domingo, 21 de febrero de 2010

Conferencias chungas


El truco funciona. A uno se le ocurre un ciclo de conferencias sobre un asunto cualquiera, con más o menos gancho. Por ejemplo: La carga de la caballería austrohúngara y su influencia en la menopausia de la pava. Acto seguido, acude a la concejalía del ayuntamiento de turno, al banco de su pueblo, a la fundación o ministerio que pille más cerca. A cualquier sitio donde haya viruta disponible para estas cosas. Allí dice buenos días y plantea la cosa. El cebo para incautos. Traeremos, asegura, al último premio Nobel de Física, a Mario Vargas Llosa, a Elsa Pataky y al presidente Obama si consigue despejar un poco la agenda. Un ciclo de conferencias con mesas redondas y coloquio en el aula de cultura de Caixa Boixos Nois, que va a ser la pera limonera. Eso sí: cuesta tanto. Con suerte, si la entidad correspondiente tiene viruta disponible para el evento y el pájaro se lo curra con persuasión, habilidad y un cuñado concejal, que siempre ayuda mucho, la respuesta es afirmativa. De acuerdo, dicen. Ahí va la tela y móntalo. La foto del alcalde o el consejero, o quien suelte la mosca, con la Pataky, incluso con Obama, vale esa pasta y más. Y aunque no haya foto, en el anuario del ayuntamiento, la fundación o la entidad, quedará de perlas. Pero ojo que son caros, advierte el gestor del asunto. Obama, por ejemplo, cobra un huevo de la cara, y hay que pagarle el hotel y el billete en primera, y las horas extras de los guardias municipales que se encarguen de la seguridad. ¿Y eso a cuánto sube?, preguntan el alcalde, el concejal o el consejero tragando saliva. A tanto, dice el otro. Pero no te preocupes. Te hago un presupuesto general por el ciclo completo y lo arreglamos.
El siguiente paso es anunciarlo a bombo y platillo: «El premio Nobel de Física, Vargas Llosa, Elsa Pataky y Obama bin Laden –gazapo del periodista local, que es medio sordo– participarán en el ciclo de conferencias Tal y Cual». Con eso queda cubierto el objetivo principal: justificar la pasta trincada por el listillo y tener un dosier de prensa. Por supuesto, a esas alturas no se ha contactado todavía con ninguna de las personas anunciadas; ni siquiera con sus secretarios, agentes o lo que sea. Con el tiempo, cuando llega la fecha, se hacen algunas gestiones, sin matarse mucho, a través del amigo de un amigo. Y claro. La editorial de Vargas Llosa responde que el autor está presentando un libro en Sydney, el agente de la Pataky dice que rueda una película con Viggo Mortensen, y cosas así. Del Nobel de Física no consiguen ni el teléfono; y de Obama, lógicamente, no vuelve a hablarse más. Al fin se inaugura el ciclo de conferencias con la agradable presencia supermegamediática de María Antonia Iglesias, de un noruego al que no conoce ni su padre pero que se apellida Bjornasmullersön y escribe novelas policíacas, de una pedorra de Gran Hermano y de un poeta local, finalista del premio Villaconejos con el soneto Eres mala, Pascuala. Y cuando el público asistente, mosqueado con el elenco, pregunta qué pasó con los conferenciantes anunciados, los organizadores, poniendo cara de circunstancias, responden: «Es que, a última hora, Vargas Llosa nos dejó tirados».
Cuento todo esto porque, en plan mucho más modesto –nadie me apunta a ciclos con Elsa Pataky, aunque ya me gustaría–, me ocurre a menudo, como a unos cuantos más que conozco: académicos, escritores y gente del cine. Pregúntenle a Javier Marías, por ejemplo. O a Saramago. De pronto un amigo comenta que en tal o cual sitio vas a dar una conferencia de la que no tenías ni remota idea, y luego te manda el recorte de prensa o el enlace de Internet anunciando día y hora de tu intervención. Y te quedas a cuadros. Lo último mío es un ciclo taurino organizado en Sevilla, con firma incluida de manifiesto a favor de la fiesta, donde figura mi nombre junto a los de Enrique Ponce y Cayetano Rivera; cosa que me honra mucho, pero de la que no tenía noticia. Y sigo sin tenerla. Otros casos son más irritantes. Hace poco me enteré por un periódico de que iba a dar una conferencia en Ponferrada, dentro de un ciclo sobre el reino medieval de León, nada menos. Y el verano pasado, cierto hijo de la grandísima puta, cuyo nombre reservo cuidadosamente para cuando se ponga a tiro –entonces quizá salgamos otra vez los dos en los periódicos–, organizador de uno de esos ciclos fantasma, tuvo la desfachatez de justificar mi inasistencia a una conferencia, de la que nunca tuve noticia previa, afirmando que a última hora me había echado atrás al no satisfacerse mis «elevadas condiciones económicas»; cuando es notorio, entre quienes me tratan, que en las rarísimas ocasiones en que me presento en público lo hago sin cobrar un euro. Por la cara.
Así que ya lo saben. Cuidado con las conferencias chungas. Muchos organizan esas cosas –importantes y necesarias, por otra parte– con seriedad y rigor. Pero también hay golfos oportunistas que las convierten en negocio personal. En una estafa como otra cualquiera.

Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

La propaganda del miedo

En algún artículo anterior hemos reflexionado sobre el control omnímodo que, en las sociedades que pomposamente se designan a sí mismas como `libres´, la propaganda ejerce sobre las conciencias; y hasta sobre el sentido común. Un control que no admite parangón con el que se haya ejercido en ninguna otra época anterior de la historia humana, tal vez porque la propaganda de antaño era percibida por sus destinatarios como una intromisión contra la que debían resistirse; y tal resistencia se fundaba en la existencia de vínculos fuertes entre las personas, que antes de adherirse a tal o cual directriz emanada de un poder coercitivo preferían adherirse a un depósito de sabiduría acumulada generación tras generación en el que hallaban respuesta a sus inquietudes. Pero hoy ese depósito ha sido expoliado, los vínculos que unen a las personas se han ido adelgazando hasta hacerse quebradizos e inconsistentes y las directrices emanadas por un poder coercitivo han dejado de ser percibidas como tales, para convertirse en mandatos benignos y protectores en los que ciframos nuestra esperanza, nuestro cobijo, nuestra salvación.
Pruebas de esta vulnerabilidad que nos hace más y más permeables a la propaganda las hallamos por doquier. Algunas, contempladas con cierta distancia (o con los residuos maltrechos de sentido común que aún nos iluminan), adquieren ribetes grotescos. Así ha ocurrido, por ejemplo, con la `pandemia´ de histeria colectiva desatada por la llamada gripe A, que según nos aseguró la propaganda causaría millones de víctimas mortales. La Organización Mundial de la Salud puso los perros en danza, los medios de comunicación se encargaron de propalar sus ladridos y los gobiernos de los países occidentales iniciaron una demencial campaña de prevención que se saldó con la compra de tropecientos millones de vacunas con las que se pretendía detener el avance de una plaga que… nunca existió. En apenas unos meses, la propaganda logró convertirnos en criaturas desquiciadas que reaccionaban a sus estímulos como el perro de Paulov reaccionaba al sonido de la campana. Y, donde el perro de Paulov segregaba saliva, nosotros segregábamos miedo, como otras veces segregamos complacencia, o resignación, según le convenga a la propaganda. Sin apenas darnos cuenta, nos convertimos en una masa atolondrada que reclamaba con urgencia, con angustiada prontitud, remedios que, como el bálsamo de Fierabrás, poseyesen efectos milagrosos. Por supuesto, en medio de toda aquella tremolina, olvidamos que la llamada gripe A no había demostrado en modo alguno ser más nociva que la gripe común que cada año nos visita; la gripe común que cada año arrebata cientos de vidas en España y alrededor de medio millón en el mundo. Y es que la propaganda nos lo impedía: la Organización Mundial de la Salud no cesaba de lanzar alarmas desquiciadas, los medios de comunicación las divulgaban con denuedo y los gobiernos hacían el agosto de los laboratorios farmacéuticos que a estas horas están mondándose de la risa, mientras amasan los beneficios resultantes del engañabobos.
Y así nos convertimos por unos meses en medrosos gurruños de carne que seguían al dedillo las más estrafalarias directrices de la propaganda. Nos dijeron que dejásemos de besarnos y obedecimos; nos dijeron que dejásemos de estrecharnos la mano y accedimos; y, si nos hubieran pedido que contuviéramos la respiración hasta notar los primeros síntomas de asfixia, sospecho que habríamos seguido sus indicaciones sin rechistar. En lo que se demuestra que, ante las directrices de la propaganda, somos capaces de renegar hasta de nuestro sentido común; lo que no se explica si antes no aceptamos que la adhesión a la propaganda ha alcanzado rango de culto idolátrico en las sociedades occidentales, que han llegado a creer ilusoriamente que el progreso de la ciencia y la búsqueda incesante de una mayor eficacia administrativa las hace invulnerables. Cuando este simulacro de invulnerabilidad se tambalea sobre sus cimientos de humo, la paranoia se desata; y entonces los amos del cotarro, antes de que la idolatría se desmorone, se sacan de la manga un `falso prodigio´ en forma de vacuna o antídoto. Falso prodigio que tal vez no funcione; o que ni siquiera sea necesario, como ha ocurrido con la llamada gripe A. Pero entretanto, alguien habrá hecho su agosto (detrás de toda idolatría siempre hay alguien que se lleva la pasta); y la propaganda habrá vuelto a demostrar que ejerce un control omnímodo sobre nuestras conciencias.

Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog

viernes, 19 de febrero de 2010

Mafalda - Política


"El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que el predijo."
Winston Churchill
Félix Velasco - Blog

lunes, 15 de febrero de 2010

Cameron vs. Bigelow


La tómbola de los Óscares ha querido servirnos este año un duelo en la cumbre entre James Cameron y Katryn Bigelow que convierte a los contendientes en protagonistas involuntarios de un folletín morboso. Cameron, el todopoderoso urdidor de superproducciones que infaliblemente se resuelven en taquillazos, disputa los premios gordos a Bigelow, una cineasta que mayormente se ha desenvuelto en las trincheras del cine independiente; pero el enfrentamiento entre ambos sólo sería un episodio más de la secular pugna entre David y Goliath, si no fuera porque Cameron y Bigelow estuvieron en otro tiempo casados. Y algo más que casados, en realidad; pues si volvemos la vista a sus comienzos cinematográficos, descubriremos que comparten un meollo de referencias comunes: ambos se curtieron en películas de género, ambos tuvieron que bregar con presupuestos exiguos, ambos supieron sacar partido de tramas arquetípicas o archisabidas, haciendo alarde de un brío narrativo excepcional. Pero desde esos orígenes compartidos, evolucionaron por derroteros antípodas, hasta encarnar dos formas irreconciliables de entender el oficio. Mientras Cameron, tras el éxito de Terminator, se fue decantando por un cine cada vez más comercial y mastodóntico, Bigelow se mantuvo en esa `tierra de nadie´, equidistante del cine de autor y el cine de consumo masivo, donde tantos talentos prometedores acaban malográndose.
Sobre la carrera de Cameron no parece necesario hacer demasiada glosa, por archisabida. A su habilidad incuestionable para la acción trepidante sumó la habilidad más discutible para manipular las emociones; y el fruto de tal amalgama lo convirtió en el nuevo rey Midas de Hollywood. La carrera de Bigelow, mucho más accidentada, ha alternado hieles y mieles, tal vez por tratarse de una cineasta fronteriza que no acaba de encajar en ninguna de las categorías establecidas. Por ser mujer, se presume que una directora debe poseer eso que los cursis denominan una `mirada femenina´, lo que sumariamente se resume en una vocación intimista y melodramática; pero resulta que Bigelow es dramática sin melodía (o con una melodía poco complaciente) y expeditiva, más proclive a la fisicidad que al intimismo. Y así, cuando alguien quiere caracterizar sus películas, tiene que empezar diciendo que parecen rodadas por un hombre; lo que tal vez la haya ayudado a desencasillarse, pero también a quedarse sin casilla, que es tanto como quedarse en el limbo, en una época que tiene, como Linneo, la manía clasificatoria. Lo cual no le ha impedido hacer películas que, para mi gusto, se cuentan entre las más perturbadoras del cine contemporáneo, desde aquella áspera Los viajeros de la noche, una revisitación del tema vampírico que es a la vez un homenaje a la épica del western, hasta esta reciente y soberbia En tierra hostil, que competirá en la tómbola de los Óscares con Avatar, el más reciente taquillazo de Cameron.
Avatar es una película tan aparatosa en su despliegue de portentos tecnológicos como vacía de sustancia; y es, sobre todo, un repertorio de la morralla ideológica que abastece nuestra época (o sea, lo que los cursis denominan una `película con mensaje´): indigenismo sentimentaloide, exaltación de la ecología como nueva forma de fe religiosa y un maniqueísmo de la peor calaña. O sea, la sustitución del lenguaje creativo propio del arte por el lenguaje doctrinario propio del panfleto; aunque aquí ese lenguaje doctrinario se sirva caramelizado y envuelto en papel celofán. En tierra hostil, por el contrario, es una película seca y abrasadora como el viento del desierto, abrupta como un disparo a quemarropa, que nos sumerge en el horror cotidiano de la guerra de Iraq, siguiendo los pasos de una patrulla de soldados americanos dedicados a la desactivación de bombas. Donde Cameron ofrece un espectáculo de barraca, fastuoso e inane, Bigelow propone, con un estilo descarnado, casi documental, una indagación en los abismos de la resistencia humana, allá donde los demonios de la angustia y los ángeles de la esperanza traban combate. Donde Cameron nos obliga a medirnos con personajes estereotipados y bidimensionales (por mucho que los aderecemos con gafitas 3D) que no son sino vehículos de una moralina de garrafón, Bigelow nos enfrenta a personajes desgarradores, contradictorios, amasados de luz y de sombra, rabiosamente humanos en definitiva, que reclaman del espectador algo más que la mera adhesión o el mero rechazo. Entre ambas películas hay la misma diferencia que entre la pirotecnia y el fuego: sólo que, como bien se sabe, el fuego quema y la pirotecnia deslumbra.

Juan Manuel de Prada
Félix Velasco - Blog

El pensamiento en 'pack'


Yo soy de los que piensan que es una verdadera pena que, después de que España hiciera una transición modélica en la que todos fueron capaces de dejar a un lado sus reproches, después de treinta y tantos años de gran cambio social en el que este país se ha transformado en uno de los más modernos del mundo, después de todo esto, y aun antes de que la crisis asomara su negra patita, lo cierto es que ya planeaba sobre nuestras cabezas la alargada sombra de las dos Españas irreconciliables.
No es mi costumbre hablar de política. Tampoco ahora voy a hacerlo porque, como le pasa a mucha gente, también yo estoy desencantada de las derechas y de las izquierdas. De lo que sí quiero hablar, sin embargo, es de uno de los efectos colaterales de la polarización que se está produciendo en los medios de comunicación de una u otra tendencia por la que los comentaristas de derechas son cada vez más de derechas y los de izquierdas, cada vez más de su onda, sin matices de ningún tipo. Lo que quiero decir es que vivimos unos tiempos en los que parece que lo que impera es el pensamiento en pack. Si soy de izquierdas, tengo que estar, necesariamente, a favor del aborto, de la ley de memoria histórica, de la retirada de los crucifijos de las escuelas, de la causa saharaui, de la legalización de los inmigrantes y de la prohibición de la fiesta de los toros. Si soy de derechas, además de estar en contra de todo lo que acabo de mencionar, he de apoyar a muerte a los internautas que abogan por las descargas ilegales y estar a favor de endurecer las penas para menores que cometan delitos, por ejemplo. ¿Por qué? ¿No puedo acaso ser de izquierdas y amar la fiesta de los toros? ¿No es compatible ser progre y a la vez estar en contra del aborto? ¿Y qué tiene de raro estar de acuerdo con la legalización de los inmigrantes, pero no con la ley de memoria histórica?
Los partidos y las inclinaciones políticas no son una secta, ni siquiera una religión con sus dogmas de fe y, no obstante, algunos comentaristas y tertulianos parecen empeñados en hacernos comulgar con la idea de que hay que tener creencias monolíticas en temas que nada tienen que ver con la política, sino con la libertad personal o las convicciones más íntimas. Y de lo que no se dan cuenta es de que a nosotros, los ciudadanos de a pie, no nos gusta el pensamiento en pack. Que la libertad personal está por encima de colores políticos y que lo único que consiguen con su actitud es restar credibilidad a sus comentarios, que de otro modo serían mucho más interesantes. Lo más peligroso de esta actitud, a mi modo de ver, es el efecto que pueda tener en los jóvenes. Porque el pensamiento en pack no permite el sano intercambio de ideas, tampoco la posibilidad de decir: «Yo estoy de acuerdo con esto, pero no con lo otro». Formarse es aprender a tener criterio, es tener dudas y no certezas. Porque la duda es mucho más fecunda que la certeza. Y, además, ¿certeza de qué o de quiénes? ¿Por qué tengo que abrazar la fe monolítica de otro? ¿No es mucho más lógico que cada uno tome de una idea lo que le parece razonable y rechace lo que no? Una de las grandes paradojas de esta sociedad supuestamente abierta en la que vivimos es que ciertos tics del pasado vuelven a asomar y ni siquiera nos damos cuenta.
Es como la peste de lo políticamente correcto que vino a sustituir a la tan denostada censura y resulta mucho más amordazadora que aquélla. Porque contra la censura estaba bien visto rebelarse, puesto que venía impuesta desde fuera, pero la corrección política no es otra cosa que autocensura. Miedo a decir lo que uno piensa y a no estar en sintonía con la `moral´ al uso, cuando a veces esa moral es completamente estúpida y pseudoprogre. «Pienso, luego existo», decía René Descartes, y la frase es tan tópica que de tanto repetirla parece que ya no dice nada. Y, sin embargo, de eso se trata: de pensar, de no dar por cierto nada de lo que nos dicen. Que sólo los tontos leen a sus iguales para que los reafirmen en lo que ya piensan de antemano. Que es mucho más fructífero tener, como quien dice, un self service de ideas y tomar de cada uno lo que nos resulte más interesante o inspirador.
Carmen Posadas
Félix Velasco - Blog

sábado, 13 de febrero de 2010

La oración de ZP


La oración de Zapatero ha provocado reacciones muy críticas en España. En el mejor de los casos, pocos españoles, poquísimos diría yo, creen una sola palabra de lo que este hombre ha dicho. Otros muchos, especialmente en las calles y tabernas, en algunas radios decentes y algún periódico digital serio, también le han llamado sinvergüenza, o sea, un tipo sin vergüenza moral, que le "permite" mantener en su oración lo contrario que lleva haciendo como gobernante, por ejemplo, persigue al cristianismo en España para apropiarse de su fuerza, es decir, de la fe, pero declara en Washington que el fundamento de España es la tradición católica.
La oración Zapatero ha sido descalificada, en efecto, por falsa y llena de sinvergonzonería, pero si prestan atención a lo que se dice en los bares y calles, percibirán fácilmente que la expresión más repetida es la siguiente: "Este tipo es un cínico". ¡Cómo puede Zapatero apelar sin sonrojarse a un discurso piadoso a favor de los trabajadores cuando es el gobernante de toda la UE con mayor número de desempleados! Este individuo, insisten los ciudadanos normales, tiene más cara que espalda. Estas expresiones coloquiales contra Zapatero dominan la vida cotidiana. La vida de la mayoría de los españoles. Zapatero parece que ya no logra engañar tan fácilmente a los españoles. Esto es decisivo. Sí, sí, el rito de Washington, que en otra situación económica y social le habría servido para arañar votos, en esta situación de bancarrota económica y moral se vuelve contra él.
Y, sin embargo, las cadenas de televisión y radio tratarán de vendernos lo contrario de lo que piensan los españoles más sensatos y honrados, sin importarnos ahora si votan a Zapatero o a Rajoy. También la mayoría de los invitados que han acompañado a Zapatero, no lo duden, restarán importancia a lo que se dice en la plaza pública, incluso el señor de la oposición, Rajoy, que sólo quiere ser útil, no se atreverá a acusar a Zapatero con las palabras que clama el pueblo: falso, sinvergüenza y cínico. Por desgracia, la llamada "sociedad civil" y la "oposición", que han acompañado a Zapatero al día de la Oración de Estados Unidos, tragarán los cuentos de este gran truchimán de la política, porque todos comen en su mano.
Son todos ellos, Gobierno de España y acompañantes, tan fariseos como el orante Zapatero. Todos ellos tendrían que leer el Evangelio de Lucas, 18, 10-14:
Dos hombres subieron al templo a orar: el uno era fariseo y el otro publicano "o alcabalero". El fariseo, puesto en pie, oraba en su interior de esta manera: ¡Oh Dios! Yo te doy gracias de que no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces a la semana, pago los diezmos de todo lo que poseo. El publicano, al contrario, puesto allá lejos, ni aun los ojos osaba levantar al cielo, sino que se daba golpes de pecho, diciendo: Dios mío, ten misericordia de mí, que soy un pecador. Os declaro, pues, que éste volvió a su casa justificado, mas no el otro: porque todo aquel se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado.
Agapito Maestre
Félix Velasco - Blog

Intrusos en el comedor


Unos los querían para mano de obra barata: jornaleros de miseria, chachas dóciles y carne de puticlub. Otros, para adornarse con la media verónica de que las fronteras son fascistas, aquí cabemos todos y maricón el último. El resto miramos a otro lado porque eso no iba con nosotros. A mí, pensábamos, la impotencia me la trae floja. Y adobando el asunto, la llamada opinión pública –esa puta perversa, tornadiza e hipócrita– extendió su salsa de irresponsabilidad y demagogia. Así, es natural que ni Pepé ni Pesoe, ni gobiernos, ni ministros, ni presidentes autonómicos, ni alcaldes y alcaldas de esta variopinta nación de naciones discutibles y discutidas del payaso Fofó, hicieran otra cosa que currarse lo inmediato. Ninguno de nuestros políticos renunció a esos viajes que se montan a costa de nuestra imbecilidad y dinero con el pretexto de estudiar el funcionamiento del metro de Estambul, las posibilidades eólicas de la Gran Muralla, el impacto del mosquito anófeles en el turismo de Cancún o el imprescindible hermanamiento de Tomillar del Rebollo con San Petersburgo. Nadie, en vez de hacer turismo por la patilla, se asomó a Francia, por ejemplo, donde el problema de la inmigración descontrolada y marginal hace tiempo que rechina en toda su crudeza. A aprender de los errores ajenos, y no meter la gamba en los mismos barrizales.
Las prioridades eran otras: ganar dinero o votos fáciles, emparedar el problema futuro entre la desvergüenza de los explotadores y el buenismo estúpido de los cantamañanas, con esos supuestos papeles para todos que, además, eran mentira. Lo que viniese luego importaba un carajo. Por eso, leyes y normas no respondieron nunca a una política previsora de integración real y educación, planificada con realismo e inteligencia. Nadie aclaró, tampoco, qué idea de España iba a brindarse a quienes se acogían a ella. Qué espacio común podrían hacer suyo, a qué costumbres adaptarse, qué cauces serían adecuados para fundirse con el entorno sin renunciar al carácter y cultura propios. Qué derechos, y también qué obligaciones. Ofreciéndoles una tierra culta, abierta, común y generosa que el inmigrante, o sus hijos, no tardaran en sentir como propia. Una nueva patria: abierta, varia y coherente al mismo tiempo, que pudiesen, con poco o relativo esfuerzo, hacer suya.
Pero todo eso habría requerido inteligencia política, cálculos a largo plazo hechos por gobernantes previsores, no por gentuza oportunista que promulga leyes coyunturales, contradictorias, y sólo actúa pendiente del titular de telediario y de las próximas elecciones, en un país de borregos donde todo problema aplazado es un problema resuelto. Salía más barato dejar que las cosas se asentaran de forma natural. En vez de procurar explicar la necesaria historia del Cid Campeador a un niño magrebí, lo que se hizo fue eliminar al Cid de los libros escolares. Nada por aquí, y nada por allá. Vacío total. Papilla informe, sin sustancia, válida para todos y que no nutre a nadie. Y así, el resto. Cualquier intervención o planificación seria habría sido un acto totalitario y fascista. Laissez faire, laissez passer. Y vaya si pasaron. De cualquier manera. Hacinándose en guetos infames, desorientados mientras los explotábamos en español, en catalán, en gallego, en vascuence, en mallorquín, en valenciano, en bable, en farfullo de Villaconejos de la Torda. Sometidos por fuera a todas las gilipolleces en que tan diestros somos, y formando por dentro sus propias estructuras independientes. Con los daños colaterales lógicos: marginación involuntaria o deliberada, descontrol, delincuencia. Transformando barrios y pueblos enteros, unas veces para bien y otras para mal. Porque no hay gueto bueno, y ciertas convivencias desequilibradas son imposibles. Saturando sistemas poco previsores que no dan más de sí. Creando, también ellos, sus núcleos marginales específicos, sus rencores internos y ajenos. Sus propios problemas.
Ahora mugen vacas flacas y el negocio se va al carajo. De pronto, molestan. Pero ni siquiera así sacamos consecuencias útiles de las señales registradas en otros países que afrontan situaciones parecidas. Y al final pagarán los de siempre. Los tres, o treinta, o trescientos infelices apaleados en tal o cual sitio por una turba de bestias analfabetas en busca de alguien a quien linchar después de haberlo explotado hasta el tuétano. A cambio, algún día, cuando la desesperación propia y el racismo inevitable empujen a esos desgraciados al extremo, allí donde se sientan fuertes y puedan no sólo sobrevivir, sino defenderse e incluso agredir, arderán barrios enteros. No les quepa duda. Nos ajustarán las cuentas con su cólera desesperada, históricamente justa. Espero estar aquí para verlo, apoyado en la ventana de la biblioteca con la última botella de vino en la mano: respetables matronas en deshabillé corriendo por las calles mientras los bárbaros, como era inevitable, saquean Roma. Que nos den, entonces. Que nos vayan dando.

Arturo Pérez-Reverte
Félix Velasco - Blog

viernes, 12 de febrero de 2010

Batalla de Alesia

En la Batalla de Alesia (septiembre del año 52 a. C., en la región de la tribu gala de los mandubios, y que tuvo como escenario principal su capital) en la conquista de la Galia, Julio César sitió la ciudad con 80.000 hombres más la población civil para rendirla por hambre. Para asegurar el éxito, construyó una barrera de 18 km de largo encerrando la ciudad para evitar huidas. Durante el trabajo de construcción, parte de la caballería gala pudo escapar y esperando la llegada de ayuda para la ciudad, César construyó una nueva barrera de 21Km, dejando sus tropas entre ambas barreras. Ahora los romanos eran sitiadores y sitiados (voluntariamente). Las tropas de ayuda llegaron y hubo ataques a los romanos desde la ciudad y desde fuera.
Esta batalla enfrentó a los ejércitos de la República de Roma dirigidos por Julio César, que contaba con la caballería al mando de Marco Antonio, y con legiones al mando de sus legados, Tito Labieno y Cayo Trebonio, entre otros, contra una confederación de tribus galas bajo el liderazgo de Vercingétorix, jefe de la tribu de los arvernos.
Después de varios combates el ejército romano venció primero a los refuerzos galos y luego consiguió la rendición de la ciudad por parte de Vercingetórix.
La batalla es descrita en detalle por César en sus "Comentarios a la guerra de las Galias", Libro VII.
Félix Velasco - Blog

domingo, 7 de febrero de 2010

La plegaria de Zapatero


¿En qué consistió la plegaria de Zapatero en Washington? Pues consistió en repetir la estrategia que emplea el demonio en el episodio de las tentaciones en el desierto, donde cada vez que trata de seducir a Jesús lo hace invocando citas bíblicas; y es que, en efecto, el demonio es un gran conocedor de la Biblia, aunque su conocimiento lo emplee para invertir el sentido de sus palabras. Esta estrategia la desplegó Zapatero, a imitación de su modelo, en un doble y complementario sentido: por un lado, recurrió a la literalidad engañosa que trocea y descontextualiza la Biblia, para evitar alusiones molestas; por el otro, recurrió a su interpretación laxa, utilizando la cita bíblica a modo de «cadáver exquisito» cuyas palabras pueden intercambiarse a voluntad. O sea, la Biblia convertida en un fósil o en un ectoplasma, para que deje de ser Palabra viva y se convierta en palabra petrificada o palabra reducida a papilla.
Zapatero uso la Biblia como un fósil en su cita del Deuteronomio, donde leyó el mandato que prohíbe oprimir al jornalero pero omitió la consecuencia lógica de infringir tal mandato, que el Deuteronomio nombra explícitamente: «De otro modo, (el jornalero) clamaría a Yavé contra ti y tu cargarías con un pecado». Y usó la Biblia como un ectoplasma cuando muy taimadamente repitió la inversión de la sentencia evangélica -«La Verdad os hará libres»-, afirmando que es la libertad la que nos hace verdaderos. Pero la libertad, como afirma don Quijote en otra cita tergiversada por Zapatero, es un «don de los cielos»; y es que Don Quijote era, como lo definió Turgueniev, «la criatura más profundamente moral que existe en el mundo». Ese don divino de la libertad nos permite reconocer categorías morales objetivas, a las que el hombre puede adherirse o traicionar, porque, en efecto, somos libres para salvarnos y libres para perdernos. Don Quijote usó del don divino de la libertad para adherirse al Bien; y su lealtad al Bien, que tantos varapalos y privaciones le costó, fue inquebrantable hasta la hora de su muerte. Sabía cuál era su misión en el mundo y sabía, sobre todo, que tal misión no podía llevarla a cabo solo, sino con la ayuda de Quien, desde el cielo, le había entregado magnánimamente el don de la libertad; por eso dice (II, cap. 58): «Los que reciben son inferiores a los que dan; y así es Dios sobre todos, porque es dador sobre todos».
Don Quijote está tan unido a la Verdad, tan abrazado al Bien, que es libre para probarse en los sacrificios más ímprobos; es libre para entregarse a las causas que no le reportarán ningún provecho; es libre para alzarse del polvo una y otra vez, cuando cada una de sus empresas se salda con el fracaso y el escarnio; es libre, en fin, hasta de sí mismo, como lo expresa con delicadeza sin igual Sancho, cuando de regreso a la aldea junto a su vapuleado amo, exclama: «Deseada patria, abre los brazos y recibe a tu hijo don Quijote, que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo; que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede». Zapatero, que representa la criatura antípoda de don Quijote, o sea una criatura profundamente amoral, no cree que el Bien se alcance «venciéndose a uno mismo», sino que piensa que el bien es una gelatina que cada cual puede moldear a su gusto, dejándose vencer por sus caprichos; y, de este modo, la libertad se convierte en la búsqueda del interés propio, en la satisfacción de apetencias y deseos; esto es, en puro emotivismo y debilidad mental.
Hay quienes afirman que el discurso de Zapatero no fue una verdadera plegaria; yo, por el contrario, sostengo que lo fue de principio a fin, sólo que no iba dirigida a Dios, sino a aquél que los antiguos denominaban «mono de Dios». Por eso, en su plegaria llenó de mierda la Biblia y, por añadidura, el Quijote, que es la más sublime expresión de la literatura cristiana.

Juan Manuel de Prada
FVA Management - Blog

sábado, 6 de febrero de 2010

Fervor por la palabra


Uno de mis planes favoritos cuando viajo a Sudamérica es visitar librerías. Es un ritual que me recuerda mucho a mi padre y a nuestras largas sesiones descubriendo nuevos y viejos libros. Este año, mis visitas nostálgicas han incluido librerías en Montevideo y Buenos Aires. Parte del ritual consiste en preguntar a los libreros cuáles son los libros que están teniendo más aceptación. Cuando uno hace esta pregunta, normalmente debe distinguir entre libros literarios y `bestia sellers´, que es como mi amigo Tamarón llama a esos títulos que venden millones de ejemplares. La distinción es cada vez más necesaria porque, a diferencia de lo que ocurría hace unos años, ahora son escasos los libros literarios que llegan a alcanzar ventas con cifras de seis ceros. Antes no era así, antes era fácil encontrar coronando la lista de los más vendidos a buenos autores tanto españoles como extranjeros. Ahora, en cambio, lugar tan privilegiado suele estar reservado a novelistas norteamericanos o suecos, fenómenos literarios sin duda interesantes, pero que no son lo que yo busco en un libro. Por todo esto, fue una enorme sorpresa descubrir que, entre los títulos más vendidos tanto en Uruguay como en Argentina, se encuentra nada menos que la Nueva gramática de la lengua española. Debo decir que tuve la suerte de asistir a la presentación del libro en la Real Academia, que resultó emocionante, algo no muy habitual en actos de estas características. También sabía que en España la Nueva gramática... estaba sorprendiendo a sus editores por sus inusitadas ventas, pero no me imaginaba que pudiera ocurrir lo mismo en América. «¿Cómo es posible? –le pregunté a Jorge, uno de mis amigos libreros rioplatenses–, ¡si todos sabemos que aquí los libros son tan caros que suelen juntarse dos o tres amigos para comprarlos!» «Nosotros también estamos asombrados –me contestó–, nunca pensamos que se iba a producir tal fervor por la palabra.» Me encantó su expresión, y desde entonces estoy cavilando sobre qué es lo que tiene este libro que suscita tanto entusiasmo. Visto desde este lado del charco, su éxito reside sin duda en que se trata de una gramática panhispánica que recoge las distintas formas de expresión de un idioma, el español, que ya hablamos cuatro cientos cincuenta millones de personas. En sus casi cuatro mil páginas se recogen matices y particularidades de todos y cada uno de los países hispanoparlantes. Personalmente, me ha encantado leer, por ejemplo, el apartado que se dedica a los adverbios adjetivales que tanto se usan en América y que son tan coloristas. Expresiones como «bañarse sabroso», «hablar claro y raspado», «pasarlo chévere» o «comer macanudo» no sólo describen una situación de modo bello y a la vez preciso, sino que también desvelan de dónde es quien las utiliza. La palabra es un instrumento extraordinario que sirve tanto para comunicarse como para entender el mundo; por eso no me sorprende que haya personas que, como me contaba mi amigo Jorge el librero, no sólo han «juntado plata» para comprar la Gramática, sino que están leyéndola y apurándola a sorbitos. Se dice siempre que el deber de todo escritor es traicionar o al menos jugar con la gramática. En el Río de la Plata diríamos «gambetear la sintaxis», «basurear las relativas», «morfarse los morfemas», «escorchar a los neologismos». Y es cierto, la buena literatura consiste precisamente en eso, en tensar el lenguaje hasta casi quebrarlo, llevarlo por nuevos e inexplorados territorios, inventar para él nuevos y muy osados trajes. Sin embargo, para hacerlo es fundamental conocer bien el idioma y su gramática. Porque quien la ignora, difícilmente puede crear nuevas formas de expresión y corre, además, grave peligro de estar permanentemente descubriendo el Mediterráneo. Y es que nuestra lengua es tan vasta y diversa como el enorme territorio por el que se extiende. Por eso a mí, desde esta otra orilla que es la mía, junto a la plaza de la Independencia de Montevideo, me da gran alegría constatar eso que mi amigo Jorge llama «fervor» por esta vieja lengua que nos une y a la vez tan bellamente nos distingue.
Carmen Posadas
Félix Velasco - Blog

Massiel - La, la, la - Eurovision 1968

La piedra


El distraído tropezó con ella,
el violento la usó para atacar,
el niño la utilizó para jugar,
el emprendedor construyó con ella,
el trabajador cansado, la empleó de asiento,
Neruda la poetizó,
David la utilizó para derrotar a Goliat,
Miguel Angel talló las más bellas esculturas,
Gaudí la convirtió en un templo....
En todos los casos la diferencia no estuvo en la piedra sino en el ser humano...

Félix Velasco

viernes, 5 de febrero de 2010

Recordatorio

Traducción de las viñetas:

Niña:Tengo que decirle, señor.... Lleva en su brazo un tatuaje mortalmente aburrido. Es sólo un montón de números.
Señor: Bueno, tendría tu edad cuando me lo hicieron. Lo mantengo como un recordatorio.
Niña: Oh! ... Un recuerdo de días más felices.
Señor: No, de un tiempo en el que el mundo se volvió loco. Imagínate a ti misma en un país en el que tus compatriotas siguen la voz de un político extremista al que no le gusta tu religión. Imagínate que te quitan todo, que a toda tu familia la envían a un campo de concentración para trabajar como esclavos, y ser asesinados sistemáticamente. En este sitio te quitan hasta tu nombre para ser sustituido por un número tatuado en tu brazo. Se llamó El Holocausto, cuando millones de personas perecieron sólo por sus creencias...
Niña: Entonces lo lleva para acordarse el peligro de las políticas extremistas.
Señor: No, cariño. Para recordártelo a ti.


... Y para recordarnos a todos nosotros que los nacional-socialistas actuales siguen marcando a otros colectivos bajo el pretexto de la historia, la cultura, el idioma, el "hecho diferencial",... Mirar hacia otro lado y callar nos hace tan culpable como ellos.