al presidente más que el encolerizado rebote del lobby cubano de Florida. Al fin y al cabo a los de Miami no los tiene que aguantar en casa.
Obama es un líder perfecto cuando actúa bajo guión. Tiene estrategas fantásticos, escritores de lujo que le hacen discursos deslumbrantes, y sabe darle al libreto el registro adecuado de solemnidad carismática. Su alocución fue de largo lo mejor de las plúmbeas exequias del Soccer City; no sólo por el medido latigazo que soltó –para compensar el gesto de deshielo físico con el castrismo– a los dictadorzuelos que toman en vano el honorable nombre del gigante muerto, sino por ese fabuloso quiebro final de empatía al repleto graderío huérfano de amparo moral: «Gracias por dejarnos compartir a Mandela». Con una pauta delante no tiene rival; es el mejor comunicador del siglo. El problema viene cuando ha de gobernar con una oposición correosa y poco proclive a dejarse engatusar por su apostura retórica... o cuando le sientan una rubia al lado. Ese detalle no lo habían previsto los asesores que llegaron a estudiar hasta el recorrido que conducía al hierático y siniestro hermano de Fidel Castro.
Y claro, una rubia es siempre una rubia. Esta, la señora Helle Thorning Schdmit, tiene nombre y aspecto de diosa nórdica, un fémur más largo y prometedor que el del homínido de Atapuerca y una sonrisa como para atracar un banco desarmando a los guardias. El galanteo fue flagrante y las cámaras lo globalizaron junto al arrobo tontorrón de un Cameron embobado por salir en la fotito del móvil. Como globalizaron la celotipia de Michelle y su tajante decisión de marcar territorio cambiando de asiento al marido casquivano. El comandante en jefe ya sabe quién manda en la Casa Blanca.
Quizá Mandela merecía algo más serio que esta eclosión adolescente de los amos del mundo. O tal vez le hubiese divertido –él era un mujeriego compulsivo– toda esa frivolidad tan mundana en sus honras fúnebres, el verdadero acontecimiento planetario que soñó Leire Pajín para un ZP que, mecachis, con la de estupendas frases huecas que hubiera podido soltar en la ocasión, no estaba invitado. Sí estaba, o se coló, Corina, cómo no. Pero esta hace de las suyas más en privado.
MÁS que un acontecimiento de política global, como lo definen los analistas circunspectos, el multitudinario funeral de Mandela ha acabado convertido en una especie de cachondeo planetario. Y no tanto por el sentido desdramatizador del cantarín ritual africano, ni por el inverosímil y audaz impostor que traducía al lenguaje de sordos haciendo las señas delporompompero, como por las repercusiones mediáticas universales de los coqueteos de Obama y el manifiesto ataque de cuernos de su señora esposa. El improvisado flirteo con la ministra danesa ha eclipsado, dónde va a parar, el estudiado ritual de cortejo diplomático con Raúl Castro. Y es probable que el cabreo nada disimulado de la primera dama le importe al presidente más que el encolerizado rebote del lobby cubano de Florida. Al fin y al cabo a los de Miami no los tiene que aguantar en casa.
Obama es un líder perfecto cuando actúa bajo guión. Tiene estrategas fantásticos, escritores de lujo que le hacen discursos deslumbrantes, y sabe darle al libreto el registro adecuado de solemnidad carismática. Su alocución fue de largo lo mejor de las plúmbeas exequias del Soccer City; no sólo por el medido latigazo que soltó –para compensar el gesto de deshielo físico con el castrismo– a los dictadorzuelos que toman en vano el honorable nombre del gigante muerto, sino por ese fabuloso quiebro final de empatía al repleto graderío huérfano de amparo moral: «Gracias por dejarnos compartir a Mandela». Con una pauta delante no tiene rival; es el mejor comunicador del siglo. El problema viene cuando ha de gobernar con una oposición correosa y poco proclive a dejarse engatusar por su apostura retórica... o cuando le sientan una rubia al lado. Ese detalle no lo habían previsto los asesores que llegaron a estudiar hasta el recorrido que conducía al hierático y siniestro hermano de Fidel Castro.
Y claro, una rubia es siempre una rubia. Esta, la señora Helle Thorning Schdmit, tiene nombre y aspecto de diosa nórdica, un fémur más largo y prometedor que el del homínido de Atapuerca y una sonrisa como para atracar un banco desarmando a los guardias. El galanteo fue flagrante y las cámaras lo globalizaron junto al arrobo tontorrón de un Cameron embobado por salir en la fotito del móvil. Como globalizaron la celotipia de Michelle y su tajante decisión de marcar territorio cambiando de asiento al marido casquivano. El comandante en jefe ya sabe quién manda en la Casa Blanca.
Quizá Mandela merecía algo más serio que esta eclosión adolescente de los amos del mundo. O tal vez le hubiese divertido –él era un mujeriego compulsivo– toda esa frivolidad tan mundana en sus honras fúnebres, el verdadero acontecimiento planetario que soñó Leire Pajín para un ZP que, mecachis, con la de estupendas frases huecas que hubiera podido soltar en la ocasión, no estaba invitado. Sí estaba, o se coló, Corina, cómo no. Pero esta hace de las suyas más en privado.
Ignacio Camacho
Félix Velasco - Blog

domingo, 1 de diciembre de 2013

El barrio gótico que no es gótico

El Barrio Gótico que no es gótico
De un lado al otro de la ciudad, sin apenas tiempo para leer más allá de las solapas de su guía de viajes, un grupo de turistas se plantaba el pasado jueves ante la fachada de la Catedral de Barcelona. Aturdidos después de un día de «tournée», sacan su cámara y con gesto maquinal capturan lo que creen es un ejemplo del gótico más depurado, o al menos eso es lo que les ha dicho su guía, casi tan desinformado como ellos. En realidad, la fachada apenas supera el siglo de historia (la obra se hizo entre 1887 y 1912), lo que no impide que sea uno de los «highligts» turísticos de la capital catalana. La escena se repite en otros rincones de la Barcelona vieja, un Barrio Gótico que, en algunos de sus rincones más celebrados, es en realidad «neogótico» o gótico transformado.
El debate sobre el grado de «autenticidad» del Gótico de Barcelona es recurrente, una discusión que cobraba de nuevo actualidad el pasado septiembre. Ese mes, el Museo de Historia de Barcelona (Muhba) negaba a la productora de la serie «Isabel» el permiso para rodar en las escalinatas y puerta de entrada del Salón del Tinell, en el antiguo Palacio Real Mayor, residencia de los Condes de Barcelona y de los Reyes de la Corona de Aragón. Alegando un escrupuloso rigor histórico, el Muhba, y por extensión el Ayuntamiento de Barcelona, vetaban el rodaje, en lo que desde muchos ámbitos se interpretó más bien como un episodio de censura de regusto nacionalista, el mismo caso que, con otras variantes, se reproduciría semanas después con el veto a la foto del torero Juan José Padilla.
Para muchos historiadores, el purismo del Muhba resultaba infundado, casi ridículo, más teniendo en cuenta que una significativa parte del Barrio Gótico de Barcelona, incluyendo la propia sede del Muhba, es una reconstrucción más o menos fiel del original medieval, una reproducción embellecida y hasta idealizada de la Barcelona y la Cataluña pretéritas. Un conjunto formidable, cierto, pero punteado por algunos elementos que en puridad son de nueva planta, están reconstruidos o proceden de otras partes de la ciudad.
Un ejemplo paradigmático es la propia sede del Museo de Historia, que se ubica en la conocida como casa Padellàs, antiguo palacio renacentista que se salvó, junto a muchos otros elementos patrimoniales ahora repartidos por toda la ciudad, tras la apertura de la Vía Layetana a principio de siglo.
Piedra a piedra, el antiguo palacio de la calle Mercaders fue rescatado para, al fin, ser trasladado, con algún añadido embellecedor, a su actual emplazamiento en la plaza del Rey, ocupando el solar de un antiguo edificio de viviendas que, a criterio municipal, desmerecía el conjunto. La reconstrucción no se completa hasta 1943, con lo que parte de la actual vista de la plaza del Rey conforma en realidad un gótico rabiosamente contemporáneo.
«Es evidente que la labor de embellecimiento y monumentalización que se hizo en Barcelona desde finales del siglo XIX hasta los años setenta, similar al que se desarrolló en otras capitales europeas, ahora sería inconcebible, no se permitiría», explica a ABC el historiador Agustín Cócola, que en 2011 publicó «El Barrio Gótico de Barcelona. Planificación del pasado e imagen de marca» (Ed. Madroño), donde repasa el proceso de «invención» y turistificación del barrio.
El libro de Cócola, y otros estudios a menudo desconocidos para el público no especialista, no digamos ya para los pelotones de turistas desinformados, indagan en este proceso, cuyo motor inicial fue, además del deseo de armar una «marca turística» ya en el inicio del siglo XX, la voluntad política, o el intento de construcción desde el nacionalismo de una identidad basada en un pasado más o menos idealizado, más o menos glorioso.
«Con el nacimiento de los estados modernos, todas las naciones europeas se fijan en la Edad Media para fijar su origen. El nacionalismo catalán hace lo mismo», apunta Cócola, con un interés especial por proyectar una época, concretamente los siglos XIII y XIV, cuando se produce la gran expansión comercial catalana por el Mediterráneo. En Cataluña, es el movimiento de la «renaixença», en el origen del moderno nacionalismo, el que busca en esa época, y en los restos patrimoniales que legó, los orígenes de un «pasado glorioso».
Un personaje se adivina clave en este proceso. Josep Puig i Cadafalch (1867-1956), arquitecto y político. Primero recuperador y divulgador de otra arquitectura también idealizada, el románico, a la práctica sería el «definidor» de la arquitectura medieval catalana. Se trataba, en definitiva, de poner en valor una «arquitectura nacional», acentuando las características que distinguían por ejemplo el gótico habitual en Cataluña del de Castilla. La proliferación de la típica ventana coronella, la parte más reconocible de la «casa catalana» que Puig i Cadafalch definió, es un ejemplo. Según el estudio de Cócola, hasta 82 de estas ventanas se recolocaron o hicieron de nuevo en el Gótico entre 1905 y 1970.
A la par que la ciudad, con el impulso de la Exposición Universal de 1929, buscaba atraer turistas, se diseñó el plan de monumentalización del barrio, que pasaba en gran parte por la recuperación de construcciones que la apertura de la Vía Layetana (ejemplo típico de «sventramento» urbanístico) amenazaba con arrasar. Jordi Peñarroja lo explica con minuciosidad en «Edificis viatgers de Barcelona» (Llibres de l’Índex), una formidable mudanza clave para entender lo que es hoy el Barrio Gótico de Barcelona, un delicioso lugar para pasear y admirar una arquitectura que, a veces, no es tan auténtica como parece.
Alex Gubern
Felix Velasco - Blog