jueves, 29 de julio de 2010

La prohibición de la tauromaquia: un capítulo del antiespañolismo catalán

Lorenzo Olarte Cullen fue el presidente del Gobierno de Canarias bajo cuyo mandato, en 1991, se aprobó la Ley de Protección de los Animales. En este artículo reflexiona sobre el veto al toreo en Cataluña y aclara la inexacta idea de que las corridas de toros están prohibidas en el Archipiélago. 
"En los medios taurinos del país, desde hace varios años, ha ido cobrando fuerza la inexacta idea de que las corridas de toros están prohibidas en la Comunidad Autónoma de Canarias. Tal supuesta prohibición es absolutamente inexistente, por lo que además -confesando a la par que mi afición es patológica...- me he sentido más que afectado cuando más de uno ha tratado de imputarme personalmente la inexistente prohibición sin otro argumento que hace casi veinte años el Gobierno autónomo, a la sazón presidido por mi, llevó a la Cámara regional el proyecto de Ley de Protección de los Animales. Pero tal Ley tenía y tiene como objetivo la protección de los animales "domésticos" y "de compañía" entre los que, como es obvio, no se encuentra el toro bravo, al cual no se hace la menor alusión en el texto legal. Joaquín Sabina, amigo íntimo de José Tomás -para mí el mejor de toreros que he visto a lo largo y ancho de más de medio siglo- en una amena e interesante entrevista preguntó al torero: "¿Qué le dirías a la sociedad protectora de animales, a los canarios [que no autorizan los toros], a Esquerra Republicana…, a los que dicen que es un espectáculo bárbaro?" A lo que el Maestro (nombre que deliberadamente escribo con mayúsculas), se limitó a responder con su habitual prudencia extrataurina: "No comprendo que se recurra al insulto(como así ha venido ocurriendo, especialmente por parte del antitaurinismo organizado catalán, añado yo) para defender lo que ellos defienden". Los canarios, nacionalistas o no, siempre han permanecido indiferentes ante la cuestión porque la tauromaquia nunca ha constituido el menor ingrediente de nuestra tradición cultural. Y además, por nuestro especial talante, conformado por el diálogo, la tolerancia y la moderación, jamás habríamos proferido el menor insulto o descalificación contra taurinos o antitaurinos, como recientemente han hecho especialmente los segundos. Desde que tengo uso de razón soy nacionalista, habiéndome movido siempre dentro de la ortodoxia constitucional. Pero además soy taurófilo, por cuya doble razón creo hallarme en condiciones de rigurosa legitimidad para decir con plena autoridad que no acierto a comprender la irracionalidad nacionalista de relevantes catalanes, aunque aspiren a la independencia, cosa legítima, para prohibir las corridas de toros en “su” Catalunya, mayoritariamente por la sencilla razón de que constituye un elemento muy importante, aunque no exclusivo, de la cultura española. Muchos de conocidos detractores catalanes las rechazan, obviamente, por su antiespañolismo, en un alarde de incultura digno de mejor causa, ya que parecen ignorar que, la tauromaquia no es algo exclusivo de nuestro país, dada su práctica en Portugal y en numerosos países América Latina, con casi un centenar de plazas de toros, muchas de ellas construidas desde su independencia de España. Al igual que acontece en el Sur de Francia, con numerosas plazas de toros, algún torero extraordinario, ganaderías y una afición extraordinariamente creciente. Por ello no está de más recordar a algunos relevantes desmemoriados o ignorantes antitaurinos, que en el futuro algunos aficionados catalanes harán lo que hacían ya en las postrimerías del franquismo: irse a Francia para ver “El último tango en Paris” o “El Portero de noche” dado que sus proyecciones estaban prohibidas en nuestro país. Hace semanas el catalán Salvador Boix, hombre culto e inteligente, apoderado de José Tomás, en su comparecencia ante el Parlament, con motivo del trámite previo a la decisión sobre la famosa iniciativa popular Cámara, preguntó si los diputados catalanes intentarían evitar también la caza del jabalí y la pesca deportiva, recordando atinadamente la contradicción que suponía tramitar el proyecto antitaurino y después blindar los correbous en las Terres de l’Ebre (Tarragona) (*) lo que calificó acertadamente como un ejercicio de “puro cinismo político”, con lo que coincido, al igual que con su requerimiento a Sus Señorías a trabajar por las preocupaciones reales de los ciudadanos, que en el momento actual son muchas y no precisamente la supresión o promoción de la tauromaquia. Tras haberse iniciado desde hace algún tiempo una implacable"persecución" contra las corridas de toros, por meras razones políticas, arropadas por un sector ideológico que es mínimo en el Estado español, bajo el pretexto de su amor a los animales, como es el caso de Esquerra Republicana de Catalunya, hace unas semanas el Bloque Nacionalista Galego, les ha secundado con muy poca originalidad, por entender que la tauromaquia "no es otra cosa que una cuña españolista dentro de sus nacionalidades". Pero digamos, en honor a la verdad, que la justificación defensa del animal por lo que atañe a su sufrimiento, aunque no lo digan, a muchos de ellos les importa un rábano. En gran parte de España la prohibición de los toros en los últimos tiempos ha sido también objeto de debate. No nos engañemos. Pero si bien es cierto que en otras latitudes la discusión en si no tiene por que constituir una cuestión política, en la Catalunya nacionalista e independentista, apareada deliberadamente con un supuesto amor a los animales, no ha dejado de ser un matrimonio de intereses cuya verdadera razón de ser no es otra que el antiespañolismo. Ni siquiera en el País Vasco se ha producido tan dislate, ni creo que se produzca. Porque allí, al contrario que en Catalunya, en esto de los toros hasta ahora siempre han sabido distinguir el hambre de las ganas de comer. Pero todo tiene sus excepciones: Porque de fuente fidedigna se de la posición de un conocido independentista que invariablemente se ha negado siempre a condenar los asesinatos etarras, mientras que a la par, por el contrario, condenaba radicalmente por su crueldad las corridas de toros justificando su antitaurinismo en el derramamiento de la sangre del toro, lo que me conduce a hacerme esta pregunta:"¿quién es mas irracional, el toro o el antitaurino?"Porque por lo visto existen algunos que por amar tanto a los animales -acaso por tener algo en común con ellos, como es la irracionalidad- prefieren antes que el descabello del toro, el tiro en la nuca del ser humano."
Lorenzo Olarte Cullen
Félix Velasco - Blog

miércoles, 28 de julio de 2010

El día que me quieras

Acaricia mi ensueño
el suave murmullo 
de tu suspirar. 
Cómo ríe la vida 
si tus ojos negros 
me quieren mirar. 
Y si es mío el amparo 
de tu risa leve 
que es como un cantar, 
ella aquieta mi herida, 
todo todo se olvida. 
El día que me quieras 
la rosa que engalana
se vestirá de fiesta 
con su mejor color. 
Y al viento las campanas 
dirán que ya eres mía, 
y locas las fontanas 
se contarán su amor. 
La noche que me quieras 
desde el azul del cielo, 
las estrellas celosas 
nos mirarán pasar. 
Y un rayo misterioso 
hará nido en tu pelo, 
luciérnaga curiosa que verás 
que eres mi consuelo. 
El día que me quieras 
no habrá más que armonía. 
Será clara la aurora 
y alegre el manantial. 
Traerá quieta la brisa 
rumor de melodía. 
Y nos darán las fuentes 
su canto de cristal. 
El día que me quieras 
endulzarán sus cuerdas 
el pájaro cantor. 
Florecerá la vida, 
no existirá el dolor.
La noche que me quieras 
desde el azul del cielo, 
las estrellas celosas 
nos mirarán pasar. 
Y un rayo misterioso 
hará nido en tu pelo. 
Luciérnaga curiosa que verás 
que eres mi consuelo. 

Alfredo Le Pera
Félix Velasco - Blog

sábado, 24 de julio de 2010

Yo soy yo y mis contradicciones (I)

Hay dos reflexiones de Ortega y Gasset sobre las relaciones de pareja que siempre me han interesado, pero que hasta el momento consideraba antagónicas. Una dice, más o menos, que el enamoramiento es un estado de estupidez transitoria. La otra afirma que la elección amorosa nunca es inocente y que responde a necesidades del individuo. De modo que si uno se enamora de un impresentable siempre hay algo, tal vez una carencia o un oscuro deseo, detrás de esta elección equivocada. ¿En qué quedamos entonces? ¿En que el amor es ciego y lo vuelve a uno tan lelo que no sabe calibrar a la persona que tiene enfrente? ¿O por el contrario sí sabemos lo que queremos, aunque lo que queramos no sea lo mejor para nosotros? Confieso que durante gran parte de mi vida me he identificado sólo con la primera de las teorías. Ahora, en cambio, con el paso de los años y con la experiencia, he llegado a comprender también la segunda y ver que no desmiente la primera. Lo curioso del caso es que estudios científicos actuales vienen a corroborar ambas teorías. Ahora sabemos que el enamoramiento es, en efecto, un estado de estupidez transitoria producido por un cóctel de hormonas y sustancias naturales de efectos dopantes que hace que uno no vea defecto alguno en la persona amada. Una ceguera selectiva cuya duración incluso está medida: se calcula que dura alrededor de dos años y medio. La confirmación científica de la segunda teoría la encontré hace unos días en la prensa. Por lo visto, neurólogos de la Universidad de Toronto, investigando el neurotransmisor vasopresina (la hormona responsable de los lazos efectivos), han hecho un interesante descubrimiento. Una vez comprobado que hay personas hormonalmente más proclives a la infidelidad que otras, observaron que incluso las más infieles logran vencer la tentación siempre que haya lo que ahora llaman la `autoexpansión´. El experimento consistió en lo siguiente: se pidió a personas felizmente casadas que valorasen el atractivo de individuos del sexo opuesto en una serie de fotos. Estas personas hicieron lo obvio: puntuar más alto a los más atractivos. Luego se les presentó una serie de fotos similares, pero se les informó que ciertas personas fotografiadas estaban interesadas en conocerlas. Curiosamente, al saberlo, los participantes daban a esas personas puntuaciones más bajas que la vez anterior porque, en cuanto se sentían atraídos por alguien que amenazaba su relación, automáticamente se decían: «Tampoco es gran cosa». Vista la reacción, la conclusión a la que llegaron los científicos es que puede que no sea sólo el amor lo que mantiene unidas a las parejas, sino la idea de que ese compromiso mejora nuestra vida o amplía nuestros horizontes. En otras palabras, se rompen menos las relaciones que confieren algo, ya sea equilibrio, paz o por el contrario emoción, o más prosaicamente estatus o dinero, lo que sea que necesite esa persona para sentirse mejor. Sin embargo, es necesario saber que ese `algo´ no siempre es bueno; a veces hay gente que necesita caña, lo que explica ciertas relaciones bastante torturadas. Ahora sabemos a ciencia cierta que uno se vuelve ciego cuando se enamora, pero que, aun sin ser consciente de ello, la elección amorosa no es tan caprichosa como antes parecía. Una explicación, como ven, muy parecida a la que daba Ortega y Gasset años atrás. Pero entonces, si es tan sencillo y uno siempre busca lo que necesita, ¿por qué nos equivocamos tanto y elegimos a gente que no nos hace felices? La respuesta es que hay una diferencia notable entre lo que uno cree que busca y lo que busca en realidad. Por ejemplo, una persona puede pensar que lo que necesita es pasión, aventura o emoción cuando lo que le va realmente es la tranquilidad o alguien que lo mime y apoye, aunque sea menos interesante o trotamundos. «Yo soy yo y mis circunstancias», decía Ortega, y servidora de ustedes se atreve a enmendarle la plana y afirmar que es más certero decir: «Yo soy yo y mis contradicciones». En mi caso, desde luego, son tantas y tan asombrosas que necesito un artículo entero para explicarlas, de modo que lo haré en la próxima entrega.
Carmen Posadas
Félix Velasco - Blog

viernes, 23 de julio de 2010

Desayuno con diamantes

Frank Sinatra - The Main Event - My Way

El final se acerca ya 
lo esperare serenamente 
ya ves que yo he sido así 
te lo diré sinceramente 
viví la inmensidad 
sin conocer jamás fronteras 
jugue sin descansar y 
a mi manera. 
Jamás viví un amor 
que para mí fuera,fuera importante 
tomé sólo la flor 
y lo mejor de cada instante 
viajé y disfruté 
no se si más, que otro cualquiera 
si bien todo esto fue 
a mi manera. 
Tal vez lloré, tal vez reí 
tal vez gané o tal vez perdí 
ahora sé que fui feliz 
que si lloré también amé 
puedo seguir hasta el final 
a mi manera. 
quizás tambien dude 
cuando yo mas me divertia 
quizás yo desprecie 
aquello que yo no comprendia 
hoy se que firme fui 
y que afronte ser como era 
y asi logre vivir a mi manera. 
Porque sabrás que un hombre al fin 
conocerás por su vivir 
no hay porque hablar, ni que decir 
ni recordar, ni que fingir 
puedo seguir hasta el final 
a mi manera.
Félix Velasco - Blog

sábado, 17 de julio de 2010

Idiomas, exilios y cócteles Molotov

Me inquieta el número de jóvenes que en los últimos tiempos piden consejo. Qué debo hacer, qué libro debo leer, qué estudiar o qué caminos abandonar, cómo puedo conciliar lo que sueño con el paisaje desolado en que ustedes, los mayores, me han convertido el horizonte. Cuando preguntan cosas así, intento abrir camino a la esperanza. Lee esto, prueba con aquello, viaja a tal sitio. Traza tu camino con sentido común y con decencia. Pero hay días en que ese discurso no me sale. Soy de la generación que ha colaborado en armar esta trampa infame, la ratonera donde viven atrapados tantos jóvenes dolorosamente lúcidos. No siempre puede transmitir esperanza quien a veces no la tiene. Hace unos días, durante uno de los breves contactos que mantengo con lectores y amigos a través de la red social Twitter, me encontré dando a uno de ellos, que preguntaba qué leer con veintisiete años y en paro, una respuesta inquietante para mí mismo: «Un libro para aprender idiomas y largarse, o uno donde aprender a fabricar cócteles molotov».
Lo de la coctelería era broma, hasta cierto punto. Pero la primera parte del consejo me salió sincera. A veces creo que esto no tiene solución. Que este país irresponsable, históricamente enfermo, está condenado a repetirse a sí mismo hasta la traca final. Y en cada ocasión recuerdo lo que, de niño, oía a mi abuelo paterno, que era lúcido, culto, republicano, y usaba sombrero, sobre todo para quitárselo ante las señoras: «Arturín, aprende francés, que es muy triste ir al exilio sin hablar idiomas». Le hice caso, y hablo un francés de puta madre. También, a menudo, uso sombrero. Pero entre viajes y libros se echaron los años encima. Ahora ya me da igual irme o quedarme. Estoy cansado. Soy demasiado mayor, y hay días en los que sólo me levanto con ganas de morir matando.
España fue, durante siglos, muchas cosas buenas y malas. Hoy es algo parecido a intentar introducir una especie de barra o varilla por una serie de piezas hechas con agujeros desiguales: cada uno de un diámetro diferente, hechos de materiales distintos y situados en diferentes posiciones. No hay pulso que enhebre el invento, ni posibilidad de que nadie alinee aquello y funcione la maquinaria. Sin embargo, me resisto a creer que nada pueda hacerse. No escribiría estos artículos, en tal caso. Sigue habiendo, pese a todo, gente que lucha y se arriesga, empresarios dignos, funcionarios decentes, jóvenes solidarios y valerosos capaces de levantarse y trabajar cada mañana. De pelear, si hace falta. Amigos en quienes esperar y confiar. Por eso duele más. Por eso ulcera el alma verlos maltratados por estas diecisiete Españas injustificadas, egoístas y ladronas, donde las ratas y los chacales depredan a su aire, envidiándose y odiándose a partes iguales, desmontando cuanto hace posible el respeto y la convivencia. Esa gentuza iletrada, infame, que ha hecho de la política su forma de vida y de nosotros su negocio, desvalija el país y se lleva por delante las instituciones en su ávida carrera por el dinero y el poder. Destroza el futuro. La impunidad de esos golfos la garantizan millones de ciudadanos apáticos sentados ante el televisor, viendo el fútbol y a Belén Esteban mientras aceptamos, aborregados, que nos conviertan en un país miserable, cutre, exclusivo para turistas baratos de cerveza y vomitona. Un lugar sin industria ni recursos propios, sin clase media, hecho de buscavidas y mendigos, de subvenciones mientras las haya, de putas y camareros. Dicho sea con todo el respeto para las putas y los camareros. Que, a este paso, serán quienes nos den de comer.
Algún retorcido consuelo queda de todo esto: a los principales culpables los hemos parido y votado los padres de esos jóvenes. Salen de nuestra entraña desde hace cuatro décadas. Los engordamos a nuestra costa, tarados por una dictadura anterior que nos hizo acríticos e ignorantes. El mayor homenaje a nuestra imbecilidad nacional tuvo lugar en el Senado hace unas semanas, el primer día que allí se utilizaron las diversas lenguas oficiales con traducción simultánea y pinganillo. Ésa es la España que los días de cabreo extremo, cuando aconsejo, como mi abuelo, tener idiomas y una maleta por si hay que largarse, quisiera ahorrar a los jóvenes más lúcidos: un andaluz medio analfabeto, presidente autonómico, hablaba con torpeza en catalán mientras otro andaluz casi tan analfabeto como él, vicepresidente tercero del Gobierno, escuchaba mediante un auricular la disparatada traducción a una lengua, el castellano, que ambos conocían –decir dominaban es excesivo– casi perfectamente. Y mientras, en sus bancos, encantados de estar allí, los cómplices de esos dos sujetos aplaudían.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

La carga de los tres Reyes


Ya ni siquiera se estudia en los colegios, creo. Moros y cristianos degollándose, nada menos. Carnicería sangrienta. Ese medioevo fascista, etcétera. Pero es posible que, gracias a aquello, mi hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle. Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la historia de Europa. El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras proclamar la yihad –seguro que el término les suena– contra los infieles, Al Nasir había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a reconquistar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa –también esto les suena, imagino– debilitada e indecisa.
Los paró un rey castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquello cruzada contra los sarracenos, para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda. Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas –tropas populares, para entendernos– y 8.500 catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jinetes –Alfonso IX de León se quedó en casa–. Por su parte, Al Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.
La escabechina, muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo –imagino que tendría otras cosas en la cabeza–, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana, mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna. La situación empezaba a ser crítica para los nuestros –porque sintiéndolo mucho, señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros–; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.
¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura.
Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

Que veinte años no es nada

Qué duro es envejecer!, solemos decir. Pero mucho más duro resulta saber que hemos sido jóvenes; y no tanto porque, como dijera Manrique, «cualquier tiempo pasado fue mejor», sino más bien porque nos cuesta aceptar al joven que fuimos. Nos suele ocurrir cuando contemplamos una fotografía de nuestra juventud: nos incomoda ese ímpetu atolondrado o petulante que gastábamos entonces; nos incomoda nuestra indumentaria, que el paso del tiempo suele tornar ridícula o estrambótica; nos incomoda esa sonrisa retadora que lanzamos a la cámara, ignorantes de las aflicciones que nos aguardan en el camino. Y esta sensación de incomodidad o embarazo más o menos soportable se agrava si en la fotografía posamos al lado de otras personas que por entonces acompañaban nuestros días: algunas han muerto; otras han traicionado nuestra amistad; otras simplemente se quedaron sepultadas entre la hojarasca de los años, hasta el extremo de que ya ni siquiera sabemos cómo se llamaban (pese a que en la fotografía corresponden a nuestra sonrisa o nos echan un brazo por los hombros, en señal de apretada camaradería); y otras, en fin, fueron `asesinadas´ por nuestro desdén, condenadas al ostracismo por nuestra desafección, abandonadas en algún pasaje confuso o vergonzante de nuestra biografía. ¿Quién no ha experimentado, a la vista de una fotografía de su juventud, un sentimiento de vergüenza retrospectiva? ¿Quién no hubiese querido someter esa fotografía lacerante a un `lavado de imagen´ o proceso de Photoshop que la alivie de presencias enojosas, que borre de nuestros rasgos ese insensato alborozo que acabaría marchitándose, que vele pudorosamente tantas evidencias que el tiempo hace onerosas e indeseables? Y, simultáneamente, ¿quién no querría que, como por arte de ensalmo, los seres queridos que se fueron regresaran para posar a nuestro lado, para brindarnos otra vez su aliento, para tendernos otra vez esa mano que en la fotografía aún se muestra vigorosa y resuelta? ¿Quién no querría que aquellas viejas pasiones que la fotografía perpetúa, convertidas ahora en ceniza, volviesen a llamear, intrépidas como antaño? Definitivamente, lo peor de envejecer es saber que fuimos jóvenes; o, dicho más exactamente, que fuimos otros. Y que hubo una edad –maldita y bendita edad– en que ese `ser otros´ era la única manera de ser en el mundo; porque nos creíamos invulnerables y eternos.
Una sensación de incomodidad muy semejante a la que cualquier persona experimenta ante una fotografía de la juventud es la que embarga a un escritor cuando se enfrenta a esos libros balbucientes, primerizos, llenos de temblor y entusiasmo, que escribió allá en los albores de su vocación. De repente, los desmayos de la escritura que ya creíamos superados para siempre se hacen angustiosamente vívidos; y también aquella especie de temeridad o desparpajo que nos animaba a abordar asuntos que ahora juzgaríamos cursis, o escabrosos, o meramente ajenos. De modo que, a la vez que nos atenaza el bochorno ante los pecadillos de juventud, nos envilece la conciencia de nuestros pecadazos de madurez; a la vez que nos sonroja la insensatez propia del escritor bisoño que aún no domina las herramientas de su oficio nos lacera la pérdida de aquella frescura o inconsciencia originaria. Y entonces asalta al escritor la tentación de corregir lo que escribió en otra época; y, a la vez, lo asalta la tentación quizá más insidiosa –y más irrealizable aún– de volver a escribir como escribía entonces, de volver a ser un aprendiz embriagado de palabras que refulgen como el oro.
Todos estos padecimientos y tribulaciones me han merodeado mientras corregía las pruebas de la reedición de El silencio del patinador, un libro de cuentos que publiqué hace quince años. Algunos de aquellos cuentos los escribió un muchacho con la veintena recién estrenada, poseído por una vocación que era como un azogue insomne y febril, poseído de una osadía que era a la vez ceguera y clarividencia. Mientras los volvía a leer, aquellos cuentos me lastimaban como nos lastima el atuendo grotesco que exhibimos en las fotos de juventud; algunos, incluso, me herían como una amistad traicionada, como un amor calcinado, como una sombra fúnebre que envenena nuestro recuerdo. Hubiese querido corregirlos, despiojarlos de excesos, mitigar sus desfallecimientos; hubiese querido, en fin, volver a escribir aquel libro, o no escribirlo nunca, o tal vez volver a ser quien lo escribió hace tantos años, aquel `otro´ que entonces se creía invulnerable y eterno. Y es que, mucho más duro que envejecer, resulta saber que una vez fuimos jóvenes.
Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog

Entre humos

Soy un fumador inconstante, casi diría que inconsistente (una cajetilla puede durarme entre cuatro y cinco días), que acude a la nicotina para iniciar su diaria labor de escritura. Parece como si las neuronas, náufragas todavía en las ciénagas de la somnolencia, se despabilaran, acicateadas por el rumor dormido del humo y la placentera hipnosis de sus volutas. También me gusta encender un cigarrillo hacia las postrimerías de una comida reparadora en compañía de amigos, cuando el intrépido vino me ha transportado a ese horizonte de feliz camaradería en que las palabras se deshacen en sonrisas. Soy, desde luego, un fumador que se responsabiliza de las consecuencias de su elección: mientras las briznas del tabaco crepitan y se transforman en una aromática brasa, sé que mis pulmones están acatando un castigo, un levísimo castigo si se quiere, pero castigo a fin de cuentas.
Quien fuma debe hacerlo con la certeza de que está erosionando su salud. Pero esa certeza no debería degenerar en histeria. Las cifras pavorosas de mortandad que se achacan al tabaco son descaradamente falsas: a nadie que no esté abducido por la propaganda de la histeria se le escapa que los cánceres y desarreglos vasculares y demás infortunios de la salud atribuidos en exclusiva al tabaco son resultado de una confluencia de agentes dispares; a nadie se le escapa tampoco que muchas de las presuntas muertes ocasionadas por el tabaco en personas mayores de setenta años constituyen, en realidad, muertes naturales que quizá la nicotina haya precipitado. ¿Por qué no se calculan, por ejemplo, los efectos perniciosos que sobre nuestro organismo ejercen las bocanadas de aire requemado de gasolina que cada día respiramos sin proferir una sola queja? Nadie discute que el tabaco sea perjudicial para nuestra salud; convendría, sin embargo, que no se le atribuyese tan a la ligera la responsabilidad de todas las calamidades contemporáneas. Por lo demás, en la beligerancia que nuestra época ha desatado contra el tabaco subyace una consideración idolátrica de la salud. Se ha extendido la idea desquiciada de que la salud es un bien que debemos preservar incólume hasta la tumba, si no deseamos convertirnos en réprobos. Pero, ¿de qué sirve una salud intacta en un cuerpo decrépito? No estoy vindicando la dilapidación insensata de ese incalculable tesoro; pero considero que una vida intransigentemente saludable no merece la pena ser vivida.
No trato aquí de negar los efectos nocivos del tabaco; trato tan sólo de cuestionar este asedio incesante de informaciones apocalípticas que pretenden convertir nuestra existencia en una condena. Poco a poco, estamos conformando una sociedad amilanada, en la que respirar comienza a convertirse en una actividad sospechosa. La propaganda del miedo, la repetición machacona de admoniciones y especies disuasorias amenaza con extender entre la gente una enfermedad del espíritu mucho más perniciosa que las enfermedades del cuerpo que se pretenden combatir. Los propagandistas de la histeria, animados por un fuego demasiado parecido al que exalta a los fanáticos, no parecen intimidados por las consecuencias que su propaganda acarreará, pero a nadie se le oculta que las manías persecutorias, paranoias y demás formas soterradas de la locura que difunden sus mensajes crecen día tras día. Una sociedad que convierte la salud en preocupación constante, en excusa de discriminaciones y anatemas, en acicate de sacrificios sobrehumanos, es una sociedad enferma. Pero, del mismo modo que la estadística y el laboratorio se preocupan de detallar las propiedades cancerígenas del tabaco, nadie parece molestarse en analizar los desarreglos psíquicos que tales propagandas tremendistas infunden en la población.
Toda sociedad reprimida, a la postre, desagua compulsivamente sus frustraciones. Esta cruzada de salubridad que se ha desatado en los últimos años condena al ostracismo a quienes osan rechistar contra ella, a la vez que convierte a cada ciudadano en centinela de su propia salud y de la ajena; pero, con el decurso del tiempo, acabaremos propiciando la extensión de una plaga mucho más pavorosa que la mera enfermedad física. Los demonios de la paranoia acabarán incubando monstruos. Quizá logremos extirpar la enfermedad de nuestras vidas; pero el fantasma ubicuo de la muerte nos convertirá en licenciados vidrieras, en marionetas angustiadas por esa zozobra cotidiana e insomne que es vivir, sabiendo que sólo somos «presentes sucesiones de difunto».
Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog

viernes, 16 de julio de 2010

Desiderata


Camina plácidamente entre el ruido y las prisas, y recuerda la paz que puede haber en el silencio.
Siempre que sea posible, sin rendirte, llévate bien con todas las personas.
Di tu verdad claramente y con serenidad; y escucha a los demás, incluso al torpe y al ignorante; también tienen una historia que contar.
Evita a las personas ruidosas y agresivas; son vejaciones para el espíritu.
Si te comparas con los demás, puedes volverte vanidoso o amargado, pues siempre habrá personas mejores y peores que tú.
Disfruta de tus logros tanto como de tus planes. Conserva el interés en tu profesión, por humilde que ésta sea; es una posesión real en los turbulentos cambios de la fortuna.
Sé precavido en los negocios, porque el mundo está lleno de astucias. Pero que esto no ciegue tus ojos ante la virtud que existe; muchas personas luchan por altos ideales, y en todas partes la vida está llena de heroísmo.
Sé tú mismo. Sobre todo, no finjas afecto. Tampoco seas cínico con el amor; porque, ante la aridez y el desencanto, es tan perenne como la hierba.
Acepta mansamente el consejo de la edad, y renuncia con elegancia a las cosas de la juventud.
Nutre la fortaleza de tu espíritu para que sea tu escudo ante la desgracia inesperada. Pero no te turbes con negras fantasías. Muchos miedos nacen del cansancio y la soledad.
Más allá de una sana disciplina, sé suave contigo mismo. Eres una criatura del Universo, no menos que los árboles y las estrellas; tienes derecho a existir.
Y tanto si lo ves claramente como si no, el Universo evoluciona tal como debe. Por lo tanto, vive en paz con Dios, no importa cómo Lo concibas.
Y sean cuales sean tus afanes y aspiraciones, en la ruidosa confusión de la vida, vive en paz con tu alma.
Con todos sus fraudes, su rutina y sus sueños rotos, es un mundo hermoso. Sé alegre. Lucha por ser feliz.



Max Ehrman

martes, 13 de julio de 2010

Suspiros de España

Quiso Dios, con su poder
fundir cuatro rayitos de sol
y hacer con ellos una mujer.
Y al cumplir su voluntad
en un jardín de España nací
como la flor en el rosal.
Tierra gloriosa de mi querer
tierra bendita de perfume y pasión
España en toda flor a tus pies
suspira un corazón.
Ay de mi pena mortal
porqué me alejo España de ti
porqué me arrancan de mi rosal.
Quiero yo volver a ser
la luz de aquel rayito de sol
hecho mujer
por voluntad de Dios.
Ay, madre mía
ay, quién pudiera
ser luz del día
y al rayar la amanecida
sobre España renacer.
Mis pensamientos
han revestido
el firmamento
de besos míos
y sobre España
como gotas de rocío
dejo caer.
En mi corazón
España te miro
y el eco llevará de mi canción
a España en un suspiro.
Música de Antonio Álvarez Alonso (1902)
 Letra de José Antonio Álvarez (1938)
Félix Velasco - Blog

Mundial de futbol 2010






domingo, 11 de julio de 2010

Juan Charrasqueado

Voy a cantarles un corrido muy mentado
Lo que ha pasado allá en la Hacienda de la Flor
La triste história de un ranchero enamorado
Que fue borracho, parrandero y jugador.
Juan se llamaba y lo apodaban "Charrasqueado"
Era valiente y arriesgado en el amor
A las mujeres más bonitas se llevaba
De aquellos campos no quedaba ni una flor.
Un día domingo que se andaba emborrachando
A la cantina le corrieron a avisar:
"Cuídate, Juan, que ya por ahí te andan buscando
Son muchos hombres, no te vayan a matar."
No tuvo tiempo de montar en su caballo
Pistola en mano se le echaron de a montón
"Ando borracho", les gritaba, "y soy buen gallo"
Cuando una bala atravesó su corazón.
Creció la milpa con la llúvia en el potrero
Y las palomas van volando al pedregal
Bonitos toros llevan hoy al matadero
Qué buén caballo va montando el caporal.
Ya las campanas del santuário están doblando
Todos los fieles se dirigen a rezar
Y por el cerro los rancheros van bajando
A un hombre muerto que lo llevan a enterrar.
En una choza muy humilde llora un niño
Y las mujeres se aconsejan y se van
Sólo su madre lo consuela con cariño
Mirando al cielo llora y reza por su Juan.
Aquí termino de cantar éste corrido
De Juan ranchero, charrasqueado y burlador
Que se creyó de las mujeres consentido
Y fue borracho, parrandero y jugador.
Antonio Aguilar
Félix Velasco - Blog

sábado, 10 de julio de 2010

viernes, 9 de julio de 2010

Mafalda y sus amigos

Mafalda:
- "¿Y no será que en este mundo hay cada vez más gente y menos personas?"
- "A medio mundo le gustan los perros; y hasta el día de hoy nadie saber que quiere decir guau."
- "En todas partes del mundo ha funcionado siempre muy bien la ley de las compesaciones, al que sube la voz, le bajan la caña..."
- "-Bueno ahora guarden todos sus utiles menos lapiz, goma de borrar y una hoja en blanco en la que anotaran prueba escrita. (Profesora) -Perdon ¿y si apelaramos a la sensatez y dejaramos la cosa para otro dia. Digo...para evitar un inutil derramamiento de ceros. (Mafalda)"
- "Y, claro, el drama de ser presidente es que si uno se pone a resolver los problemas de estado no le queda tiempo para gobernar"
- "¡Sonamos muchachos! ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno!"
- "¿Por dónde hay que empujar este país para llevarlo adelante?"
- "Si vivir es durar, prefiero una canción de los Beattles a un Long Play de los Boston Pops."- - "El mundo esta malo, le duele el Asia."
- "¿No será acaso que ésta vida moderna está teniendo más de moderna que de vida?"
- "Habiendo mundos mas evolucionados yo tenia que nacer en este"
- "Las cosas no van: vienen"
- "Las situaciones embarazosas... ¿las trae la cigüeña?..."
- "¿Y quien se cree la vida que es para hacerle esas porquerias a la gente?"
- "Mamá ¿Yo hasta que edad tengo que obedecerte? (Mafalda) -"Hasta que tengas el criterio, la responsabilidad y la madurez suficientes como para saber desenvolverte sola en esta vida" - ¿Y duele mucho todo eso?"
- "¡Al pobre Dios lo mezclan en cada estofado!"
- "La vida es como un río"...Sí, la macana es que todos creen saber hidraúlica ¿no?"
- "Errare políticum est"
- "Voy al mercado y regreso no le abras a nadie" - Mamá! y si es la felicidad?"
- "Este chicle resulta de lo mas divertido, siempre que uno no se ponga a compararlo con las ilusiones de nadie"
- "No es que no haya bondad, lo que pasa es que está de incógnito
- "Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra se acaba la diversión"
- "¿No será acaso que ésta vida moderna está teniendo más de moderna que de vida?"
- "Y estos derechos... a respetarlos, ¿eh? ¡No vaya a pasar como con los Diez Mandamientos!"
- "Cada Ministerio con su mini-histeria"
- "¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?"
- "Dicen que el hombre es un animal de costumbres, mas bien de costumbre el hombre es un animal."
- "Nadie es buen Sherlock Holmes de si mismo"
- "¡Señores no es cuestion de romper estructuras sino de saber que hacer con los pedazos!"
- "En todas partes cuecen habas, pero nadie se anima a estrangular al maitre."
- "Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo Importante."
- "Burocracia, su lechuguita."
- "¿No sería mas progresista preguntar donde vamos a seguir, en vez de dónde vamos a parar?"
- "Todos creemos en el país, lo que no se sabe es si a esta altura el país cree en nosotros."
- "Tenemos hombres de principios, lástima que nunca los dejen pasar del principio."
- "En éste mundo cada quién tiene su pequeña o gran preocupación."
- "No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavia no se habian dado cuenta."
- "Lo malo de los reportajes es que uno tiene que contestarle en el momento a un periodista todo lo que no supo contestarse a sí mismo en toda la vida... Y encima pretenden que uno quede como inteligente..."
- "¿Y Dios habra patentado esta idea del manicomio redondo?"
- "Parece ser que si empiezas en una cuna miserable y terminas en un ataúd de lujo,has triunfado en la vida"
Felipe:
- "No dejes para mañana el tratar de encajarle a alguien lo que tienes que hacer hoy."
- "No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. ¡Desde mañana mismo empiezo!"
- "¿Por qué justo a mi tenía que tocarme ser yo?"
- "¡Ya tuve que dejarme influenciar por mi!"
- "¿Y si antes de empezar lo que hay que hacer, empezamos lo que tendríamos que haber hecho?"
- "¿No es espantoso? acabo de aprender a odiar por cuestiones economicas"
- "Hasta mis debilidades son más fuertes que yo."
- "Tanta decision en mi es sospechosa ¿que me traeré entre manos?"
- "La voluntad debe ser la única cosa en el mundo que cuando está desinflada necesita que la pinchen."
- "He decidido enfrentar la realidad, asi que una vez que se ponga linda me avisan"
Guille:
- "¿Qué cuernos hago con el agujerito que siento adentro mio cuando no estás?"
- "Unos dias mas y nos vamos de vacaciones - ¿Para que? (Guille) - Para descanzar Guille! - Mafaldita ¿de que estamos cansados?(Guille)"
- "¿En este juego del ajedrez pueden ganar los dos? No,uno solo ¿y el otro pra que juega?"
-"¿No es increible todo lo que puede tener adentro un lapiz?"
Miguelito:
-"No se como haría la gente para irse si no tuviera espalda"
- "- Es asombroso que un árbol pueda crecer tanto (Mafalda) - Bueno, después de todo ¿en que otra cosa puede emplear su tiempo un árbol? (Miguelito)"
- "Yo diría que nos pusieramos todos contentos sin preguntar porque."
- "Trabajar para ganarse al vida esta bien pero por que esa vida que uno se gana trabajando tiene que desperdiciarla trabajando para ganarse la vida."
- "La vida no debiera echarlo a uno de la niñez, sin antes conseguirle un buen puesto en la juventud."
- "Yo, lo que quiero que me salga bien es la vida."
- "Es inútil, nadie parece darse cuenta espontáneamente que soy un buen tipo."
- "Por más que lo pienso no logro entenderlo, no se como hacen los relojes cuadrados para doblar las esquinas."
- "Lo que aun no logro saber es si esto lo hago de autentico travieso o de estúpido costumbrista"
Manolito:
- "Nadie pueda amasar una fortuna sin hacer harina a los demás."
- "Los cheques de tus insultos no tienen fondos en el banco de mi ánimo."
- "Se habla mucho de depositar confianza pero nadie dice que intereses te pagan"
- "Vaya! Yo creí que hoy habia huelga de idiotas pero parece que salieron a trabajar!"
- "¡Para que sepas la leche tampoco hace la felicidad!"
- "Veamos Manolito, ¿Qué es lo que no has entendido? (Maestra) - Desde Marzo hasta ahora...NADA! (Manolito)"
Susanita:
- "Amo a la Humanidad, lo que me revienta es la gente."
- "Mi esposo será alto, morocho y sin madre, y nunca nada se interpondrá entre nosotros."
- "Sé que mis derechos terminan donde empiezan los de los demas pero...¿es culpa mía que los derechos de los demas empiecen tan lejos?"
- "Yo quiero ser madre,no una fabrica de repuestos"
Libertad:
- "Una pulga no puede picar a una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista."
- "Comienza tu día con una sonrisa, verás lo divertido que es ir por ahí desentonando con todo el mundo."
- "¿Por qué complicarse la vida con los problemas del país, cuando la solución más simple es solucionarlos?"
- "¿Por qué ustedes los demás no son simples?"
Gracias, Quino
Félix Velasco - Blog

sábado, 3 de julio de 2010

El eco de antiguas vidas

Estoy familiarizado con paisajes de orillas azules, cielos luminosos y cementerios blancos. Allí intuí pronto –o tal vez aprendí a aprender– que la muerte es episodio natural y consecuencia de todas las cosas. Quizá por eso tengo afición a las lápidas donde figuran inscripciones serenas, cuya contemplación ayuda a ordenar pensamientos y vidas. Me gusta leerlas e imaginar las existencias que allí se resumen, y calcular qué de ello puede serme útil o saludable. También, a veces, durante esos ratos tranquilos en que la biblioteca está en silencio absoluto y no tengo ganas de leer algo continuado y denso, hojeo las páginas de algún libro relacionado con el asunto, o que me lo parece. Mis queridos Montaigne y Cervantes, por ejemplo, abundan en esa clase de sentencias que a veces podríamos tomar por funerarias, o casi; y sospecho que los autores de los Ensayos y el Quijote lo que hicieron, en realidad, fue escribir astutos y caudalosos libros-epitafios para ayudarse ellos mismos a bien morir.
Tengo otros libros a los que acudo con esa intención. Mis favoritos son Epigramas funerarios griegos y los dos volúmenes de Poesía epigráfica latina, de la colección de clásicos Gredos, que reúnen buen número procedente de estelas funerarias o de fragmentos literarios antiguos. Me seducen especialmente sus antiquísimas fórmulas canónicas: invocación al caminante –«Llora mi amargo destino, caminante»–, elogio del difunto –«Nadie llegó a desceñir su virginal cinturón»– y consolatio final –«Amado por muchos, lo habría sido por más»–. Algunas de las inscripciones, sobre todo las dedicadas a niños y jóvenes muertos en su edad primera, me conmueven especialmente. «Con lamentos, mi madre colocó esta lápida junto al camino», dice una de ellas. Y otra: «En este lugar yazco, dejando huérfana la vejez de mi padre». Tengo varias favoritas. Por ejemplo: «Te admiraban mortales y dioses, pero una envidiosa divinidad se apoderó de ti», y «Sin apenas gustar de la juventud, me he hundido en el Hades». Aunque ninguna tan hermosa y triste como la de una recién nacida: «La mayor parte de mi vida la pasé en el vientre de mi madre».
Algunas de esas antiguas inscripciones resumen admirablemente toda una vida, una profesión o un carácter. «La Moira raptó a Cleómbroto, excelente en jurisprudencia», afirma una. Y otra: «Comadrona, salvé a muchas mujeres, pero no pude escapar a la Moira». Tampoco está nada mal: «Que mis herederos rocíen con vino mis cenizas». Aunque de ésas, mi más admirada es la magnífica «Vi las ciudades de muchos hombres y conocí su forma de pensar». Las inscripciones referidas a muertos en combate se encuentran también entre mis predilectas. La más famosa, por supuesto, es aquel «Caminante, si vas a Esparta...» de las Termópilas. Hay otra que me gusta mucho: «Entre roncos gemidos, sus compañeros levantaron este túmulo». También la de un soldado llamado Aristarco, que «Murió mientras sostenía el escudo en defensa de su patria», y la conmovedora «Cayó entre los que combatían en primera fila, e intenso dolor dejó a su padre». Pero la que siempre me pone al filo de la emoción es el sencillo elogio fúnebre de un hoplita muerto en la llanura de Curo, el año 281 antes de Cristo: «Yo no retrocedí ante el ataque de los enemigos. Era soldado de infantería».
Otra inscripción que me parece magnífica, por lo que tiene de épica y evocadora, está en el museo arqueológico de Córdoba. Se trata de la estela funeraria de un gladiador del siglo I muerto en su séptimo combate, y su escueto elogio –tres palabras en mitad del texto: venció seis veces, incluidas con orgullo por la esposa que costea su lápida– me hace evocar con facilidad el anfiteatro cordobés, el grito de la muchedumbre en los graderíos, el ruido de las armas y la sangre corriendo sobre la arena: «Actio, gladiador. Venció seis veces. Tenía veintiún años. Aquí está enterrado. Que la tierra te sea ligera».
Pero no es sólo en las piedras, o en los libros. Hace muchos años, en el cementerio helado de Bucarest, me asombró comprobar hasta qué punto ese eco funerario clásico, tan literario, puede llegar de forma natural hasta nuestros días. El día de Navidad, bajo la nieve, una pobre madre lloraba y rezaba ante la tumba aún abierta de su hijo, asesinado por la Securitate del dictador Ceaucescu. Y cuando la intérprete me tradujo sus palabras, me quedé estupefacto. Aquella mujer campesina, analfabeta, estaba recitando de memoria –una memoria antiquísima, sin duda, transmitida oralmente– un epigrama funerario triste y bello, quizás aprendido por algún antepasado suyo en una piedra contemplada, siglos atrás, a un lado del camino: «Es oscura la casa donde ahora vives».
Arturo Pérez-Reverte
Félix velasco - Blog

Hay motivos para llamarles de todo

Hay motivo para rodar muchos tipos de películas. Pueden rodarse cintas acerca del sufrimiento de los que cada día se presentan como un reloj en las diferentes sedes de Cáritas al fin de llevarse a la boca un plato caliente; pueden filmarse las dificultades de un parado de larga duración para encontrar trabajo y alimentar a su familia, dotarlos de bienes elementales, de suficiente estima que anule la agonía de cada mañana; pueden grabarse testimonios apasionantes de pequeños empresarios que han perdido todo su capital, todo el producto de su esfuerzo de años y años de desvelos, todo el edificio industrial que habían creado, un comercio, una pequeña empresa; pueden retratarse los rostros de los indigentes que se amontonan cada noche en los portales antiguos o en los cajeros automáticos, con manta, perro y palangana; pueden registrar en imágenes a los colectivos perjudicados por las medidas correctoras de una crisis que en un principio se negó y que a continuación fue ignorada, pensionistas que se mantienen a ellos mismos y a los hijos parados que los siguen, funcionarios como guardias civiles que ofrecen lo mejor de su trabajo a cambio de sueldos ridículos, personas enfermas o dependientes que van a ver esfumado el sueño de tener quien se ocupe de ellos. Por rodar, pueden rodar la historia de los inmigrantes que vinieron a trabajar, empezaron a prosperar y ahora tienen que emigrar a los lugares de los que salieron en busca de futuro, o a los españoles que a diario intentan vender las cuatro cosas que les quedan para, siquiera, poder quedarse bajo el techo en el que viven. Podrían poner la cámara al servicio del tiempo que les ha tocado vivir, ese en el que hay motivo para retratar la estulticia de los gobernantes, la avaricia de algunos poderosos, la sinrazón de la injusticia, la degradación de algunos medios.
Pero no. Los artistas de la Ceja, los actores y directores de cine de su país y el mío han preferido viajar en el tiempo, olvidarse de la cola del paro, de la cola del banco, de la cola de los comedores sociales y volver setenta años atrás a dramatizar la trágica muerte de quince españoles de aquellos años, víctimas del franquismo, o de los tiempos que precedieron propiamente a éste. Nada que objetar en los casos elegidos: fueron asesinados injusta y cruelmente y su testimonio es el del dolor de los años más caínes de España. Pero es una película, de momento, incompleta. Vuelven a unos años que no vivieron, a desenterrar causas que concluyeron tras la Transición española y las diversas compensaciones que el Parlamento español dispuso a lo largo de treinta años de democracia. Y sólo a filmar una parte de la barbarie, discriminando no sólo a víctimas de la retaguardia republicana, sino también a republicanos asesinados por los más extremistas y enloquecidos revolucionarios de los años treinta. ¿Cabe achacarles a tan sensibles colectivos, casta intocable y divinizada, cuando menos, un cierto defecto de criterio? ¿Qué motiva que busquen motivo en la responsabilidad de protagonistas históricos que llevan años enterrados? ¿Acaso es un servicio más a la causa ideológica que con tanto mimo presupuestario los trata? Todo es posible, hasta la honestidad, pero lo más llamativo resulta ser el empeño en constituirse en antifranquistas en diferido, en reajustadores de la programación histórica y creadores de poltergeists tan sorprendentes como amanerados. Que cuanto más pase el tiempo más se acuerden de Franco, la Guerra Civil, la posguerra, el Alzamiento y tal y tal, obviando las muchas causas justas a cuyo servicio pueden poner su talento, invita inevitablemente a una pesarosa náusea melancólica que no hace sino sugerir la dimisión del viejo oficio de espectador.
Hay motivo, pues, para desconfiar de una grey incapaz de identificarse con los problemas reales de la mayoría. Harán muy bonitas películas, pero su sistema de alerta está oxidado. Será que viven sólo para el pasado, para el pasado a medias.
Carlos Herrera
Félix Velasco - Blog